Casablanca, una vieja fotografía de Cabrera Infante

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman: el mito que no cesa.

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman: el mito que no cesa.

El mundo cinematográfico celebra este 26 de noviembre los 70 años del estreno en Nueva York de una película mito, una obra que hizo época y desató la más acendrada vocación de culto entre millones de personas: Casablanca, dirigida por Michael Curtiz.

En 1956, un joven crítico cinematográfico cubano que devendría con los años figura imprescindible de la literatura hispanoamericana, escribió sobre el filme en la revista Carteles en términos no precisamente de complacencia.

Así vio entonces Guillermo Cabrera Infante, G.Cain, a Casablanca, como quien mira a una vieja fotografía para imaginar que puede ganarle la batalla al tiempo. La viñeta formó parte de Un oficio del siglo XX, publicado por Ediciones R en 1963.

CABALLEROS Y FELONES

Por G. Caín

Casablanca es un reestreno de la exitosa cinta Warner de hace quince años. En ella estaban actores tan eficaces como Humphrey Bogart, Peter Lorre, Claude Rains y Paul Henreid. En ella aparecían de carne y hueso actores que hoy son fantasmas: Sidney Greenstreet, Conrad Veidt y S. Z. Zakall. Y, last but not least, también estaba esa bella mujer, esa gran actriz, esa persnalidad enormemente atractiva que se llama Ingrid Bergman. Infortunadamente, desaprovechada, malgastada, como siempre en Hollywood. Hablar -¿o escribir?- de Casablanca es como mirar una vieja fotografía: ahí está uno, pero de alguna manera ése no es uno: por el medio está el recuerdo, el tiempo pasado y la renovada presencia fotográfica, ganada su batalla al tiempo, pero perdiéndola, porque el tiempo no pasa: pasa uno por él y como en un estrecho pasadizo de zarzas se deja el vestido y la piel en sus espinas: en fin, que el tiempo es como la banca en la ruleta, siempre gana, aun perdiendo gana. Y ha ganado contra Casablanca. ¿Es esa cinta obsoleta, distante, casi ridícula y seguramente falsa la que uno recordaba con amor? ¿Es la petulante parte de Claude Rains el rol de caballero-bajo-un-cínico que guardábamos en la memoria? ¿Y Humphrey Bogart, no es una caricatura de lo que pretende ser, con su labio inmóvil, sus respuestas lacónicas y su absurda valentía existencialista? ¿Y Paul Henreid no está ridículo como el héroe de la Resistencia que le obligan a ser, quien en vez de conspirar bajo tierra y mantenerse oculto se dedica a dirigir la Marsellesa frente a los alemanes, como un risible aprendiz de Stokowski? ¿Y Conrad Veidt, con su acento alemán verdadero convertido en postizo por lo falso del rol de estúpido caballero prusiano? A las preguntas del cronista, puede preguntar el lector: “¿Y entonces los cuatro puntos, la señal de excelencia, a qué vienen?”. Son por el recuerdo.

Carteles, La Habana, 2 de junio de 1956

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