Ceremonias de Estado: Nueve desafíos para la nueva relación Cuba-EEUU

CubaUSA-displayPor Michael H. Miranda*
Uno: Del enquistamiento cubano
Lo primero será ver cómo los discursos corroboran lo que cada cual cree que sucederá. Hasta hoy, poca variación hay en la gramática del enquistamiento cubano.
Nada apunta a un cambio en las operatorias, como mostró el caso Tania Bruguera. Sobre un tablero de incertidumbres se construyó lo más parecido a un consenso trágico: alguien decidió declinar, alguien sacrificó algo, quizás ambas partes. ¿Cómo decodificar estos hechos con los datos que tenemos? Obama dispuso abrir un nuevo capítulo en las relaciones con Cuba y muchos tienen razones para considerar que ha dado mucho a cambio de muy poco. Es como si la paciencia infinita de los Castro por fin diera con la pieza que cerró su crepuscular entramado. Frente a las melancólicas democracias occidentales, las dictaduras (casi) siempre tienen las de ganar en las distancias cortas. Pero sucede que la cubana ya dura más de medio siglo sin que veamos el final del laberinto. Nada de distancias cortas con ella.
Dos: Arrebatos de ordeno y mando
Todo esto puede cobrar mayor sentido si nos preguntamos quién es realmente Raúl Castro y qué ha significado en todos estos años de historia insular. Un hombre siempre a la sombra, ya sabemos que muy alargada, de su hermano, y a la cabeza de un ejército que crió fama de eficiente dentro de un país donde nada ni nadie lo era. Escaso mérito, o mucho, según se quiera ver,  pero supongo que algún día sabremos cuánto dinero chupó ese ejército para sostener su “eficiencia”: siempre tuvo recursos para transportes y caprichos, verticalidad para que subordinados de obediencia ciega cumplieran sus arrebatos en un ordeno y mando muy ideologizado y binario. Y que cuando acaparó la actividad turística las aberraciones llovieron, como corresponde a viejos mandamases del MINFAR o el MININT ahora reciclados en gerentes de cortos escrúpulos, pero con impolutas guayaberas blancas y ciertas facilidades de cartera.
Tres: Una gama de voces críticas
Situémonos por un instante en el lugar del cubano aquel de allí, ese al que se le hacen tan caras las comunicaciones y le niegan el acceso a, entre otras herramientas, internet. Si no hay comunicaciones ni se accede a internet, ¿qué noticias se consumen y cómo? El escenario aquel que encontró Arcadio Díaz Quiñones en 1994 sigue prácticamente intacto: “Lo que sí pude escuchar en La Habana, fue una gama muy rica de voces críticas, frustradas por no tener acceso a una modernidad democrática.” (“Cuba 1994, salida y ¿voz?”)
Preguntémonos cuánto ha cambiado el escenario dos décadas después e intentemos salir a buscar esa “gama de voces críticas”. La ausencia de libertades descansa sobre el pilar de nulos consumos, no solo en lo material, sino también en lo noticioso, en la ausencia de canales adecuados para la exposición de ideas. Jamás tuvo la Cuba de los Castro un consumidor de noticias debido a la catastrófica sustitución del periodismo por la propaganda. Ésta sería el pan de cada día, el diario que se abre para acompañar el desayuno. De modo que sigue siendo muy previsible la manera en la que en la Isla se interpretaron estos acuerdos: con esquematismos que responden a la precariedad de la vida bajo un régimen que ha secuestrado las libertades.
Cuatro: Los milagros de la unanimidad
Así, nadie tiene que salir a las calles de La Habana o Santiago de Cuba a encuestar cubanos: el gobierno se las ha arreglado para que sus respuestas sean, como dijera el poeta, “palabras harto conocidas”, sintagmas cautivos. Y no es que al régimen no le interesara si pocos o muchos le seguían como en un Twitter primitivo, le bastaba con que muchos se dejaran avasallar por su aparato de propaganda.
Al totalitarismo no le interesa sumar seguidores: le entusiasma acumular vasallos. Los  milagros de la unanimidad llegarían. Y así fue en un orden práctico: criminalización de las oposiciones; división de familias; asesinatos de reputación; grandes oleadas de, primero, exiliados, y de un tiempo a hoy, ya no se sabe muy bien si de emigrantes o turistas round trip de una sola ruta. Y en otras dimensiones, como la simbólica, la negación de una incómoda memoria y su sustitución por acuerdos pragmáticos. En definitiva, el exceso de memoria que vivimos los cubanos en medio siglo también puede ser leída como ausencia total de ella.
Cinco: Votar con los pies
Imaginemos por un momento que Tania Bruguera se apresuró un poco, imaginemos que no calculó bien, que provocó y que lo hizo antes de tiempo. ¿Justifica eso la magnitud represiva? En la lógica totalitaria está contenida la respuesta. Cómo desmontar décadas de terror revolucionario es lo que debería quitarles el sueño a los arquitectos de esta negociación. Ese terror viaja siempre de arriba hacia abajo y lo que funciona no tiene por qué ser removido. Las viejas historias rusas de gulags y KGBs no están del todo ancladas en el pasado ni se agotan en el relato vencido de entreguerras y Guerra Fría, muy al contrario, se reproducen en cada golpiza, insulto, encarcelamiento sin proceso judicial, juicio sin garantías. Mientras no se desarticule la policía política, volverán esas oscuras golondrinas. Lo que no siempre entienden con profundidad las sociedades libres es el modo en que cala ese terror, las maneras de articularlo a un nivel muy primario, de núcleo hogareño, de padre de familia, de joven que solo piensan en votar con los pies.
