Después de la tormenta: El affaire Bruguera y los síntomas de la insensatez política

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Tania Bruguera en medio de la tormenta desatada por su performance en La Habana, el pasado 30 de diciembre. Foto: REUTERS


Por Carlos Cabrera Pérez
El intento frustrado de la artistaTania Bruguera de convocar en la Plaza de la Revolución a sus compatriotas para que comentaran a micrófono abierto sus exigencias al gobierno de Raúl Castro quizá sea el mejor síntoma posible de la mala salud política cubana.
Detenida por varias horas tres días consecutivos y despojada de su pasaporte cubano, la artista que ya realizó una acción parecida en el Centro Wifredo Lam (Bienal de La Habana, 2009), ha leído el anuncio de normalización entre Cuba y Estados Unidos como una señal propicia para exigir al tardocastrismo que cese el bloqueo interno a sus ciudadanos, pero el tardocastrismo teme que una chispa incendie el descontento generalizado que anida en la sociedad e impidió el acto, tras intentar negociar un formato diferente.
El performance, propiamente, ha sido el desenmascaramiento de la censura que gobierna, amordaza y prevalece en el país. Las consecuencias derivadas de esta acción frustrada, con la retención del pasaporte a Bruguera y su posible encausamiento por resistencia y alteración del orden público, así como la intención de la artista de formular una queja ante los tribunales cubanos e instancias internacionales, forman parte de la acción interrumpida, pero a la vez, resurgida como capital de movilización política y efecto publicitario.
Respuesta desproporcionada
La mayoría de la oposición política y de los periodistas independientes han permanecido al margen, dejando en evidencia la desproporcionada respuesta del tardocastrismo al evento y  la precipitación de Antonio Rodiles -entre otros- que intentaron aprovechar la acción política de Bruguera.
El periodista Reinaldo Escobar ha narrado que fue detenido cuando ni siquiera tenía pensado ir al performance, sino que fue una víctima colateral arrestada en el momento de ir a botar la basura. Salía de su edificio para dirigirse a la esquina a echar una caja de cartón en los latones cuando lo metieron a la fuerza en un auto de la policía.
Amaury Pacheco, miembro de OMNI Zona Franca, fue detenido cuando salió de su casa para comprar jugos a sus seis hijos y pese a que no pensaba participar en la convocatoria de Bruguera, en una clara muestra de que el régimen prefiere excederse en la prevención de aglomeraciones públicas a correr el riesgo de una Primavera Caribe. Si quedan dudas los remito a una reciente ridícula nota de la Policía exhortando a los cubanos a no aglomerarse para celebrar el 56 aniversario de la llegada al poder de Fidel Castro.
La reacciones más sensatas llegaron de Washington y de la mayoría de la oposición anticastrista interna y externa; aunque no faltaron los extremistas habituales que calificaron la acción de Bruguera como una maniobra de Raúl Castro y Obama para cargarse la normalización bilateral, y todo porque el fallecido padre de la artista fue un alto cargo del castrismo.
Normalmente, uno suele ser responsable de los actos de los hijos menores de edad, pero el tardoanticastrismo ha creado una nueva categoría en la que uno es responsable de los actos de sus padres.
La Casa Blanca condenó las detenciones, pero aclaró que sigue adelante el proceso de restablecimiento de relaciones bilaterales, mientras que el grueso de opositores cubanos permaneció al margen de la convocatoria, dejando claro su olfato político y su comprensión de que el nuevo escenario abierto por Castro y Obama necesita sosiego y no algarabía.
La hora de los vengadores
No obstante, todos aquellos deseosos de venganza, inconformes con una salida negociada a la miseria que padecen nuestros hermanos en la isla, y que se sientan traicionados por el pacto Castro-Obama, tienen la opción de la lucha armada para derribar el tardocastrismo y de no volver a votar al Partido Demócrata en lo que reste de sus vidas. Adelante los duros, que el tiempo apremia.
