¿Qué fue de Mantequilla Nápoles?

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“Mantequilla” Nápoles: “Ya no soy un peso welter”

Por Jesús Sierra*

CIUDAD JUAREZ.- El brillo de la mirada que examina un puro que sostiene con las manos me dice de inmediato que estoy ante un hombre vivaz y un tanto travieso, con 73 años de edad, pero transparente, sin tapujos, que lo único que desea es seguir siendo él mismo.

A partir de ese momento, la conversación con José Ángel Nápoles fluyó como cuchillo en mantequilla. Este viaje se inició en una cantina de la ciudad de México y culminó en otra, pero en Ciudad Juárez. El asombro que causó a mi interlocutor en la cantina chilanga la revelación de que el mismísimo ‘Mantequilla’ Nápoles radicaba desde hace un par de décadas en Juárez me hizo recordar la impresión que en su momento me causó ver por primera vez al campeón caminar tranquilamente por las calles del centro de la ciudad fronteriza, hace ya más de 15 años.

José Ángel nació en Santiago de Cuba en 1940 y se inició en el boxeo amateur en un gimnasio frente a la casa de su padre. En un principio, no era conocido como Mantequilla, pero un error previo a una pelea lo llevó a apropiarse del apodo que originalmente era de su hermano mayor. Antes, José Ángel era conocido como el ‘Minino’. Cuando Fidel Castro asumió el poder en la isla, en 1961, quedó prohibido el boxeo profesional por lo que Nápoles, al igual que varios peleadores cubanos, buscó la manera de abandonar Cuba y llegó a México en 1962 para continuar su carrera. El 18 de abril de 1969, en un combate en Los Ángeles contra el estadounidense Curtis Coke se coronó campeón mundial wélter por parte del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).

La leyenda en la frontera

En Juárez, las anécdotas sobre él se apilan como los cientos de polvosos vasos de veladoras amontonados en el piso de un pequeño cuarto lindante al gimnasio de los Baños Roma, donde hasta hace poco el campeón acudía a entrenar a chicos de Juárez y de la vecina El Paso, Texas. Sin embargo, los juarenses sabemos que el ‘Mantequilla’ sigue ahí, de pronto visto en algún Sanborns, en una clínica del IMSS o esporádicamente en eventos deportivos y políticos. Y es que, pese a los recientes e hiperbólicos reportes que ya hablaban de “la campanada del último round” y cosas por el estilo, en Juárez se sabe que el campeón no se va a ir así como así.

Salí de la ciudad de México un domingo por la mañana con la tarea de encontrarlo. Las notas periodísticas sobre su estado de salud me hicieron creer que hallarlo —y más aún hablar con él— no sería fácil. A mi llegada a Ciudad Juárez me topé con un panorama inesperado: una ciudad devastada, entre otras cosas, por años de crudos enfrentamientos entre grupos del crimen organizado pero con una sociedad ansiosa por no ceder más espacios, envalentonada.

Mi punto de partida fueron los Baños Roma, un histórico recinto deportivo en la zona centro de la Nápoles llegó a Ciudad Juárez a principios de los noventa, a petición de un canal de televisión local que lo requería para que entrenara a un boxeador duranguense radicado en Juárez. Ante el desinterés del potencial pupilo, quien consideró que no tenía nada que aprenderle, el Mantequilla no hizo nada, pero se quedó en la ciudad.

Venciendo a la báscula

Luego de mi parada obligatoria en un puesto de tortas de colita de pavo, me reuní con el doctor Lorenzo Soberanes, amigo cercano del cubano y coordinador del Consejo Médico del CMB para Latinoamérica y los países de habla hispana. Soberanes da cuenta de la situación actual del Mantequilla y subraya que, por el momento, no hay nada que temer. “Determinamos que traía problemas de diabetes mellitus, que traía un poquito de problemas de desnutrición”, detalla. “En realidad le cuesta un poco de trabajo [conversar] por cuestiones de memoria, pero finalmente sí está muy accesible y se acuerda de muchas cosas básicas. Pero está viviendo una vida tranquila, plena”.

