Ecuación Mandela o la mano extendida por siete segundos

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El apretón de manos entre Obama y Raúl Castro: un escenario para las especulaciones.


Por Carlos Cabrera Pérez
Nelson Mandela acaba de agradecer definitivamente a Cuba su gesta africana, provocando que Barack Obama y Raúl Castro se saludaran brevemente con un apretón de manos en el funeral de Estado del hombre que nunca aprendió a odiar.
El gesto de Obama -que a diferencia de Ángela Merkel recientemente en Chile- saludó educadamente al presidente cubano; puede quedarse en un símbolo, en un mero gesto para la galería, pero Mandela aún muerto ha seguido trabajando por la paz y el entendimiento; piedra angular de su política.
Raúl Castro sonrío y fue muy expresivo con Obama, ayudado por la traductora cubana Juanita Vera y bajo la atenta mirada de su nieto guardaespaldas, llena de respeto y curiosidad hacia el enemigo.
Fueron siete segundos exactos entre saludo y cruce de frases, antes de que Obama pasara a saludar con besos a la presidenta brasileña Dilma Rousseff.
El peso de Fidel Castro
El protagonismo de Raúl Castro no es gratuito, porque constituye un reconocimiento -quizá tardío, pero merecido- a su papel de organizador de la guerra de Angola que, en su última fase e incluso desde antes, no contó con el apoyo de Moscú.
El peso específico y el carisma de Fidel Castro y su toma de decisiones geopolíticas obligaba siempre al actual presidente cubano a trabajar en la sombra y a hacer posible lo que su hermano y líder anunciaba o decidía casi en secreto; según el caso y las circunstancias.
Los medios digitales cubanos parecen encantados con la noticia y han reaccionado con agilidad comentando el saludo entre Castro y Obama, y haciéndose eco de su impacto en las redes sociales; lástima que los cubanos de la isla, privados en su mayoría de conexión a Internet -que es lenta y cara- no puedan disfrutar como el resto del mundo de una de las principales noticias de este martes 10 de diciembre del 2013.
Sorprende que más de 20 años después de la caída del Muro de Berlín, un apretón de manos entre cubanos y norteamericanos sea noticia. Sobre todo, porque si el propio Nelson Mandela llegó a presidente e ícono mundial fue gracias, en buena medida, al entendimiento diplomático de Cuba y Estados Unidos en una intensa ronda multilateral que incluyó a sudafricanos, namibios y angoleños.
Apretón fotogénico
Si alguien duda; puede preguntarle directamente a Jorge Risquet Valdés, quizá el más africanista de los comunistas cubanos, al quien no es difícil imaginar ahora celebrando con un trago de ron el apretón de manos fotogénico de esta tarde lluviosa en Sudáfrica, e intentando hablar con Punto Cero.
O el mismísimo Chester Crocker, entonces subsecretario de Estado norteamericano para África, que se fue a dormir a su hotel de Ginebra con el susto en el cuerpo de que los cubanos volarían la presa de Calueque si los sudafricanos no cuadraban la caja.
Para Washington la normalidad con La Habana sería un hito menor, guste o no a los castristas y a sus aliados. Para el Palacio de la Revolución normalizar su relación con la Casa Blanca implica todo, porque la economía cubana está quebrada, pese a los serios esfuerzos raulistas de pagar la deuda heredada v la concesiones magnánimas de Rusia, al condonar la deuda soviética de $29,000 millones de la era soviética.
Quizá ni el propio mandatario cubano pueda asimilar toda la emoción y razones que vendrán esta noche a su mente. De un plumazo, Obama le ha hecho un hombre popular en el mundo entero; él -que toda su vida tuvo que hacer de Patico feo- y se dedicó a cuidar del hermano mayor y al resto del rebaño de las iras del Uno, del Jefe, según la semiótica de entonces.
¿Símbolo de debilidad?
Un presidente solo es eficaz si consigue que su pueblo viva mejor espiritual y materialmente. Negociar no es símbolo de debilidad; ya sabemos que Antonio Maceo hizo el alarde de Baraguá y luego tuvo que salir al exilio en una goleta que lo esperó en Santiago de Cuba, por cortesía del terrible Valeriano Weyler.
La muerte de un símbolo y el gesto educado de Obama ha puesto a Raúl Castro en una encrucijada; es decir, en la angustia de elegir pasar a la historia como Nelson Mandela o como el segundo de Fidel Castro.
Tiempo tiene; solo necesita que la discreta Josefina Vidal, jefa del tema de Estados Unidos en la Cancillería cubana, le pase el teléfono de la Casa Blanca, y comentarlo con el jefe militar cubana que atiende a los militares norteamericanos de la Base Naval de Guantánamo, en esa ronda bilateral mensual que celebran desde 1994.
Toda negociación implica concesiones de ambas partes; adversarios del arreglo sobran. Pero se trata de la suerte de un pueblo noble que ha aceptado casi sin rechistar casi todo, incluido el exilio, el inxilio, el hambre, el dengue y el cólera… Y hasta morir a 50 mil kilómetros de la isla para contribuir a que Mandela sea hoy reverenciado en el mundo entero.
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