Memorias del olvido: Fidel Castro sale de la cárcel por obra y (des)gracia de una amnistía

Hace hoy 70 años quedó empedrado el camino para que Fidel Castro se convirtiera en el único exiliado de la historia de Cuba que vino de vuelta en zafarrancho de combate y ganó la guerra.

Memorias del olvido: Fidel Castro sale de la cárcel por obra y (des)gracia de una amnistía
Asaltantes del Moncada abandonan el presidio de Isla de Pinos a menos de dos años de haber perpetrado la acción armada. Al centro, Fidel Castro, a su derecha, Mario Chanes de Armas.

Por Arnaldo M. Fernández

“Nuestro Partido [Acción Progresista] y el Presidente [Fulgencio] Batista han amnistiado a los presos del Cuartel Moncada”, profirió Rafael Díaz-Balart con tono elogioso el 19 de abril de 1955, tal como está registrado en el Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, que puede consultarse en la Biblioteca Digital del Caribe gestionada por la Universidad de la Florida. Como líder de la bancada mayoritaria, Díaz-Balart sostuvo la Ley sobre Amnistía por Delitos Políticos, que sería publicada el 7 de mayo de 1955 en la Gaceta Oficial Extraordinaria Número 40.

Aunque en la leyenda del exilio cubano reza que se apeó en clave profética con que “esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días, muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo”, ni por asomo consta opinión, explicación ni discurso de Díaz-Balart contra Castro en aquellas sesiones.

Hay toda una bibliografía exilar con la presunta oposición a la amnistía del entonces legislador Díaz-Balart, pero la realidad es que ese texto no apareció nunca publicado en la Cuba previa a 1959, sino que apareció años después en los predios periodísticos y librescos de Miami.

Lo cierto es que a la semana y un día de publicarse la ley de amnistía, quedó truncada la sanción de cárcel que Fidel Castro debía cumplir el 31 de julio de 1968 como jefe del grupo armado que atacó de madrugada, con una estela de muertes, los cuarteles de Bayamo y Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953.

Hoy, en Nueva Gerona el oficialismo cubano celebró un acto nacional por los 70 años de la amnistía, que fue un triunfo de la presión popular como no es posible por estos días para liberar a pacíficos manifestantes en protestas públicas.

La Historia como legitimación

Tras salir del Reclusorio Nacional en Isla de Pinos, Castro se trasladó a la casa de los padres de uno de sus lugartenientes, Jesús “Chucho” Montané, en Nueva Gerona. Por la tarde dio conferencia de prensa en el Hotel Isla de Pinos y hasta largó un Manifiesto al Pueblo de Cuba. Por la noche abordó el ferry El Pinero rumbo a Batabanó y al día siguiente enfiló por ferrocarril hacia La Habana.

A la semana de estar Castro en la calle, la revista Bohemia soltaba en la sección “En Cuba” que su alegato de autodefensa en el juicio del Moncada había concluido así: “¡Condenadme! ¡No importa! ¡La historia me absolverá!”. Lo que ya no importaba era que la propia revista había reportado en la misma sección, el 27 de diciembre de 1953, otro cierre de aquel alegato: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”.

Tientos y diferencias

El 12 de junio de 1955, Castro fundó su Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7) y el 7 de julio estaba ya en Ciudad México con la idea de recurvar para seguir dando guerra a Batista. El 23 de octubre arribó a Nueva York para pasar cepillo a los cubanos residentes en Estados Unidos.

Si en la versión libresca de la precitada autodefensa (La historia me absolverá, 1954) invocó a José Martí quince veces, lo haría trece veces en el discurso que dio a los cubanos reunidos en Palm Garden el 30 de octubre de 1955.

El recibo de honor del MR-26-7 para quienes aportaran fondos se diseñó por los billetes del Partido Revolucionario Cubano de Martí, pero el acto contabilizó $700 dólares en inversión y $400 recuperados. No obstante, el Manifiesto No. 2 del 26 de Julio Al Pueblo de Cuba, que Castro largó en Nassau, Bahamas, el 10 de diciembre de 1955, incluyó este pasaje: “Todo lo hermoso de nuestra tradición histórica ha revivido en la emigración cubana con indescriptible fervor”.

Para junio de 1956, la recaudación de los llamados Clubes Patrióticos 26 de Julio en Nueva York, Bridgeport, Unión City, Miami, Tampa y Cayo Hueso no pasaba de $10,000. La promesa de recurva en son de guerra se cumpliría por pacto revolucionario con Carlos Prío, el presidente depuesto por Batista en 1952.

El 30 de octubre de 1957, Castro institucionalizaba por carta el Comité del Exilo 26 de Julio, que con sus filiales locales reemplazaban a los clubes patrióticos. El afianzamiento de la guerrilla en la Sierra Maestra condicionaría que, tan sólo en Nueva York, la recaudación pasara de $17,000 dólares entre mayo y julio de 1958, así como de $50,000 entre agosto y noviembre, tras ser derrotada la ofensiva batistiana de verano.

Para ese entonces el ministro presbiteriano Mario Llerena, quien fuera presidente fundador del Comité del Exilio 26 de Julio, advertía cómo iban engrosándose las filas de Castro con “trepadores a caza de posiciones, maestros en el jiujitsu de la intriga y la zancadilla; los mediocres y frustrados, repetidores de eslogan que traicionan no obstante a la primera vuelta de esquina; los aprendices indigestos de pólvora (…) Y rodeándolos a todos, sirviéndolos de coro y de contrafuerte, la masa de los conformes, de los sentimentales, de los ignorantes, de los cándidos”.

Y por aquel camino que se abrió el 15 de mayo de 1955, la ilusión colectiva de mejor orden político se diluiría en la hipocresía de la democracia bajo dictadura de partido único, que llegó al colmo con Fidel Castro ejerciéndola sin atributo formal de mando y terminó cuajando en ese estado de excepción en que hoy vive Cuba como regla.

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