De pronto su relato se remonta a su infancia en la ciudad de México, donde conoció a un joven ‘Mantequilla’ que, bondadosamente, ayudaba a la gente del vecindario. “Yo a José Ángel lo conozco desde que era niño. Yo soy de la ciudad de México y yo vivía en La Villa y él frecuentaba la colonia Martín Carrera, donde se juntaba en un taller de hojalatería”, recuerda. “Yo tenía, no sé, 10 años, algo por el estilo, cuando él ya era un campeón mundial”. “Era muy amigable, muy espléndido con las personas. Le regalaba dinero a la gente”, añade el médico. “Ponía a las señoras a competir, a correr de espaldas, las ponía a correr alrededor de la manzana y a la que llegara primero le daba una cantidad de dinero para el mandado”. Esa bondad, apunta, se la trajo consigo a la frontera. “José Ángel es muy querido. Podemos destacar esa parte de él como persona. Todo mundo le tiene mucho respeto”, sentencia Soberanes.

Me despido del doctor con la cabeza llena de mis propios recuerdos, de cómo mi abuelo paterno también lo mencionaba ocasionalmente, de tantos mitos en torno a la vida del campeón después del pugilismo profesional, de lo que este hombre aportó al boxeo, de tantas veces que, asombrado, vi por televisión repeticiones de sus combates, de sus golpes inesperados y su disciplina.

Dos días después, me reuní con otro médico. José Delgado Armendáriz, psiquiatra del IMSS, quien me explica cómo fue la reciente y breve estadía del Mantequilla en la Clínica 6 del Instituto. “Al campeón yo lo veía por cuadros depresivos crónicos, no graves. Y él llega con un cuadro de desnutrición, secundario a una diabetes mellitus tipo 2”, dice y reitera que Nápoles no presenta el cuadro de demencia pugilística ni el cáncer de páncreas que se habían mencionado en los medios, aunque reconoció que olvida aspectos o etapas de su vida, simplemente debido a su edad.

“Su disciplina en el gimnasio y su estrategia basada en no recibir tantos golpes le favorecieron”, dice Delgado. Además de ofrecer información sobre su estado de salud, el médico asegura que lo más valioso de su encuentro con el campeón fue la oportunidad de haber corroborado su calidad humana. Eso me tranquiliza para la última cita concertada con el mismo boxeador.

El campeón

Jueves, cuatro de la tarde. Me reciben en el comedor de una vivienda en la colonia Partido Romero y converso con Bertha Navarro, la mujer actual del boxeador, antes que éste saliera de la habitación. La mujer escucha atentamente los motivos que me llevaron a su casa y poco a poco pierde esa desconfianza propia de quien ha leído con malestar demasiadas notas y reportajes deprimentes de otros a quienes, igual que a mí, ha atendido. De pronto, bajo el marco de la puerta de una habitación junto a mí, se ve la silueta del ‘Mantequilla’. Yo le había llevado un puro y él lo revisa con brillo en la mirada. “Mira, mamá, éste se llama cachumbambé. Éste no me lo fumo rápido”, dice. Y sí, como la palabra cubana, el enorme puro se asemeja a un sube y baja. “Este me dura una hora”.

La conversación con el ex pugilista gira en torno a su estado actual, a su vida en Juárez y a recuerdos como boxeador. “Ultiminio Ramos [otro importante boxeador cubano de su generación] es mi amigo desde hace tiempo, y entrenábamos juntos. Nos dábamos en la madre. Siempre quería darme duro y yo no me dejaba”, recuerda. Aunque a veces su memoria lo engaña, el cubano no pierde su buen humor.

—Yo peleé con el de México… cómo se llama ese cabrón, que era famoso, peso ligero… yo peleé con él y le rompí su madre.