Seis: La retórica de la intransigencia
Emilio Ichikawa ha hecho una aguda lectura de cómo recibe la cúpula gobernante a los cinco ex prisioneros. Al gobierno le interesa fagocitar las claras señales de que las nuevas generaciones de cubanos tienen muy poco ya que ver con el grupo de militares e ideólogos que conforman esa cúpula. Quiere revestir a los ex espías de un halo sacrificial que es el que no encuentran ya en ningún grupo generacional, mucho menos en los jóvenes. Eso: atisbos de lecturas entre líneas, indicios es lo que siempre nos ha dejado consumir el régimen. Por ellos hemos descubierto no poco de su operatoria política, pero también sabemos que muchos más elementos han quedado en la sombra y que tal vez nunca sepamos.
Si ponemos la luz corta, todo apunta a que en esta negociación Estados Unidos ha obtenido muy poco, sus negociadores no llegan a la condición de aprobado y ha terminado por prevalecer el secretismo, ese lado oscuro en el que tan bien se mueve el totalitarismo. Pero cuidado, en los campos discursivos y de lenguaje -esos grandes vehículos para mostrar músculo político- esta podría significar la primera y más importante fractura de la narrativa poscomunista de la Isla, su “retórica de la intransigencia”, por decirlo con Hirschman.
Siete: La garantía del falso cambio
Estos acuerdos primarios entre los gobiernos de Obama y Castro nos dejan a todos a la intemperie, en una posición esquizo que debería llevarnos, primero, a no sobredimensionar demasiado los hechos, y por otro, a evitar la pregunta de quién ha ganado aquí. A un nivel simbólico, parecería que el Gobierno cubano, pero ¿cómo traducir esa relativa victoria en ganancia concreta en términos políticos?  En el fondo, lo que ha sido puesto en crisis es la persistencia de una idea romántica de transición, que nos colocaba a todos los que amamos las libertades en posición de severos jueces que juzgan a criminales de guerra. Hoy esos criminales son los que, en primeras instancias, afianzan su maniobrabilidad para ejecutar ellos su propia idea de transiciones, aquella que, como corresponde a buenos no-lectores de Lampedusa –no hay nadie más alejado de un buen lector que un general cubano, ¿no era esta idea la que subyacía en la médula de las críticas hacia la República fundada en 1902?, pues tomen dos tazas–, muestra el falso cambio como garantía para que todo permanezca tal cual.
Ocho: La máquina del olvido
Es cierto que para Estados Unidos era necesario modificar o remodelar los marcos de influencia sobre el futuro más próximo de Cuba. En el escenario anterior al 17-D, parecía más fácil un regreso de Rusia al Caribe que un real giro hacia el Norte. Pero queda, de nuevo, el escollo discursivo: desde la autoridad del régimen se ha insistido una vez y otra sobre la histórica beligerancia de esa relación. Convendría que se refirieran también a lo positivo que tuvieron las relaciones entre ambos países a lo largo de la historia. Como ha recordado Rafael Rojas en La máquina del olvido: “la política de Estados Unidos hacia Cuba no siempre fue la misma y no siempre fue perjudicial para la Isla. En Washington se produjo la Enmienda Platt (…) pero también la Joint Resolution que reconocía el derecho a la plena soberanía de los cubanos. Estados Unidos ocupó Cuba entre 1898 y 1902 y entre 1906 y 1909, pero también contribuyó a la modernización insular en la primera década del siglo. La injerencia norteamericana, entre 1902 y 1959, fue permanente, pero en 1934 fue derogada la Enmienda Platt. Estados Unidos respaldó a Batista, pero en 1958 le retiró ese apoyo y en 1959 reconoció al gobierno revolucionario.” (117-18)
De manera que la posibilidad de una desamericanización del problema cubano es poco menos que improbable. Lo fue antes del 17-D y lo será después de Obama. Los lazos entre ambas naciones, por contradictorio que parezca, se hicieron mucho más estrechos en este medio siglo, especialmente a nivel people-to-people, y el gobierno cubano sufrió siempre de una dependencia que se hizo crónica a nivel político/discursivo del papel de Estados Unidos, al punto de convertir al vecino del Norte en su gran Némesis y calcular cada decisión que tomaba por el impacto que podría tener en las relaciones.
Nueve: El heroísmo del futuro
En las páginas de LTI. La lengua del Tercer Reich, Victor Klemperer describe el uso que del término “ceremonias de Estado” solía hacer el nazismo. Nos dice que “el tejido” de aquellas ceremonias “se montaba siempre siguiendo el mismo modelo, aunque en dos versiones: con o sin féretro en el centro. La suntuosidad” del espectáculo, “toda la parafernalia que rodeaba al discurso, se mantenía siempre igual”. La idea, nos dice Klemperer, era aprovechar el suceso “con la mira puesta en el heroísmo del futuro”: “Una ceremonia de Estado posee un significado histórico particularmente solemne.” (70-72)
En esta singular ceremonia entre dos Estados al parecer ya no más enemigos, está claro que hay un féretro en el centro, pero todavía no sabemos muy bien de quién es. Póngale usted a ese féretro el nombre que mejor se acomode a su interpretación de los hechos.
* Periodista y escritor cubano. Una versión de este texto fue presentada en el evento Imagining Cuba in a Post Embargo Era, organizado por la Universidad de Texas en Austin, el pasado 30 de enero.

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