Doimeadiós: En Cuba aprendimos a querer a Alvarez Guedes en la distancia

Doimeadios-display

Osvaldo Doimeadiós en Miami. Foto: Luis Leonel León.


Por Luis Leonel León
Aunque su fama se debe sobre todo a los simpáticos personajes Mañeña y Margot, Osvaldo Doimeadiós es un actor que viaja de la comedia al drama con total libertad, profesionalismo y placer.
Sus interpretaciones y puestas en escena han sido premiadas en Penumbra en el Noveno Cuarto, Sócrates, Tardes Grises, Un jesuita de la literatura, Viaje de un largo día hacia la noche, y otras obras, la mayoría bajo la dirección de Carlos Díaz, a quien debe personajes en Calígula, Fedra, Las viejas putas, Ceremonia para actores desesperados, Tartufo y otros exitosas creaciones por toda una década.
Ha actuado en películas como Habana Blues, Amor Vertical, El elefante y la bicicleta, Operación Fangio, Personal Belongins, El Premio Flaco, Lisanka, Los Bañistas, Boleto al paraíso, Y sin embargo.
Muy aplaudidos han sido sus monólogos Santa Cecilia y Josefina la viajera, ambos de Abilio Estévez, autor exiliado en Barcelona por el que siente predilección.
Desde que estudiaba en el Instituto Superior de Arte, se sintió muy atraído por el humor. De ahí que fundara el legendario grupo Sala-Manca, que debe su nombre a las “eternas carencias que nos acompañaban en nuestras presentaciones. Siempre que íbamos a actuar algo nos faltaba: sonido, luces, vestuario, escenografía”, recordó. Ha trabajado con otros grupos como Pagola la Paga y Humoris Causa, también muy populares y con un tipo de humor que no solo procura hacer reír, sino también pensar, especialmente sobre el áspero contexto cubano.
Doimeadiós regresó a Cuba hace unos días, luego de las presentaciones que tuviera en el Colony Theater de Miami Beach con la obra Ana en el trópico, de Nilo Cruz,  coproducida por FUNDARTE de Miami y Teatro El Público de La Habana.
Cable a tierra
Tus personajes no son hacedores de chistes, dialogan con su realidad y, aunque parezcan ingenuos, intentan una crítica social. ¿Es lo que buscas?
Siempre lo intento. Desde el comienzo traté que fuera así. Considero que los personajes deben tener ese cable a tierra con su momento y participar con su diálogo en el análisis social. Y los actores debemos dejar salir nuestras inquietudes y angustias, todo lo que sentimos, pues somos un termómetro. Es una manera de exorcizarnos con esos personajes de humor. Es humor puede ser una válvula de escape, pero también un detonador.
¿Qué imagen sientes al escuchar la palabra “humorista”?
El humor es una manera de reaccionar, sentir, presentir, actuar con cierto sentido del ritmo. En el chiste hay escalas, rupturas, acordes que se acompañan, porque el humor también es música. Las personas con esa posibilidad de captar o de cantar esa melodía, hablando metafóricamente, pareciera que tienen una predisposición natural al humor. Y deben usarla para bien. Los humoristas tenemos que tener el oído como antenas para captar y vivirlo todo. Nuestros personajes, al final, están llenos de muchas personas que vamos conociendo, muchas voces que escuchamos.
¿Qué le debes al humor?
El humor, además de un buen entrenamiento escénico en todos los medios, me dio la posibilidad de conocerme a mí mismo. Uno aprende de todo y de todos, desde el cine, el teatro, la televisión, hasta los espectáculos que sin llegar a ser de Cabaret se hacen en sitios nocturnos y tienen otras condicionantes y maneras de enfocarse. Cuando uno se para en un escenario, no importa el género, hay reglas que aprender y respetar. El arte del actor, aunque parezca un contrasentido, es el arte de escapar de uno mismo para conocerse uno mismo. Y para ello el trabajo es el único camino.
Actor y otras cosas
Además de actuar, ¿cómo ha sido verte en la piel de otros oficios?
Soy un actor al que la necesidad ha conducido hacer otras cosas. Un actor en el papel de guionista y del director. La realidad me ha obligado a escribir, dirigir, producir, diseñar luces, bandas sonoras de mis espectáculos. A veces las necesidades más  elementales, y a veces la necesidad creativa de no encontrar la persona indicada y tener uno mismo que escribir o hacer otras cosas.
¿Cómo se te da la escritura?
Te confieso que me cuesta muchísimo trabajo escribir. Funciono más por la oralidad, por la improvisación. Me pasan las cosas tan rápidamente por la cabeza, que llevar eso al papel me es muy difícil. Pero cuando he tenido que hacerlo siempre me esfuerzo. Y cuando uno conoce las biografías de los personajes, sus sistemas de relaciones con otros, el tipo de humor de cada personaje, es más fácil escribir la historia. A veces es la propia historia o la propia situación la que me impulsa a escribir. De verdad no me creo un guionista ideal, pues soy muy haragán. Me gusta más actuar e improvisar.
¿Luego de más dos décadas en diversos escenarios, donde te ves mejor o más cómodo: en el humor o en el drama?
En los dos por igual. Sobre todo lo que me gusta es enamorarme del proyecto, del personaje, sin importarme el género. Lo que pasa con el humor es que es muy agradecido. Es tan gratificante sentir que todo el mundo se divierte. Y creo que pasa porque la risa es afirmación de la vida.
Sin permiso para reir
¿Está bien que el Estado-gobierno sea quien diga de lo que se puede o no reír el humorista?