—José, no sea grosero que lo están grabando -pide Bertha.

—Es que eso sale natural.

Nápoles muestra su sonrisa, una que se ensancha cuando su esposa le llama la atención desde la cocina. En ese momento, gesticula. Se trata de un gesto que evidencia la complicidad que tiene con ella, pero también la actitud relajada que tiene ante la vida. Llega el fotógrafo, y el ‘Mantequilla’ se abre: exhibe con orgullo cinturones y trofeos, ríe constantemente y come un poco de arroz con leche. Luego, le sugerimos que vayamos juntos a los Baños Roma y nos permita ver el interior del gimnasio. Él acepta. Al fondo del local y en un tercer piso al que se llega por unas escaleras estrechas poco iluminadas, está un gimnasio equipado con nuevos costales, perillas, bolas medicinales, manoplas y cojines para golpes y un cuadrilátero. Su mirada brilla de nuevo.

En un muro, se ve una fotografía en la que un joven Nápoles, con sombrero de charro, es recibido por un grupo de mariachis a su llegada al aeropuerto de París-Orly previo a su combate contra el argentino Carlos Monzón. Bajo la foto y escrito a mano, un fragmento del memorable cuento “La noche de Mantequilla”, de Julio Cortázar, texto que gira alrededor de esa pelea. Nos señala dónde se ubica mientras entrena a niños y jóvenes de ambos sexos, dónde arroja los vasos vacíos de las veladoras una vez que éstas se consumen frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe, nos explica cómo solía golpear la perilla y revela que el costal fue el equipo más duro a lo largo de su carrera boxística.

Anochece y es hora de que el campeón vuelva a casa. Antes de irnos, se toma unas últimas fotografías. Empleados y clientes del gimnasio se acercan a saludar. Dejamos el local y lo despedimos. A pesar de que lo había visto varias veces por las calles de Ciudad Juárez, es extraño que haya sido una charla de cantina en el
DF y muchos años después, lo que me acercó al campeón.

Golpe bajo

Dos días después, charlando frente a la barra de El Recreo, surgen nuevamente anécdotas de personas que lo conocieron un poco más, de quienes llegaron a pisar El Negro Santo, un bar desaparecido que fue propiedad de Nápoles en la colonia Fronteriza. Hay que recordar que el ‘Mantequilla’ fue amigo cercano de Javier Solís y de El Santo, así que historias hay. Me preparo para dejar Juárez, que paradójicamente acogió al ‘Mantequilla’ pero no le abrió las puertas de su salón de la fama del deporte local. El doctor Soberanes se lamenta que las autoridades digan que el campeón no puede ser investido ya que “no era de aquí”. Como si sus más de 20 años en esta ciudad fueran poca cosa. El ‘Mantequilla’ se retiró del pugilismo luego de perder una pelea contra el británico John H. Stracey en diciembre de 1975 en la Monumental Plaza de Toros México, en la capital mexicana. Se fue con marca de 77 victorias, 54 de ellas por nocaut y siete derrotas.

Sin embargo, el número de victorias o derrotas y nocauts no refleja el impacto que dejó en la gente, ya sea quienes lo han conocido o los miles de aficionados del boxeo que más de 35 años después de su última pelea siguen recordándolo. El relato de Cortázar está basado en una de esas siete derrotas que padeció el ‘Mantequilla’. El texto dice: “Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca, saludando antes de perderse en el torbellino de los abrazos y los flashes. Era un final sin belleza pero indiscutible”.

No me cabe duda que el Mantequilla se mantiene en su esquina, en la frontera mexicana, pero a la espera de otro round en esta realidad. “Ya no soy un peso wélter”, me dice sonriendo.

*Periodista mexicano. Este artículo fue publicado en SoHoMéxico.com y se reproduce en CaféFuerte con el consentimiento expreso de su autor.

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