Serieadicción cubana en la era del "paquete"

Serieadicción cubana en la era del "paquete"

GamesofThrones

Juego de tronos, entre las series seguidas con fascinación por los cubanos.


Por Leonardo Padura*
Con cierta frecuencia recuerdo, con más que justificada nostalgia, aquellas noches de finales de la década de 1970 y de los años 1980 en que, con una frecuencia de dos o tres veces a la semana, Lucía y yo íbamos al cine. Por una cuestión de ubicación geográfica habanera, pero también por una preferencia crecida con los años, las salas ubicadas en el entorno de La Víbora y Santos Suárez eran nuestras favoritas: el Alameda, Los Ángeles, pero sobre todo el cine Mónaco, que para nosotros tenía un encanto especial y es, todavía hoy, uno de los sitios indelebles de nuestra memoria más afectiva.
Fue sin duda la cinemanía compartida uno de los elementos que solidificó nuestra relación. Ver películas y luego, en largas caminatas por las calles de esos barrios queridos, hablar sobre ellas, fue un acto de amor y de conocimiento: entre Lucía y yo, como personas, y con el cine, como arte. Fueron los tiempos en que, además, en los primeros días de diciembre, participábamos de la fiebre competitiva que se desarrollaba (y aun se desarrolla) entre los cinéfilos cubanos por ver la mayor cantidad posible de películas durante las jornadas de los Festivales habaneros del Nuevo Cine Latinoamericano.
Vale todo
La década de 1990, con todas sus crisis y transformaciones quebró esa costumbre que tanto disfrutábamos como acto cultural y social, pero no nuestro amor por el cine como arte. Tanto necesitábamos consumir productos audiovisuales que hasta nos sentamos a ver alguna telenovela brasileña (por suerte fue la época en que se hacían títulos como Roque Santeiro y Vale todo, clásicos del género) y, con muchos ahorros, pudimos al fin comprarnos un primer reproductor de video, de aquel hoy olvidado formato Beta, para ver con él las obras que podíamos escoger en los bancos de video clandestinos. Y el cine siguió acompañándonos, incluso formó parte de nuestras vidas, pues Lucía trabajó varios años como asistente de dirección y realizadora, y yo hice el intento de escribir mis primeros guiones, en buena medida impulsado por los talleres que sobre esa técnica de escritura organizó a finales de los 80 el entusiasta e imprescindible Ambrosio Fornet.
Pero en los años recientes, como le ha ocurrido a otros muchos consumidores de cine, nuestra afición sufrió una poderosa conmoción cuando comenzamos a ver y disfrutar de unas series hechas para televisión en las que, de inmediato lo sentimos, algo nuevo se estaba gestando. Si la memoria no me traiciona fue la prolongada serie Los Soprano la que primero nos inoculó lo que hoy puedo calificar de “serieadicción”.
Nuestros prejuicios contra la televisión y nuestra defensa del cine como gran arte comenzaron entonces a ser minados por un tipo de producto audiovisual que lograba la adicción del espectador, pero con recursos artísticos más elaborados de lo que habitualmente había empleado el dramatizado televisivo, con un lenguaje novedoso y con un empaque de producción muy cercano al del cine.
Un clásico del género
La caída definitiva de nuestras defensas contra las series de televisión se concretó con nuestro contacto con la primera temporada de The Wire (La escucha), trasmitida, por cierto, por un canal de la televisión cubana. En aquella serie policial producida por la cadena HBO, resultaba que lo más importante no era la trama criminal, sino los policías, los delincuentes y sus vidas, mientras formalmente se alteraban los tempos televisivos y a la vez se entregaba una lectura profunda de la sociedad en que se desarrolla la trama. Con esos ingredientes la obra nos envolvió de una forma en que nunca lo había hecho un producto realizado para un medio “menor”. Luego hemos podido comprobar que nuestra experiencia no fue un caso particular: desde hace años The Wire es un producto de culto y considerado un clásico del género.
Desde entonces, y a lo largo de los últimos 10 años, hemos vivido una creciente adicción por las series que… resulta ser hoy un fenómeno universal. Es raro el cinéfilo militante que no haya visto las cinco temporadas de The Wire (yo lo he hecho dos veces), las otras tantas de Breaking Bad, la saga todavía andante de Juego de tronos, o la devastadora House of Cards, por solo citar algunas, y también las magníficas series nórdicas, sobre todo en su versión original, entre ellas El asesinato, El puente o la muy reveladora El gobierno o las potentes miniseries británicas.
¿Y el cine? El acto de “ir al cine”, tan entrañable durante tantos años se ha convertido, a nivel internacional, en una costumbre en crisis. No por gusto en muchos países las grandes salas de los tiempos de gloria se han convertido en minisalas de multicines, con capacidades mucho más reducidas. El golpe del aumento cualitativo de la televisión y el surgimiento de otros soportes cada vez más asequibles y eficientes para consumir cine, han afectado mucho la asistencia a las salas. En Cuba, donde todo es tan especial –sobre todo a partir del ya mentado Período idem- la cuestión se complicó con la decadencia generalizada y hasta la muerte masiva de muchos de esos espacios, la dificultad de la gente para llegar a ellos y la cada vez más caótica programación, tan alejada en su calidad y variedad de la que disfrutamos en los años 1980.
Pesadas coyunturas
Pero, además de esas pesadas coyunturas, también es cierto que en la última década (para ser generoso) la calidad del cine, en general, ha mermado de manera visible y galopante. Tanto en Estados Unidos como en Europa, e incluso en América Latina, el valor artístico del cine se ha convertido en excepción respecto al que tuviera décadas atrás. Y que una de las causas de tal decadencia tiene que ver, precisamente, con el aumento de la calidad de los productos televisivos en forma de series y la facilidad de consumo que ofrecen al espectador. Y una de las consecuencias ha sido el éxodo de talento (actores, directores, pero sobre todo guionistas) de los estudios de cine a los sets de televisión, con el visible y favorable aumento de la calidad estética de las series.
Hoy en Cuba se vive en un estado bastante generalizado de “serieadicción”. Desde hace unos años por caminos aleatorios, pero desde hace varios por las modalidades iniciales y las actuales del “paquete”, el consumidor de la isla ha podido disfrutar de las mejores, de las mediocres y de las peores series de producción reciente, con la posibilidad de escoger y, sobre todo, con la de estar al día y vivir al tanto de la serie televisada del resto del mundo… con apenas 24 horas de diferencia. Una virtud escamoteada a la globalización y a la era digital.
Para los viejos y nostálgicos amantes del cine, de lo que implicaba como acto social y como consumo cultural, el traslado de preferencias ha sido sigiloso pero profundo. Hoy la mayoría de los espectadores, incluso los más exigentes, solo consume el cine que más le interesa, el que más le recomiendan, el que ha logrado atravesar el tamiz o viene acorazado con los nombres de grandes creadores, mientras dedican un tiempo cada vez mayor al consumo de series televisivas, viviendo a la saga de ellas y preguntándose unos a otros si ya han visto la última temporada de Juego de tronos. A los que no la han visto, ¿les cuento cómo termina?
*Escritor y periodista cubano, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015. Este artículo apareció en La Esquina de Padura en IPS y se publica en CaféFuerte con el consentimiento del autor.

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