Cosas que viví en La Habana: Tarará

Tarara-displayPor Martín Guevara*

En ese mismo verano nos habían comentado que la manera de pasar unas vacaciones fabulosas, pagadas y encima cobrando un dinerito, era como guía en el Campamento de Pioneros de Tarará, el mismo sitio donde años atrás apenas llegados de Argentina, mi hermano y yo habíamos estado internados con vistas a atenuar los efectos del asma.

Nos dijeron que por el día se pasaba todo el tiempo en la playa o haciendo deportes, se comía todo lo que se quería, y por las noches después de acostar a los niños se armaban fiestas de los profesores y guías. No lo pensamos dos veces y llenamos una serie de impresos.  A la semana nos llamaron para admitirnos como guías.

Naturalmente no teníamos ni la más mínima idea de lo que había que hacer, ni práctica alguna en esas lides, pero según lo que nos indicaron que sería nuestra responsabilidad parecía fácil, sólo había que estar dispuesto a llevar a un grupo de  unos 15 niños de 10 a  12 años, desde el albergue al comedor, a la playa, al teatro, al cine y planear alguna que otra actividad de  entretenimiento nocturna, y con ello superaríamos con creces cualquier evaluación.

El guía con ayudante

El campamento había cambiado mucho desde 1973 cuando había intentado curar allí el asma. Era un área inmensa, que se había diseñado con muy buen gusto, para albergar a pioneros del país entero durante todo el año, pero fundamentalmente durante los meses vacacionales.  Los albergues eran coquetas casitas de dos plantas con un jardín delantero y trasero, la planta baja con habitaciones donde se disponían las literas de los alumnos, una cocina con una nevera, y varios cuartos de baño, y en la parte superior dos habitaciones para los profesores o guías. Cada pocas casitas estaban los comedores, las canchas de diferentes deportes, las piscinas,  hasta había salas de espectáculos, para teatro y cine. Y todo ello regado con las orillas del  mar de las playas de Tarará, de arena clara, aguas tibias, con cocoteros que habían reemplazado a los pinos de antaño.

El primer día designé un niño monitor de todos los demás para que me ayudase en las labores de mando y organización. Fuimos a desayunar, luego a la playa , luego a almorzar, por la tarde no salimos a ningún sitio, ya que me quedé durmiendo la siesta, cenamos a la tarde noche y por la noche organicé un torneo de ajedrez, en al cual solo se divirtieron cuatro muchachos, ya que la mayoría eran jugadores de dominó. Los llevé a desayunar al día siguiente y luego le dije al monitor que los llevara a la playa un rato. Yo fui a nadar y después fuimos todos a almorzar.

Niños irascibles

Por la tarde conocimos a dos guías de las niñas, nos empatamos en la playa así que dejé instrucciones a Israel, que era el monitor, pequeñito en tamaño, pero guapo y temido por los demás niños, para que se hiciese cargo de la tropa sin que los demás niños llegasen a mostrarse irascibles. Al día siguiente me preguntaron si irían al cine, les dije que sí, y luego de almorzar volví a dejarlos al cuidado de Israel. Me  fui  abañar a la playa y a jugar al frontón, y cuando regresé el  Nene me dijo que había problemas con los niños, que querían ir a la dirección a decir que  no los estaba llevando a ninguna actividad después de la playa de la mañana. Armé un torneo de boxeo después de llevarlos a cenar, y fue un error porque los ánimos estaban caldeados y más de uno descargó su bronca dentro del improvisado ring. Mi novia circunstancial nos vino a buscar con la del  Nene y fuimos a una fiestecita de guías, por lo que nuevamente le pedí a a Israel que cuidara la tribu. Me advirtió que ya estaban empezando a sublevarse, le dije que les dijese que al día siguiente iríamos a cine y al teatro.

En la fiesta tomamos tragos, bailamos y contamos cuentos con otros guías. Cuando regresamos a la habitación yo fui con mi novia de Tarará al cuarto acompañados de una botella de licor de plátano, un sirope viscoso y dulzón que sin hielo era imposible de tragar, pero que tenía una parte de ron.

Nos quedamos dormidos como troncos a la mañana siguiente y me despertó un ruido fortísimo en la puerta. Cuando abrí el primer ojo, mi compañera se había esfumado, miré el reloj y vi que eran las 11 de la mañana. Me levanté a abrir la puerta y casi me da una piedra en la cara.

A pedrada limpia

Entonces Israel subió la escalera y me contó que no había podido controlarlos más, que salieron todos a la calle y empezaron a coger aleatoriamente los yogures de la caja que dejaban cada mañana en la puerta de nuestro chalet y los yogures de los demás, y algunos se habían ido a la playa, otros empezaron a tumbar almendras a pedradas, y otros a lanzar las almendras y alguna piedra contra la puerta del Nene y mía, momento en el cual me desperté. Salí a poner orden y me di cuenta del lío que se había generado. Llamé al Nene, fuimos a buscar los niños que faltaban y los llevamos todos al comedor, luego nos metimos en el cine y hablé con el responsable y nos pasaron dos películas. Y cuando llegamos al chalet para descansar, nos aguardaba el personal de la dirección, para comunicarnos que nuestra gestión como guías había llegado a su fin. Sólo Israel ensayó una tímida defensa en nuestro favor cuando el directivo preguntó a los niños si estaban contentos con nosotros.

Recogimos los bártulos, y recién entonces al ver que desaparecíamos de sus vistas, todos los niños se despidieron de forma más educada que afectuosa. El directivo me aseguró que aquello iría directamente a nuestro expediente escolar acumulativo. El Nene se lo tomó menos en broma que yo, pues él continuaba estudiando y no era sobrino del Che.

Aún así, no dejábamos de reír de camino a casa, recordando el enfado que habían tenido esos muchachos en aquella mañana. Un tipo mayor, que iba sentado delante de nosotros, acompañado de otros, me pidió con cierta actitud hosca que apagase el cigarro negro sin filtro que estaba fumando. Abrí la ventanilla para que se disipase el humo, como condescendencia con el hombre, y le pedí que por favor no jodiera más, ya tenía suficiente por ese día.

* Vivió como refugiado en Cuba por 12 años y permaneció en La Habana hasta 1988. Actualmente reside en España y escribe un libro testimonial sobre su experiencia cubana y el peso del mito que rodea a su célebre tío guerrillero, Ernesto Che Guevara.

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