En el centenario de Juana Bacallao, our Queen of the Night

Maga de la improvisación, dueña de ese "libreto terrible" que alguna vez dijo era su vida, la artista se adueñó de otros epítetos hasta coronarse como Juana La Cubana.

En el centenario de Juana Bacallao, our Queen of the Night
Juana Bacallao, reina del choteo y la simpatía cubanos. Foto: NEM/Facebook.

Por Norge Espinosa Mendoza

Tenía que ser Géminis, me digo, para sobrevivir a la creación del personaje al que se entregó de cuerpo entero y a tiempo completo a lo largo de su extensa vida, y sobrevivir a tal hazaña. Este 26 de mayo estaría cumpliendo cien años la reina de las noches cubanas, nuestra última excéntrica musical, la mujer que fue al mismo tiempo Juana Bacallao y Neris Amelia Martínez Salazar (1925-2024). También como Géminis, nació dos veces: con ese nombre de mujer humilde y con el que Obdulio Morales la rebautizó para que naciera en las pistas de tantos centros nocturnos, aunque ella luego, como quien estaba ya consciente de su dimensión, se adueñó de otros epítetos hasta coronarse como Juana La Cubana.

Así logró percibir en esa vida dura que es la del cabaret, con las noches de bohemia y largas madrugadas que se pierden en la memoria de un público siempre caprichoso. Ella batalló en ese mundo, y tuvo como mejor arma su chispa, su sentido vivo del ingenio, su capacidad para acuñar frases que luego el imaginario popular le devolvía, y que la convirtieron en protagonista de anécdotas delirantes. Indomable e impredecible, fue una todoterreno, que arrancaba lo mismo risas y carcajadas en La Caperucita se Divierte, que halagos de Beyoncé. Había que creerle su manera de contar un encuentro lo mismo con Michael Jackson que con Celia Cruz, junto a la cual aparece en una foto memorable: dos guerreras y sobrevivientes de tantas mareas, que nunca lograron doblegarlas. Y quizás esa sea la mayor lección que nos dejaron Neris Amelia y su alter ego: la Bacallao, una lección de resistencia que ponía a prueba la paciencia de comisarios y censores mientras el público de esas noches las adoraba.

Me habían pedido hablar sobre ella en un panel que acabó por no suceder, a la espera de un mejor momento. Ojalá que la promesa de ese conversatorio en su homenaje no se disuelva, y este 2025 la reconozca en numerosos homenajes. Ella, mujer de origen humilde, que no tuvo estudios superiores, que fue descubierta mientras cantaba limpiando una escalera y bajó esos escalones ya para convertirse en Juana Bacallao, tenia un doctorado en Choteo y Simpatía que nadie podía arrebatarle, superando las profecías que Jorge Mañach pudo hacer al respecto.

Ella era el golpe de risa al que apelábamos para resistir justamente otros golpes, la respuesta fulminante que operaba como reacción a lo terrible, y se resolvía en carcajada. Y de la cual podía esperarse siempre, a manera de conjuro, una frase que al tiempo que nos devolvía a la realidad, la elevaba a otro nivel, a otro grado donde la risa y el ingenio popular lograban conciliar lo tremendo y lo inesperado. Diva del improntu, estrella indómita, lo que ella encarnó nos supera, porque Juana, acaso sin saberlo, lograba conciliar en su pequeña figura tantos extremos de nuestra identidad, como demostró lo mismo en La Habana, Francia, México o Miami. Ella, que demandaba a los músicos de Tiembla Tierra no fallar en los ensayos con aquello de : “¡Y así quieren viajar!”

Feliz centenario, Neris Amelia. Y feliz vida en los escenarios agradecidos de la memoria, Juana Bacallao. Maga de la improvisación, dueña de ese “libreto terrible” que alguna vez dijo era su vida, “La vida es dura”, dice ahí, recordando tantos momentos difíciles. Y sin dudas, lo sigue siendo. En medio de tanto y de tan poco, nombrarla en su centenario es huir de toda formalidad para celebrarla.

Y para aprender de ella cada día, saliendo a la calle con el mismo impulso que ella sacaba de toda su biografía para que arrancara a sonar la orquesta, y empezara otra infinita noche de cabaret: “¡Ataca, yénica!”

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