La engañadora intelectualidad cubana

La engañadora intelectualidad cubana

Enrique Ubieta: Imagen del escribano oficial obsesionado con subir su puntuación en la escala de fidelidad al régimen.

Por Miguel Fernández Díaz

Se ha sabido que en sus formas/ rellenos tan solo hay.
Enrique Jorrín, ca. 1951

La preocupación de Haroldo Dilla con qué le preocupa a Enrique Ubieta cuando habla de centro viene a reforzar la sospecha exiliar de que tanto la intelectualidad impura que mantiene su fidelidad al régimen como aquella honrada que dejó de ser fiel, no sirven para nada más que para dar vueltas en el redil que una y otra delimitaron para cocinarse en su propia salsa, sin salidas prácticas al problema cubano.

Al efecto probatorio bastaría el experimento mental de proceder como el guionista de La tía Julia y el escribidor (1977) con sus personajes de radionovelas. Si montáramos en naves o aeronaves a todos los intelectuales de ambas banderías dedicados con preferencia a eso que llaman ciencias sociales y desaparecieran, nada significativo cambiaría en “la tierra más fermosa”, tal y como nada cambió ni cambiará con ellos sanos y salvos.

Sin recurrir a la imaginación se aprecia cómo la toma de partido descarrilla el tren lógico hacia la ciencia del engaño, esto es: la justificación de la causa que se abraza como más justa y buena que las demás concurrentes o posibles. Así cunden los tertulianos con diploma que pasan por encima de la lógica humana para justificar desde que Cuba es el país más democrático del mundo hasta los dislates esperpénticos de cierta cubichería opositora.

Problemas de calibración

Vayamos al planteo de Dilla. Ubieta y el régimen estarían preocupados por el “corrimiento crítico” de “los reformistas al estilo de Cuba Posible y la Revista Temas”. Y como “el sistema no tolera a los intelectuales (…), emplea a Ubieta [contra] intelectuales de calibre a los que vale la pena escuchar”.

No es creíble que el régimen esté preocupado con tales reformistas, ya que puede espantarlos de un soplo tal como hizo con el Centro de Estudios de América (CEA), que tenía anclaje en el propio Partido Comunista. Tampoco Ubieta debe estar preocupado con ellos, pues sabe bien que la Cuba Posible inventada por Roberto Veiga y Lenier González, tras salir espantados del Espacio Laical, es otra metatranca más de la intelectualidad izquierdosa, como la Casa Cuba del finado monseñor Carlos Manuel de Céspedes o la Familia Socialista del profesor Rafael Hernández. Al ser entrevistado en el diario Granma acerca de si es posible unir lo mejor del capitalismo y el socialismo, la única preocupación de Ubieta era subir su puntuación en la escala de fidelidad al régimen.

Dillas afirma que aquellos reformistas darían “un toque de estética política que el sistema requiere” y de este modo sublima el mismo contexto ideológico -aparente- en que el CEA concibió, según el propio Dilla, “incidir en los sectores intelectuales, funcionarios y activistas sociales”. Estas matrices pueden propiciar que se arañen por ahí premios o publicaciones, becas o empleos, pero jamás tendrán relevancia política en la Isla de Cuba pintoresca. A tal efecto hay que ganarse a obreros y campesinos, jineteras y pingueros, bisneros y meloricos, reclutas y por ahí hasta el lumpen.

Lastimera reclamación

Eso no pueden hacerlo intelectuales como Veiga y González, que vienen a dárselas de ilustradores en tiempos de cambio y solo dan lástima. Ahora mismo acaban de reaccionar contra imputaciones de subvertir el orden y estar al servicio de Washington -que ellos mismos aseveran tienen “como epicentro el blog del cantautor Silvio Rodríguez”- de manera disparatada: “[Reclamamos] públicamente a la Fiscalía General de la República que inicie un proceso de instrucción por todos los cargos que se nos ‘imputan’ en el que participemos como acusados, y se haga participar a los que alientan la campaña contra nosotros, como acusadores. Desde este momento nos encontramos en nuestros domicilios esperando la debida intervención de la autoridad judicial correspondiente”.

