Rafael Alcides: La honestidad no tiene problemas ideológicos

El poeta Rafael Alcides.

Por Nils Longueira Borrego

Adiós plano, contraplano, corte, la diplomática tercera persona del plural no personal que desgaja la autoría. Ahora se trata de la capacidad empática de mi ser de ponerse los zapatos, las ropas de Rafael Alcides y se sentarse en su silla a palpar los manuscritos de obras raídas.

Nadie, última obra de Miguel Coyula, posee ese efecto de conducir y depositar violentamente ante los ojos del que mira el drama desgarrador de un hombre. Rafael Alcides es un hombre. No es un héroe planimétrico, calculado y mediático. Es un tipo, como dijera mi vecino de la Habana Vieja, real. Nadie, más allá de cualquier pretensión artística, obliga a que mientras la imagen ilumina la sala cada uno sea Rafael Alcides.

Esa eucaristía se basa en la palabra directa, en la exposición del protagonista de sus ideas mirando a nuestros ojos. No hay más. El resto de los recursos visuales se supeditan a la sola figura del hombre que expone su visión del mundo y su drama individual con una mezcla de desenfado y sentimiento que conmueven. Miguel Coyula logra convertir la experiencia individual de un sujeto anclado a un contexto específico en un discurso de alcance universal. Más allá de cualquier ideología y militancia, es la conexión que se establece al presenciar el dolor ajeno.

El octavo pecado capital

La película no obstante, y para mi sorpresa, parece tener «problemas ideológicos» en ambas orillas del «charco», para seguir parafraseando a mi vecino. Por una parte, Alcides vía Coyula dice las verdades que en Cuba todo el mundo sabe y poca gente dice sin ambages ni eufemismos. Y este ha sido, como sabemos, el octavo pecado capital después de enero de 1959. Con eso basta para desaparecer de las pantallas cubanas. Por la otra, como desciende sin prejuicios en el proceso de transformación ideológica que llevó al Alcides simpatizante del proceso al punto de rebeldía y oposición a ese proceso, algunos en la orilla opuesta la condenan y le ponen la etiqueta «roja». Los seres humanos no somos entidades estables, invariables, monolíticas. Y a veces los grandes relatos políticos olvidan ese componente esencial de los procesos históricos y sociales.

En un momento del documental Alcides explica su teoría acerca del funcionamiento de los procesos de cambio social en Cuba. Según él, siempre hay un «grupito» de gente que genera los cambios, después la gritería, el tumulto y la gran masa popular que se suma y aplaude. La anagnórisis me golpeó en ese segundo, desprevenido como estaba ante una verdad tan tajante. Nuestra historia ha sido siempre la historia del grupito suicida, de los «locos» y «arrebatados» que han alzado la voz contra el status quo. Adiós la imagen épica construida por Elpidio Valdés, adiós las fotografías en sepia de la Revolución del 30. En ese instante, algo cambió en mi manera de percibir la historia de la isla, me vi ante un modo de pensarla y entenderla totalmente distinto. En ese instante, además, el ostracismo al que se ha visto condenado Rafael quedó desarmado. Con ese ejemplo basta para que Nadie cumpla su encomienda y brinda una nueva luz a la experiencia de vida del que presencia las imágenes.

Palabra de Alcides

El arte, cuando más allá que alguna caricia estética o regodeo formal, tiene un propósito y algo urgente que comunicar, posee esa virtud de romper encierros y cercos para generar ideas, emociones, pensamiento en el que sintoniza con la obra. El binomio Coyula-Alcides en Nadie logra interpelar al que mira, involucrarlo, convertirlo en parte de lo que sucede en pantalla. Aquí no hay público y artista y un espacio en el medio. La palabra de Alcides, la forma en la que Coyula la presenta, la sinceridad con la que se asume la puesta, y el valor indiscutible de la historia de vida de este hombre (no de un personaje) se fusionan con el que, desde la butaca, completa el ciclo, produciendo de esta manera una experiencia memorable.

Como bien explicaba Alcides, siempre es un «grupito» de gente los que hacen los cambios, por eso no nos preocupemos por la legión de censores de toda índoles y orillas, por los infartados y los que no quieren comprender, al final  eso son de los que no se acuerda nadie, y se quedan sumergidos en la masa amorfa de los diferentes tipo de  estándares. Esos son los que de un segundo a otro, como relata Reynaldo Arenas, pasan del capitalismo al comunismo, del comunismo a cualquier otra cosa, y así, sucesivamente, ad infinitum.

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