Haydée Milanés: Sentimiento en estado puro
El paso de la cantante y compositora cubana por Madrid, la pasada semana, fue algo más que un evento que podría pensarse en torno a su persona: fue un momento muy alto en la cultura cubana.

Por Rosa Marquetti
Lo de Haydée Milanés en Madrid ha sido toda una jornada de eventos: tres conciertos sold-out en Recoletos Jazz, las presentaciones a la prensa y al público de la miniserie documental Son para despertar a una negrita, del director Alejandro Gutiérrez Morales, y una estela de asombros y emoción.
Intimidad fue una de las palabras mágicas. Fue eso lo que Haydée entregó con excelencia desde una comunión sentimental con su público, con sus seguidores, en cuya búsqueda pareciera que le iba la vida, para salir mucho más que airosa.
Si el solo anuncio de su presencia en Recoletos Jazz prometía ser un acontecimiento, lo de estas tres noches superó toda expectativa: Haydée cantó al oído de cada uno de los que asistíamos al milagro y entregó desde lo íntimo, con una técnica envidiable, su innegociable verdad, inaugurando un estilo que sublima todo lo que antes le habíamos escuchado y visto.
Era el sentimiento en estado puro, junto a una cubanía que le corre, orgánica, por las venas, y que afloraba de modo natural en los tres segmentos en que estructuró su propuesta cada noche, en tributos a Marta Valdés, a la trova tradicional cubana –en dúo espectacular con Javier Colina en una memorable segunda voz y un contrabajo que emula con los grandes cubanos del instrumento- y a su padre, Pablo Milanés. “Lamento cubano” (Eliseo Grenet), ese canto adolorido por Cuba, fue el puente que nos llevó a los cubanos a una tesitura emocional inesperada, pero sublime y necesaria.

La ciudad corrió la voz. Haydée Milanés está en otra dimensión. No son muchas las cantantes que pueden concitar la atención de nombres que allí estuvieron sin contener el asombro: productores como Nat Chediak; cineastas y escritores como el clan Trueba —Fernando, David y Jonás— o como Pavel Giroud Eirea; la actriz española Itsaso Arana; poetas, escritores e intelectuales como Antonio José Ponte, Camilo Venegas Yero, Gerardo Mosquera, Julio Llópiz Casal, Mayda Bustamante; músicos como el percusionista Amadito Valdés o el pianista Cucurucho Valdés; cantantes como Albita Rodríguez, Liuba María Hevia e Idania Valdés, y otros. Algunos, como peregrinos, vinieron de Estados Unidos, Dominicana y Suiza.
Y no es difícil imaginar que, en esencia espiritual, Marta Valdés y Pablo acompañaran a Haydée en esas tres noches maravillosas.
Disponiendo de un potentísimo archivo público y familiar entretejido hábilmente con el hilo conductor a través de Haydée y del proceso creativo en torno al álbum Amor –que unió a Haydeé y a su padre–, en Son para despertar a una negrita, Gutiérrez se propuso reconstruir y compartir el universo de intimidad y complicidad entre Haydée, su madre Zoe Álvarez y su padre Pablo Milanés, desde una infancia y adolescencia donde la música y el arte formaron con naturalidad parte de su vida cotidiana, marcada por la belleza, la sencillez, el humor, la cubanía.
En los siete capítulos, de 10 minutos cada uno –Amor, Las descargas, El gorila Pipón, El disco, La guitarra, Segundas voces y El concierto– se encuentran los orígenes de la excelencia de Haydée Milanés, y de su coherencia en los múltiples roles que asume a la hora de concebir un disco o un concierto, y donde no solo es cantante, sino que puede ser también productora y arreglista, dirigir voces o formatos instrumentales, hacer una inmersión profunda en el repertorio de los grandes compositores cubanos, o desentrañar las esencias de obras tan complejas y completas como las de Marta Valdés, José Antonio Méndez, Julio Gutiérrez, Sindo Garay, Oscar Hernández, Marcelino Guerra y Pablo Milanés, entre otros.
Son para despertar a una negrita trasciende el valor de lo íntimo para brillar como material audiovisual testimonial, como documento único y relevante de una etapa crucial en la vida y carrera de Pablo Milanés, donde Jorge Aragón, Eduardo Ramos y Frank Bejerano formaban su grupo acompañante, en una de los momentos más prolíficos y exultantes en su vida musical. La salud aún le acompañaba, y, entre otros proyectos, creó y dirigió la serie Años, los discos que dedicó –antes que nadie, incluso antes que Buena Vista Social Club– a la vieja trova cubana, y a los viejos soneros, como El Albino, Octavio Sánchez “Cotán”, Compay Segundo y Miguelito Cuní.
En todo eso estuvo la niña Haydée, permeándose, sin proponérselo, de aquella música, asistiendo a aquellos momentos únicos y hoy legendarios de descargas y trovadas en su casa, sentada casi siempre sobre las piernas de su padre.
Por eso, el paso de Haydée Milanés por Madrid la pasada semana, fue algo más que un evento que podría pensarse en torno a su persona: fue un momento muy alto en la cultura cubana, tan necesitada hoy de esa altura y esa sincera y reivindicadora coherencia.