Nunca he pedido permiso a nadie sobre lo que debo o no reírme. En la medida de que el humorista madura y aprende, lee más, se informa, inevitablemente se va ganando más el derecho de abordar de manera frontal la realidad. Claro que hay censura. Pero en los últimos espectáculos de humor que he hecho en Cuba, he sido más autorreferencial, me he expuesto más a mí mismo, y siento que eso me da más derecho a hacerlo. Y continuaré haciéndolo.
Uno de los grandes humoristas cubanos, Guillermo Álvarez Guedes, murió este año sin regresar a Cuba, y millones de cubanos sin poder disfrutarlo. ¿Qué crees de eso?  
Una pena que así sucediera. Fue cubano por los cuatro costados. Hizo un ejercicio magistral de cubanía durante toda su vida. No pocos artistas crecimos escuchando sus casetes y discos. Tuvimos que aprender a quererlo y admirarlo en la distancia. Pero fue inevitable que disfrutáramos de su obra, aunque fuera por vías no oficiales. Fue un amor prohibido, pero ahí está. Como igual pasó con Leopoldo Fernández (Tres Patines). Incluso cosas igualmente dolorosas han sucedido con humoristas cubanos que viven en Cuba, que han estado durante tiempo olvidados y las nuevas generaciones han tenido que redescubrirlos mucho tiempo después, como el caso de Héctor Zumbado. Con Álvarez Guedes pasó algo muy curioso: varias generaciones escucharon sus discos sin saber cómo era físicamente, pues lo que tenían de él eran grabaciones que llegaban por canales alternativos. Algo tremendo. Creo que todo lo que podamos hacer para preservar ese patrimonio, que es nuestro, siempre será bueno.
Un día para empezar
Puedes venir a Miami a presentar tu trabajo, pero sin embargo otros artistas cubanos que viven aquí no pueden presentarse en Cuba. ¿Qué opinas?
Desde que vine la primera vez fue algo muy duro. Muy triste sentir que mis amigos y compañeros no pudieran hacer lo mismo. Pero sé que hay un día para empezar. Por suerte en los últimos tiempos algunos actores que viven aquí ya han ido a La Habana a filmar y a presentar sus trabajos. Ojalá dentro de poco pueda cumplir mi sueño de tener dos o tres actores allá. Estoy tratando de armarlo para el año próximo. Este año se trató, pero no se pudo por compromisos profesionales de los actores de aquí. Recién tuvimos la suerte de Ana en el Trópico, donde los actores de aquí fueron a Cuba. Hay gente que no le gusta que los de aquí vayan allá o viceversa. Pero los actores trabajamos para todo el tipo de público, más allá de cuestiones políticas o del lugar donde uno quiere vivir. Cuando he venido he sentido el cariño del público y de colegas con los que trabajé durante muchos años. Me han respetado. Y deberíamos hacerlo más en Cuba. Ese es mi deseo y trataré de hacer todo lo posible para que suceda. A veces las situaciones se desencadenan por la osadía que tengamos, como actores sociales que somos, de romper las riendas y provocar los cambios. Me duele que muchos no puedan hacerlo allá como yo lo hago aquí.
¿Cómo sentiste desde el escenario las funciones de Ana en el trópico allá y luego aquí?
El teatro cambia todos los días, incluso de una función a otra. Nunca va el mismo público ni lo hacemos igual. A veces dices algo y provocas una energía que viaja del público al actor, y ese flujo jamás es igual. Las funciones de La Habana fueron de otro tipo de emotividad. Un público muy ansioso. Se quedaron casi dos teatros afuera cada noche. 6 funciones a teatro repleto con personas sentadas y de pie en los pasillos. Y si hubieran sido 35, 70 o 100 funciones, igual se hubieran llenado. Fue muy linda la acogida que el público en la isla le dio a la puesta y los actores que venían de acá. Creo que eso fue lo más grande que pasó. Y aquí también sentí ese tipo de reacción, quizás más mesurado, pero muy emotivas también, por supuesto con otros ingredientes porque las circunstancias cambian la forma de recibir la puesta, y porque también los actores enfocamos nuestros parlamentos y situaciones según el contexto. Es como la música, que uno va aprendiendo a cantar la melodía según el espacio que tenga.
Cubanía a cuestas
¿Qué traes contigo cuando vienes a Miami?
Cargo siempre con la cubanía y el deseo de compartir con los demás una historia. Es primordial que uno venga con lo que uno es, y entregarse a eso. Sobre todo con el público cubano con el que uno se reencuentra. Venimos de un mismo árbol y todos debemos disfrutar ese árbol, más allá de las distancias que nos limitan.
Y de Miami, ¿qué te llevas a Cuba?
Cuando regreso hay tantas historias que quisiera hacer, tantos espectáculos con los que empiezo a soñar. Actores que estudiaron conmigo y que han enrumbado su vida por otros caminos, pero con los que quiero compartir anhelos. Siempre que me voy empiezan a fructificar ideas para próximos proyectos, y siempre se involucra alguien más, y siento que eso es algo bueno.
¿Cuándo y con qué regresas a Miami?
Para el año próximo puede que haga algunas cosas en televisión. Nada en concreto, solo hay algunas propuestas. Pero lo que más me gustaría es hacer algo en teatro. Y ojala con Ana en el trópico podamos tener más funciones en Miami y otras ciudades de Estados Unidos. Sería maravilloso para un espectáculo que implicó tanto sacrificio, sobre todo por parte de los actores que fueron de aquí a La Habana a montar la obra. Quisiera poder compartirlo con muchas más personas, pues es una historia que habla de los sueños, de la cubanía, de la emigración, de las generaciones, de cosas transcendentales para los cubanos y para cualquier ser humano.

CATEGORÍAS

COMENTARIOS