Silencio en los estadios de béisbol: Ha muerto Cheíto Rodríguez, el Señor Jonrón

Silencio en los estadios de béisbol: Ha muerto Cheíto Rodríguez, el Señor Jonrón
Pedro José "Cheíto" Rodríguez (1955-2021) durante la temporada de 1978.

La noche de este sábado la despido con un desgarrador sentimiento de pérdida. Ha muerto uno de los más espectaculares bateadores cubanos de todos los tiempos: Pedro José “Cheíto” Rodríguez, el Señor Jonrón.

Cheíto falleció en su natal Cienfuegos a los 65 años, aquejado de una diabetes severa que lo llevó a diálisis y fue debilitándolo. El deceso se produjo por una insuficiencia renal.

No hubo en las Series Nacionales cubanas un toletero con la capacidad para disparar batazos descomunales como los que produjo en las 15 temporadas que jugó entre 1973 y 1991. Su estampa no era la de un bateador musculoso y espigado, sino todo lo contrario: un hombre de estatura normal y regordete, pero el misterio del jonrón estaba en sus muñecas y la rotación de su cuerpo para sacar el bate como nadie hacía mejor.

Cheíto fue y será la estampa del jonrón de la pelota contemporánea cubana, que ya ha pasado a ser un dibujo mental en medio de tantos desvaríos deportivos y gubernamentales. Su frecuencia de jonrón por cada 12,69 turnos al bate era realmente de otra galaxia.

Cuando la desvergüenza del régimen cubano lo sacó de los terrenos por haber recibido un regalo de $92 dólares de un colega venezolano, sus números avizoraban que Cheíto estaba listo para fijar los récords de bateo en niveles inconmensurables. La nota oficial de la Comisión Nacional de Béisbol, anunciando su suspensión fue publicada el 15 de julio de 1985.

Cifras de miedo

Con solo 29 años y 12 series jugadas, iba segundo en jonrones en la historia del béisbol cubano posterior a 1962, con 286, y tenía 935 carreras impulsadas, precedido solo por Antonio Muñoz y Agustín Marquetti. Acumulaba más de 2,100 bases recorridas, era primero en slugging y flys de sacrificio, y figuraba entre los cinco bateadores en casi todos los departamentos ofensivos, con un respetable y nada usual 290 de promedio, tratándose de un slugger.

Todavía prevalece su marca de cuadrangulares en una temporada, con 68, sumando 44 en la campaña nacional y 24 en competencias internacionales en ese año de gracia que fue 1978.

Cuando la muerte toca a la puerta de los familiares y seres queridos hay una sensación de dolor que resulta cercana y emocionalmente devastadora. Pero el impacto de estremecimiento suele sentirse también como un terremoto interno cuando los que parten fueron protagonistas de instantes memorables en tu vida, eso que a veces suele definirse como felicidad.

Y Cheíto Rodríguez, villareño, familiar, entrañable, está ligado a recuerdos esenciales para mí.

Uno se remonta a julio de 1974, cuando acababa de ser Novato del Año y formaba parte de la preselección nacional, y asistió al funeral de José Antonio Huelga en Sancti Spíritus. Comparecieron allí, en el edificio de la Colonia Española, en Independencia y Agramonte, todas las luminarias de la pelota cubana para honrar al estelarísimo pitcher espirituano. Fue a dos cuadras de mi casa y todos los entonces muchachos amantes del béisbol rodeamos a Cheíto en una esquina, porque era la figura más sorprendente de la Serie Nacional que acababa de concluir. Lo recuerdo cordial y hasta tímido ante tantas muestras de simpatía.

Un batazo de campeonato

El otro momento inolvidable tiene que ver con el juego decisivo de la IV Serie Selectiva, ganada por Las Villas en un cerrado duelo frente a Pinar del Río en el estadio Latinoamericano, en 1978.

Hay instantes y hasta sonidos que prevalecen para toda la vida. Momentos, como la película de María Luisa Bemberg. Uno de esos momentos fotográficos de los que no puedo -ni quiero- desprenderme es el batazo de Cheíto frente a Rogelio García en el noveno inning para decidir el partido y darle el campeonato a Las Villas. Lo recordaré por siempre, porque estaba en el graderío del center field y la pelota cayó a pocos metros de donde me hallaba sentado junto a otro amigo villareño, que luego se lo recordaba a cada minuto en la Beca de F y 3ra a un pinareño devastado.

El cierre no pudo ser mejor, porque fue Cheito quien capturó el trueno que metió por tercera Fernando Hernández para realizar una matanza de doble play cuando el partido estaba a punto de írsele de las manos a Las Villas.

Pero quiero evocar siempre a Cheíto Rodríguez como la metáfora más impactante de la injusticia en el béisbol cubano. Si hubiera un poco de dignidad en la jerarquía gubernamental, lo primero que debió hacer todo el aparataje de infames, desde el Pelotero el Jefe, el director del INDER y toda la morralla dirigente de la pelota, es haber organizado un gran desagravio para Pedro José Rodríguez.

Un gobierno que es capaz de tronchar carreras brillantes, conquistas únicas, empeños atléticos y aspiraciones de honor en función de absurdas normativas legales y voluntarismos políticos es un gobierno enfermo, espurio e impresentable.

Cheíto pudo acumular fácil unos 500 jonrones. Sacado de los terrenos en la plenitud de su carrera, como sucedió al gran Rey Vicente Anglada, el regreso del cienfuegüero ya no tuvo el mismo esplendor, ni el mismo ánimo, a fines de los 80s. Se había roto el embrujo de la racha, el ritmo del gladiador, y el retiro se hizo necesario.

Cuando este domingo en el juego de postemporada entre Matanzas y Cienfuegos se rinda un minuto de silencio a la memoria de Pedro José Rodríguez, habría que pedir además dos, tres, los minutos que hagan falta para limpiar una afrenta a la dignidad de un hombre cabal, gloria del béisbol y de Cuba, que fue ultrajado, condenado, marginado de sus destrezas por el mismo régimen que hoy se desgañita por los dólares como alternativa para salvar el pellejo político y la égida del poder.

No debemos olvidarlo. Por Pedro José Rodríguez, por el futuro de Cuba y por todos nosotros.

 

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