Tal parece que no viven en Cuba. Por ley, el fiscal es el único acusador para los cargos imputados. Ni Silvio ni ninguno de los contertulios de su blog pueden serlo, ya que los particulares pueden actuar como acusadores solo en caso de calumnia o injuria. Y aquí se vira la tortilla. Si Veiga y González fueran serios, en vez de darse bombo y platillo tendrían que acusar de calumnia a Silvio y sus contertulios. Por lo demás, se morirán en sus domicilios a la espera de la autoridad judicial. Por ley, esta no abre ningún proceso instrucción, que se realiza nada más que por el Instructor de la PNR o de la Seguridad del Estado y bajo control del Fiscal.

Dilla puntualiza que los “intelectuales de calibre [que] anidan en Cuba Posible y se asoman de vez en cuando a [la] Revista Temas [buscan] solo [el] aggiornamiento” del sistema. La palabrita da barniz intelectual, se puso de moda al filo del Concilio Vaticano II (1962-65) con el sentido de adaptar o presentar novedosamente viejos principios al mundo cambiante. Entonces no vale la pena escucharlos. La dictadura de partido único no admite, por esencia, ningún aggiornamiento por obra y gracia de terceros. Así que pretenderlo equivale intelectualmente a querer cabalgar hasta la luna y esto anula todo calibre, al menos en política.

La gente del CEA

Quizás nadie calibró mejor a los intelectuales en el socialismo realmente existente que el mecánico de automóviles y máquinas de escribir húngaro Janos Kadar (1912-89): “Me recuerdan a las moscas que se instalan en las riendas y creen que hace avanzar la carreta” ( Aczel, Tamas: “Politicians and Writers”, Tamas Aczel Papers, FS 031. UMass Amherst). Dilla compartió esa creencia, como se nota en este pasaje seminal de su relato sobre qué pasó con el CEA: “Su real relevancia se produjo desde 1986, cuando algunos investigadores tomaron en serio la invitación de Fidel Castro a pensar y debatir sobre el futuro cubano”. Aparte de que no tiene mucho pedigrí intelectual que digamos, irse con la bola de trapo del quídam, si tras la invitación esos investigadores permanecieron una década en la fiesta, entonces se creyeron que hacían avanzar la carreta.

Dilla elogió la Participación popular y desarrollo en los municipios cubanos (CEA, 1993, 159 pp.) y entró en buena sintonía con el régimen acerca de La democracia en Cuba y el diferendo con Estados Unidos (CEA, 1995, 215 pp.). Tras la desunión postsoviética, el CEA generó hasta aspiraciones de que ciertos intelectuales ligados al PCC se convirtieran en nomenclatura del Estado. El 14 de febrero de 1996, Dilla andaba todavía por el Hotel Kohly con que “hay cambios políticos que están operando ya cambios de poder en las instituciones, que cuando se realicen darán lugar a nuevas relaciones de política y poder”. Para el 27 de marzo, Raúl Castro espantaba las moscas del CEA y la carreta seguía su camino.

La gente del CEA se plantó y ahí radicaría, según Dilla, “el principal mensaje que el CEA legó a la intelectualidad cubana: era posible resistir y contrarrestar la ofensiva de la burocracia partidista.” Este legado es falso: los burócratas se impusieron fácil y el CEA se desbandó en unos meses. Su legado sería más bien que “el centro de investigaciones sociales más audaz y competente que ha existido en Cuba”, como asevera Dilla, no reparó en que las “nuevas relaciones de política y poder” se retorcían contra la propia institución. Así, el CEA legó la duda cartesiana de para qué necesitamos a los intelectuales de la ciencia social si, amén de sucumbir como cualquier hijo de vecino a la seducción del poder, ni siquiera advierten los peligros sociopolíticos que se agolpan contra ellos mismos.

