Fidel Castro reflexiona en chino y recibe premio como héroe avícola: ¿y a quién importa ya?

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Fidel Castro durante un encuentro con visitantes extranjeros en su casa de Punto Cero, el pasado enero.

Por Sergio Valdivieso

Aunque sin hacer presencia pública o difundir las clásicas fotos de la sala hogareña en Punto Cero (con cuadro del girasol incluido), el nombre de Fidel Castro ha figurado con preeminencia en las noticias cubanas de los últimos días.

Sumando acontecimientos recientes, resulta que Fidel Castro publicó en chino una selección de 38 de sus ya espaciadas “reflexiones”, un libro que fue presentado en Beijing el pasado fin de semana gracias a un esfuerzo conjunto de la Embajada de Cuba y la Asociación del Pueblo Chino por la Paz y el Desarme.

Días antes, en La Habana, el anciano fue objeto de una condecoración muy singular “por su dedicación y desvelo para impulsar la actividad avícola en Cuba”. En el acto central por el quincuagésimo aniversario del Combinado Avicola Nacional (CAN), Castro recibió la distinción especial “50 años produciendo para el pueblo”, de manos de Emiliano Díaz López, actual director del CAN.Como sus condiciones actuales no le permiten personarse como antes en espectáculos como este, pues Díaz le pasó el trofeo al ministro de la Agricultura, Gustavo Rodríguez, para que se lo hiciera llegar al Comandante eterno (que, en realidad, es él y no Hugo Chávez, como la vida ha demostrado).

Los huevos del país

Según la retórica de la prensa oficialista, en tal galardón se expresaba “la gratitud, el orgullo y el sentir de todos los avicultores del país”.

En el acto, el titular de Agricultura recordó las “lecciones avícolas” de Castro y habló de llegar al 2020 con una producción que se acerque a la de 1991, cuando se registró el récord productivo de 2,717.1 millones de huevos. En la actualidad, la producción de huevos apenas pasa de los 2,655 millones y aún queda sobre el ambiente aquella promesa esgrimida por el artífice del CAN, en un discurso de 1965, cuando aseveró que las gallinas cubanas habían roto todas las metas y el país se aprestaba a exportar huevos.

Dos excentricidades propias del sistema de culto personal que aún permanece coleando bajo el anacrónico totalitarismo criollo.  Pero la nota más significativa la protagonizó, sin dudas, el líder con su carta al diario Granma, el pasado lunes, quejándose por no haber sido oportunamente informado por el INDER de la muerte del entrenador de voleibol Eugenio George.

Según confesó en su breve misiva al periódico, “a varios compañeros les llamó la atención la ausencia de alguna ofrenda floral nuestra acompañando su féretro”

“Yo, que siempre lo admiré mucho, no conocí de su fallecimiento sino varias horas después”, acotó Castro.

La proclama, ocho años después

Los tres pasajes -sin otra conexión que el nombre de Fidel Castro- resultan sin embargo confluyentes en una certeza: la creciente irrelevancia que va sepultando, en vida, la figura del otrora omnipresente gobernante. No hablamos ya del desgaste de su influencia en la vida nacional o entre las generaciones más jóvenes, sino entre las propias huestes del oficialismo puro y duro.

Van a cumplirse ocho años de la proclama con sus delegaciones de poder, aquel 31 de julio del 2006, tras la intervención quirúrgica que lo sacaría definitivamente del mando. Y resulta que, ensimismados en las maniobras y los tropiezos del régimen que comanda Raúl Castro, creo que no nos percatamos suficientemente de cuánto ha cedido -como discurso y referencia simbólica- la figura de Fidel Castro.

Un recuento apurado de sus últimos megaproyectos previos a la enfermedad arrojan la nulidad de semejantes esfuerzos en la Cuba de hoy: la revolución energética de los cacharros electrónicos, los maestros emergentes que sucumbieron ante los retos del sistema escolar, los trabajadores sociales devenidos cuidadores de gasolineras… El último de los aldabonazos fue la reivindicación de la moringa y la morena, de las cuales se ha dejado de hablar en los medios estatales hace ya mucho tiempo.

Entre el paquete y las reflexiones

La sociedad cubana ha cambiado muchísimo desde entonces. No es que Raúl Castro se nos haya vuelto un reformista ni mucho menos, sino que se ha visto obligado a acomodar sus mecanismos de control y flexibilizar ciertas normativas rígidas de la era Fidel para poder permanecer en el poder.

Seamos sinceros: entre los tímidos avances de acceso a la internet, los dos millones de celulares que están en manos de la población, las ofertas clandestinas de la televisión extranjera y el “paquete” semanal con seriales, telenovelas y materiales informativos, ¿qué lugar va quedando para las “reflexiones” de Fidel Castro, el Granma y la Mesa Redonda en el mapa de preferencias del cubano de a pie?

¿O qué importa a estas alturas que el Hombre reflexione en chino, reciba un premio como héroe de la avicultura nacional o proteste por sentirse desinformado?

Tengo la impresión de que cada vez importa menos entre la propia nomenclatura del régimen, por muchos actos de fe y promesas de abundancia de huevos que nos trate de pasar el discurso propagandístico, entrampado entre un pasado que nada puede ofrecer y un presente marcado por la improductividad, la cacería de inversiones extranjeras y los reclamos de una ciudadanía descreída y atenta.

Y quiero pensar que no puede haber mayor pesadumbre para lo que queda de Fidel Castro, en vísperas de su cumpleaños 88.

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