Guillermo Rigondeaux: La hora de decidir

Rigondeaux

Guillermo Rigondeaux (izq.) en la pelea contra Joseph Agbeko., el pasado 7 de diciembre.


Por Alberto Aguila
El estilo controversial de Guillermo Rigondeaux, peleando a distancia, con golpes aislados que marcan puntos sin ataques o ráfagas de impactos certeros, originó más comentarios que su reciente victoria en la pelea contra el africano Joseph Agbeko.
¿Una victoria pírrica para Rigondeaux?
Triunfo aparte, el combate fue tan pálido que comprometió seriamente el futuro del  campeón mundial de las 122 libras, avalado por dos de las entidades que rigen hoy el desordenado mundo del pugilismo.
Esta era la gran oportunidad del santiaguero para empinarse y vencer con un ataque despiadado al apocado rival, que más pareció un asustadizo preliminarista que un gladiador en busca de su corona.
Después de que  su demostración anterior ante Nonito Donaire motivara despreciativas palabras por parte de los magnates que comandan el boxeo, era inevitable que Rigondeaux saliera a triunfar por todo lo alto, combatiendo o haciendo combatir de campana a campana a su pusilánime oponente, en busca, no ya de gloria, sino de pleitos que le proporcionaran grandes dividendos económicos. Ciertamente, los que ponen el dinero pagan por ver golpes, no fintas ni demostraciones de elegancia sobre el ring.
Un buen boxeador malo
“¿Por qué Rigondeaux siendo tan buen boxeador le resulta tan malo a la mayoría de los fanáticos? La pregunta se responde sola: el espectáculo es la industria de la emoción. Sin emoción no hay público y sin público no hay dinero para pagarles a los encargados de vender sus emociones. El cubano no vende emoción y en este combate no pudo, o no quiso cambiar esa historia”, comentó el columnista Bernardo Pilatti, escritor de ESPN y conocido periodista de deportes de combate desde 1978.
Pilatti agregó: “El cubano lanzó cientos de golpes y Agbeko muchos menos, pero no se alcanzaron, iban a los guantes,terminaron la batalla con los rostros inmaculados, pocos de sus puñetazos dieron en el blanco, todo fue tan penosamente aburrido que fue en el sexto asalto, que el derrotado alcanzó con un solo golpe a Rigo y en el noveno apenas logró siete impactos”.
Pilatti ha puesto el dedo sobre la llaga. El público no paga un boleto para ver a dos individuos que pasan 12 rounds evitando el intercambio. Todo el mundo vio cuando desde su propia esquina le pedían agresividad a Rigondeaux en aras del espectáculo. Y va siendo hora de un cambio de estrategia o de olvidarse de los grandes pleitos por el sistema televisivo Pague para ver.
Dar para cobrar
Muchos repiten la acuñada frase que “el arte del boxeo es dar y que no te den..”, pero el que la dijo, si es que alguien se refirió al boxeo, fue un general chino hace mil años. Lo expresó cuando no existía la televisión, con sus numerosas cámaras que recogen y repiten exactamente lo  ocurrido, y nadie pagaba como ahora, entre 50 y 60 dólares por ver un deporte de acciones casi constantes, no para llenar la noche de bostezos.
Hay una expresión que le viene como anillo al dedo al acontecer entre las doce cuerdas: “El ataque es la mejor defensa”, lo que se ve en disciplinas de gran demanda. Los atacantes son los reyes del deporte. Pelé y Maradona, Messi y Cristiano Ronaldo, Michael Jordan y  LeBron James, son los favoritos a través de la historia de cualquier deporte. Ni porteros, ni repartidores de juegos, llenan los estadios.
Y en el boxeo es igual. No hay que engañarse y mucho menos en la era del desenfreno y la espectacularidad.
La historia  de maravillosos cubanos como Kid Chocolate, Kid Gavilán, Ultiminio Ramos, José “Mantequilla” Nápoles y Luis Manuel  Rodríguez  está repleta de pleitos en los que fueron verdaderos artífices para girar alrededor de fogosos contrarios, pelearles de riposta y robarles el ataque con andanadas de golpes, los que los llevaron a ser preferidos de la afición del mundo pugilístico.
Fajadores de historia
Para ponerlo en la perspectiva de sus coterráneos más cercanos en el tiempo: Rigondeaux no sale a decidir sus combates como solían hacerlo Teófilo Stevenson, Felix Savón, José Gómez, Emilio Correa, Pablo Romero o Angel Herrera, por solo citar los nombres de algunos peleadores que le antecedieron.
No alcanzarían páginas para explicar las razones de cómo es que actualmente existan tantos campeones. Rigondeaux es titular de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) que tiene sus oficinas en Panama City, Florida, y de la Organización Mundial de Boxeo (OMB), que radica en Puerto Rico.
Paralelamente, el mexicano Leodegario “Leo” Santa Cruz es titular de las 122 libras por el Consejo Mundial de Boxeo (CMB), que tiene su sede en México; y Francisco “Kiko” Martínez, nacido en España, es el titular de las 122 libras de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), con base en Nueva Jersey.
No es de dudar que en un tiempo cercano haya más campeones, supercampeones y campeones interinos que boxeadores. Rigondeaux está dentro de ese mundillo.
A los 33 años
Si resultara prudente un consejo para el compatriota, le recomendaría marcharse a países del continente asiático como Japón, Tailandia, Filipinas y Corea del Sur, lugares donde los púgiles de entre 105 y 126 libras tienen gran aceptación. Porque en Norteámerica no gustan los peleadores de pesos pequeños. Nunca han gustado: aqui la preferencia está en boxeadores de divisiones superiores y en los grandes pegadores.
México no es recomendable. Allí  la competencia es para los fajadores, para los que tiran constantemente, aunque reciban lluvias de golpes. En cuanto a Miami, no es tierra que sirva de pedestal a los boxeadores de ninguna nacionalidad. Nunca lo fue. La Capital del Sol es una quimera, una ficción para todos los boxeadores cubanos que permanecen aquí en estos comienzos del siglo XXI.
El cuento del boxeo cubano en Miami lo estoy oyendo desde aquel Dream Team del Exilio de los años 90. Pero el cuadrilátero sigue igual, las carteleras no arrastran espectadores apasionados y la gente quiere ver buen boxeo sin pagar un boleto decente para sentarse a ver peleadores de clase.
Rigondeaux debe pensar muy bien el próximo paso antes de tirar un golpe más. Los 33 años es una edad para hacer decisiones definitivas en un deporte como el boxeo.

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