Ya el cuento se acabó

Al enfrentar a Ubieta, Dilla niega que aquel sea realmente un intelectual, ya que “el sistema impone coyundas mayores inadmisibles para una práctica relacionada con la reflexión crítica, el cuestionamiento de los estatus y la conciencia libre”. Queda en penumbra por qué Dilla mismo fue tolerado y empleado por el sistema durante su largo ejercicio intelectual en el CEA (1980-96).

Aunque discurrió al servicio del régimen por entre las mismas coyundas sistémicas que aherrojan a Ubieta, Dilla alega que ingresó en el PCC “para mantener mis puntos de vista y expresarlos como lo hace un intelectual, escribiendo y hablando”. A explicar esto no ayudaría ni su propio testimonio de joven rebelde: “De la UJC fui separado tres veces, en 1968, en 1970 y en 1982”, porque implica que volvió a ingresar tres veces al núcleo político del sistema. Nada tendría de intelectual repetir tres veces el mismo error, pero sí tendría mucho de picardía haberle cogido muy bien la vuelta al sistema.

Al cuarto año de irse a bolina el CEA, Dilla hizo muy bien en emigrar. Desde que se fundó el CEA (1964), esa era y es la única alternativa racional de los cubanos frente al castrismo Sólo que al enzarzarse en discusiones con Ubieta y otros del bando abandonado, Dilla siempre dará pie a la sospecha exiliar de que si “coyundas mayores” no impidieron que trabajara “como lo hace un intelectual, escribiendo y hablando”, ¿por qué sería plausible que fuera de Cuba dejó de cogerle la vuelta al (otro) sistema?

La infidelidad al régimen de la intelectualidad defenestrada trae a menudo su causa de haberse perdido la parcela correspondiente en la finca del socialismo burocrático. Y esa pérdida invierte con naturalidad el cuento que Engels echó ante la tumba de Marx hace más de 134 años: “El hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión…” Hoy en día sabemos, sin leer a Marx ni a Engels ni a Dillas ni a Ubieta, que el cuento es otro y más largo: los intelectuales hacen ciencia social, en primer lugar, para comer, beber, tener un techo y vestirse… Nada hay de malo en eso. Aristófanes intuía ya que la patria radicaba en cualquier lugar donde se vive bien o mejor que en el terruño natal.

El solar de los intelectuales

Además de su parcela antes, Dilla perdió ahora la tabla intelectual con el problema metatrancoso de si es posible unir lo mejor del capitalismo y el socialismo, que Ubieta abordó sin chancletear. Por el contrario, Dilla se desfogó en argumentos ad hominen contra “el pobre Ubieta”: su carencia crónica de talento / su impudicia / si hubiera leído alguna vez en su vida a Marx / eso no pasa por esas pocas y duras ideas que tiene en su cabeza / no tiene la menor idea de las reglas de la retórica…

Este juego floral reguetonero nada tiene que ver con el rigor intelectual, que exige argumentos ad rem. Veamos un ejemplo. Al filo de las elecciones generales de 2013, Dilla comentó: “Los ciudadanos han sido llamados a votar y a optar por todos, por algunos o por ninguno. Como la lógica y la ley mandan. Y creo que eso es un signo interesante”. Lo único interesante es que Dilla no entendió que los ciudadanos fueron llamados a estar “presentes en las urnas y con nuestro voto por uno, por varios o por todos los candidatos”. Así perdió de vista que si bien la lógica admite no votar por ningún candidato, la Ley Electoral (1992) exige votar al menos por uno: los votos que no sean por uno, varios o todos los candidatos se consideran sin validez (Artículo 114). De ahí que para votar contra el gobierno en las elecciones generales, la única salida práctica consiste en anular o dejar en blanco la boleta.

Hasta aquí llegaría la crítica al yerro de Dilla, pero si siguiéramos su pauta contra Ubieta tendríamos que agregar carencia crónica de talento para leer bien el Granma, si hubiera leído alguna vez en su vida la Ley Electoral o el pobre Dilla no tiene la menor idea de las elecciones generales en Cuba.

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