Reynaldo Miravalles, sin olvidos

Reynaldo Miravalles, sin olvidos

reynaldom-displayPor Wilfredo Cancio Isla
Ha muerto Reynaldo Miravalles. Para la creación cinematográfica, la televisión. el teatro y la radio cubanos la pérdida es inmensa, porque se trata de una leyenda, un actor que logró la excepcional conquista de convertirse en expresión raigal de una cultura.
Miravalles falleció este lunes en La Habana, la ciudad que le vio nacer hace 93 años, el 22 de enero de 1923. Estaba de visita desde Miami, donde se había radicado en 1994.
Para el acontecer cultural de un país, poder exhibir la trayectoria de un artista cabal como Reynaldo Miravalles, debe ser motivo de orgullo. Pensara como pensara, viviera donde viviera, Miravalles es un patrimonio del sentir cubano y los homenajes que no recibió en Cuba a causa de residir fuera de la isla (entre ellos, la ausencia inexplicable del Premio Nacional de Cine) deben ser motivo de verguenza, del Ministerio de Cultura y de la élite gubernamental.
Versatilidad y entrega
Miravalles fue uno de los actores más versátiles, consistentes y expresivos de su época. Su dimensión como intérprete rebasa las fronteras nacionales y cobra impacto iberoamericano. Sus caracterizaciones de personajes costumbristas como el guajiro Melesio Capote, la magistral construcción de Cheíto León, el antihéroe de El Hombre de Maisinicú (1973), o el sarcástico y metafórico director de la clínica en Alicia en el Pueblo de Maravillas (1991), bastarían para la carrera de una vida.
“Yo voy a hacer este personaje, pero no entiendo nada, no me pregunten nada”, recordaba Miravalles del momento en que recibió el guión de Alicia en el Pueblo de Maravillas y el personaje resultaba demasiado alusivo a cierto gobernante cuyo nombre no viene al caso mencionar ahora.
Miravalles era un actor natural, con una capacidad de asombro permanente y una disposición innata para aprender. El trabajo era su método para sacar adelante cualquier personaje.
Se había iniciado en la pintura a los 17 años, cuando matriculó en la escuela anexa de San Alejandro en La Habana. Pero la situación económica que atravesaba la familia le impidió seguir estudiando. Se puso a trabajar y en 1944 su vida daría un giro crucial y definitivo, incorporándose como actor en la radioemisora La voz de los Ómnibus Aliados.
Pilar de la actuación cubana
Su desempeño en la radio abarcó casi todas las emisoras importantes en La Habana, incluyendo su intervención en La Gran Corte.
En 1951 hizo su entrada en la naciente televisión y rápidamente sentó cátedra en programas humorísticos y dramáticos. En 1955 debutó en el cine con el filme venezolano Papa Lepe.
Al crearse el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1959, se convirtió en uno de los pilares de la actuación y escalonó una trayectoria fílmica con numerosos momentos memorables y títulos clásicos, desde Las doce sillas, Una pelea cubana contra los demonios y Los sobrevivientes, todas con dirección de Tomás Gutiérrez Alea, a El Hombre de Maisinicú, de Manuel Pérez. y Los pájaros tirándole a la escopeta (1882), de Rolando Díaz.
En Estados Unidos, caracterizó a un veterano agente de la CIA en la película española El misterio de Galíndez (2003), de Gerardo Herrera. También protagonizó Cercanía (2008), de Rolando Díaz. Este año participó en el cortometraje de Lilo Vilaplana, La Casa Vacía, rodado en Miami.
De vuelta a casa
En 2012, retornó a Cuba para filmar Esther en alguna parte, una coproducción cubano-peruana que dirigió Gerardo Chijona inspirado en una novela de Eliseo Alberto Diego. Fue su primera participación en el cine cubano después de 18 años de ausencia.
Pero este martes el diario Granma le dedica un párrafo en ocasión de su muerte. Un párrafo que Miravalles no necesita para elevarse en su estatura de actor inmenso y hombre extraordinario. Y eso que estamos en una “época de cambios” y de “nuevas perspectivas” en la prensa cubana.
Su cadáver debe retornar a Miami para recibir honrosa sepultura. Ojalá y los trámites burocráticos que al parecer están entorpeciendo el proceso logren rebasarse para que la ciudad que lo acogió termine rindiéndole el homenaje póstumo que merece.
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