El pecado más reciente del tardocastrismo es detener a un grupo de ciudadanos, sin historial violento o delictivo previo al calor de una maniobra política, que pudo ser neutralizada incluso sin recurrir a esos mastodónticos operativos de seguridad, que solo persiguen constituirse en demostración de fuerza ante la población, pues detener a un ciudadano no exige tanta parafernalia, incluso cuando se tratase de Bruce Lee.
Algunos oportunistas arremeten contra el “negro demócrata”, pero se cuidan y mucho de criticar al Papa Francisco I, muñidor del pacto entre cubanos y norteamericanos, sin ver el peligro que implica reconocer a un dogmatismo -el católico- como certificador de otro dogma: el castrismo. Y no es una broma, el castrismo es un sistema teológico.
Negociar implica el reconocimiento del otro, tener en cuenta su estatus y aspiraciones, y que cada parte ceda lo suficiente para que ambos pierdan algo y todos ganemos mucho. Pero si alguien sueña con doblegar y humillar al tardocastrismo, que ha iniciado el camino del suicidio paulatino, entonces estaríamos ante dos polos opuestos que se retroalimentan al compartir la estrategia de suplantar la realidad con entusiasmo.
Razones de Raúl Castro
De hecho, algunos cubanoamericanos tienen ahora todas sus apuestas fijas en un futuro triunfo del Partido Republicano, que revierta las decisiones de Obama y condene a Cuba a una explosión social con una indeseada noche de San Bartolomé, con ellos a salvo por estar lejos de la desgraciada isla.
Raúl Castro no accedió a pactar con Obama por un repentino ataque democrático, sino porque sabe que es preferible una salida negociada, pactada, que un final violento y no por una acción de Estados Unjidos, sino por el hartazgo de los cubanos ante los reiterados fracasos socioeconómicos, las crisis de Venezuela y Brasil, y la abultada deuda social que ha generado el castrismo con su propio pueblo.
Creer que un cambio de gobierno en la Casa Blanca revertirá la política de Obama, implica desconocer que los republicanos forman parte del acuerdo de Estado para abrir el juego con el tardocastrismo, que han intentado arreglar el diferendo bilateral en varias ocasiones, que obligaron a Batista a irse de Cuba al tiempo que tendían la mano a Francisco Franco y, sobre todo, que sus financiadores y electores desean una Cuba normal, en la que poder hacer negocios y que la lucha contra el comunismo no sea un Debe permanente en las cuentas federales.
El tardocastrismo erró al impedir el performance de Bruguera, pues se perdió una oportunidad de calibrar cuántos habaneros acudirían al micrófono para exigir el fin del bloqueo interno, pero el miedo es libre y congela hasta la acción política.
Una olvidada acción de desobediencia
De hecho, en toda La Habana se vivió el fin de semana previo al fin de año una muestra colectiva de desobediencia civil no organizada, y nadie se ha hecho eco de ella, entretenidos con el affaire Bruguera y su triste desenlace.
El gobierno organizó unas ferias agropecuarias municipales e intentó una rebaja de precios, pero campesinos y vendedores se plantaron y dijeron que los precios los fijaban ellos porque son los que trabajan la tierra, cuidan los cultivos y animales y se ocupan de transportarlos hasta La Habana.
Quizás los habaneros estaban más ocupados en comprar comida para sus mesas de fin de año, o en la inminente unificación monetaria -que pudiera ocurrir en días, según versiones internas- que en acudir a un micrófono a decir lo que otros, desde Madrid y Miami, esperan que digan los hambreados y reprimidos.
Poco importa a las mayorías silenciosas el origen y objetivos de una acción política si antes no tiene claro qué beneficios concretos tendrá para ellas. La alegría, la indignación y la queja no se consiguen por decreto.
Tardocastrismo y tardoanticastrismo comienzan a parecerse peligrosamente, quizás porque aún no saben que el pueblo solo reacciona ante lo bueno para sus vidas. Ignorar a las mayorías silenciosas tiene el inconveniente de que convierte al gritón en un sordo melancólico.
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