Hospital Naval de La Habana: un grito de auxilio por la salud pública cubana

Por Edelberto García León
Era enero de 1992. Recuerdo claramente que el pueblo entero de Cuba vivía pendiente por aquellos días de la salud de un joven de 23 años, Rolando Pérez Quintosa, herido salvajemente en el intento de secuestro de una embarcación en la Base Náutica de Tarará, al este de La Habana.
Desde la madrugada del 9 de enero, aquel muchacho libraba una dura batalla contra la muerte en una sala del Hospital Militar “Luis Díaz Soto”, conocido por los cubanos como el Hospital Naval. Por mi condición de reportero de un medio de prensa de alcance nacional se me asignó el seguimiento de su situación de salud, que actualizaba a partir de partes médicos que se sucedían hora tras hora, con la mediación y presencia del propio Fidel Castro.
Esos días me enseñaron cuánto podía luchar un equipo médico multidisciplinario por salvar la vida de un paciente herido por cuatro impactos de bala, una de las cuales le hizo estallar prácticamente el colon. Los pronósticos de supervivencia no superaban el 1 % de posibilidades, pero los médicos del Naval pusieron todo para salvarle y laboraron incansablemente, a abdomen abierto para combatir la infección.
Hubo un momento en que 70 profesionales trabajaban a la vez por salvar su vida, pero a los 37 días de cuidados se perdió aquella intensa batalla.
Aún resuenan en mi memoria los gritos de ”¡Paredón, Paredón!”, coreados por una multitud ansiosa de venganza a la salida del juicio contra los autores del crimen.
El Hospital Naval estaba por aquel entonces bajo la dirección de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y ofrecía servicios exclusivos a combatientes y sus familiares. La economía cubana atravesaba un momento de crisis y muchos hospitales comenzaban a sentir el rigor de las limitaciones materiales.
En pocos años el Naval fue quedando como uno de los centros con mejores condiciones para superar una condición grave de salud, de modo que el gobierno descentralizó sus servicios y los abrió para toda la población, beneficiando notablemente a los pobladores de los municipios del este de La Habana.
El Naval fue inaugurado oficialmente el 3 de diciembre de 1962. En sus salas han ingresado más de 800 mil pacientes, sus quirófanos han acogido cerca de 500 mil intervenciones quirúrgicas y casi 80 mil infantes han nacido allí.
Yo mismo recibí allí atención médica más de una vez. Lo mismo puedo decir de familiares y amigos, siempre con el mejor servicio y la mayor delicadeza hacia nosotros. Allí atendieron a mi abuela y lograron que superara su isquemia cerebral, de la cual emergió con muy pocas secuelas. Y allí murió muchos años después cuando ya superaba los 90.
Pero hoy la situación del Cuerpo de Guardia del Hospital “Luís Díaz Soto” es una vergüenza para el sistema de salud cubano.
Fue casual, repentina, mi permanencia allí durante dos días, el pasado fin de semana, acompañando a un familiar en delicado estado de salud hasta tanto se desocupara una cama en la sala de terapia intermedia del hospital, lo cual solo fue posible después de 48 horas.
Mucho de lo que pudimos apreciar está registrado en fotos, capturadas en los pasillos mientras emprendíamos las gestiones para contribuir a salvar la vida de nuestro familiar. Las imágenes muestran áreas del Cuerpo de Guardia, el sitio destinado a las urgencias y cuyo estado deplorable pone en riesgo la vida de pacientes.
A ello debemos agregar la pobre calidad de los servicios médicos, la lentitud, el errático desempeño de las jóvenes enfermeras incapaces de colocar un catéter en una vena y técnicos de laboratorio durmiendo en un colchón en el piso, molestos por tener que realizar un examen de sangre.
Una laboratorista durmiente no tiene palabras ni energía para informarnos sobre los resultados de los exámenes y sólo señala con gestos hacia el pomo donde se colocan los “resultados”. La profesionalidad se ha escapado de aquellas salas, al menos durante los turnos de la noche.
Puede apreciarse la mugre y humedad en el pasillo que lleva a uno de los laboratorios del servicio de emergencia. En otras fotos, los apósitos tirados en cualquier rincón y la suciedad de los baños, o un paciente lesionado que ha recibido atención, pero espera el amanecer para tomar un ómnibus y marchar a su casa porque no existe un servicio de transporte para estos casos.
Hay sillones de ruedas y camillas de calidad en la puerta de urgencias, pero quienes deben acudir en ayuda de los enfermos permanecen reunidos haciendo cuentos, como si ya el trabajo hubiese terminado, y no reaccionan en lo más mínimo ante la evidente necesidad de su servicio.
Sería una irresponsabilidad de mi parte permanecer callado. Creemos que estas imágenes pueden sensibilizar a la opinión pública y lograr una reacción de las autoridades correspondientes,
Un médico especialista, vestido de impecable uniforme militar, me respondió así cuando le solicité ayuda para localizar a algún empleado que fuera capaz de limpiar los baños: “No tenemos nada que ver con eso, tiene que dirigirse a la recepción e informar de eso. Pero, además, ese no es el único baño que tenemos”.
La sala de Emergencias del Hospital Naval se pudre por desidia y parece que a nadie la importa.