La Habana, un derrumbe como símbolo

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Derrumbe ocurrido en un edificio en la calle Campanario, el pasado noviembre, que dejó dos personas sepultadas por los escombros. Foto: Cubanet

Por Carlos Cabrera Pérez

El regreso del ex espía Fernando González Llort y las crisis en Venezuela y Ucrania han opacado la tragedia de un derrumbe parcial en la Terminal de Ómnibus de La Habana, que lesionó a dos ciudadanas, una de ellas en estado grave por fractura craneal.

Entre septiembre y noviembre pasado, fallecieron tres personas en La Habana por derrumbes de sus viviendas a causas de intensas lluvias; una de las personas fallecidas vivía en la antigua sede de la escuela primaria “Pedro María Rodríguez”, ubicada en La Víbora y las otras dos personas en Centro Habana.

En horas de la tarde del 7 de febrero se desplomó el entrepisos interior de una habitación del edificio de la calle San Carlos 5, entre Lacret y Morel, en el municipio Diez de Octubre. Como consecuencia del accidente falleció Rosario Álvarez Álvarez, de 96 años, y otras tres personas resultaron lesionadas, un menor entre ellas.

Este lunes se sumó la noticia de otro derrumbe parcial que dejó en la calle a más de 600 residentes de Oquendo 308, entre San Rafael y San Miguel, en Centro Habana. El edificio estaba declarado en peligro desde 1988.

Pero el derrumbe en la Terminal de Ómnibus viene a confirmar el estado ruinoso de las edificaciones habaneras, incluidas las de servicios públicos vitales, como es la principal estación de autobuses del país, inaugurada en 1951, con una concepción arquitectónica moderna.

Vocación de modernidad

Aquella República, tan denostada por el castrismo, fue capaz no solo de construir una Carretera Central en cuatro años a finales de la segunda década del siglo XX, sino que la conocida como Terminal de Ómnibus Nacionales fue considerada la segunda de su tipo en el mundo, después de la de Washington, la capital de Estados Unidos.

Detalles como este confirman la vocación republicana por la modernidad y la identificación sociocultural con Estados Unidos, aunque le duela a Silvio Rodríguez.

Un paseo por La Habana de ahora mismo, hiela el alma por las terribles condiciones de la mayoría de las edificaciones; y la ruina apenas distingue entre casas antiguas y modernas, pues el barrio de Alamar, al este de la ciudad, es ahora mismo otra Habana Vieja debido a las filtraciones de la mayoría de sus techos por defectos constructivos y se trata de una urbe en la que viven 97 mil personas.

La falta de mantenimiento adecuado y periódico, la modificación de las estructuras internas de las viviendas para acoger a nuevos inquilinos, la transformación de las estructuras de carga de las edificaciones y el desinterés gubernamental por La Habana han dibujado un mapa indeseable.

Quizás si el castrismo hubiera dedicado un 5% de lo que dedicó a inversión real en nuevas construcciones a mantener y conservar La Habana, la situación no sería tan grave. Pero ya el mal no asola únicamente a la capital, sino que es un problema generalizado y los gobiernos provinciales no cuentan con recursos para acometer las reparaciones que necesitan los inmuebles.

De espaldas a La Habana

Si tiramos de hemeroteca comprobaremos que los primeros planes turísticos de Fidel Castro soslayaban a La Habana y priorizaban el desarrollo de polos turísticos en playas y cayos en busca del turista light que se conformara con sol y playa y -de paso- se evitaba la probable “contaminación ideológica” de los cubanos, quienes tenían vedado el acceso a hoteles y playas de su país hasta que recientemente Raúl Castro corrigió el absurdo apartheid.

Cuando los turistas mostraron su interés en estar en La Habana y recorrer sus sitios mágicos de antaño como el Tropicana, el Floridita, la Bodeguita del Medio, el Sloopy Joe y otros fue que las autoridades reaccionaron y apoyaron resueltamente los esfuerzos -hasta ese momento casi aislados- de Eusebio Leal y su equipo de colaboradores.

Pero a esas alturas era ya muy difícil encontrar buenos albañiles, soladores, carpinteros y otros oficios relacionados con el buen hacer en la construcción y restauración de edificaciones, que en el mundo entero es una actividad económica pujante y muy reconocida socialmente.

De hecho, si cualquier cubano o visitante se acerca a los edificios de Miramar, que ahora ofrecen las inmobiliarias a todo el que pueda pagar sus prohibitivos precios para el trabajador cubano, comprobará que están mal hechas y que los gastos de mantenimiento y/o mejora de las viviendas son cuantiosos.

La mayoría de los nuevos hoteles habaneros, como el actual 5ta. Avenida o el Meliá Cohíba padecen problemas de mala calidad constructiva, del uso de elementos baratos en aislamientos, puertas y ventanas y, en el caso del primero, con inundaciones cada vez que llueve copisosamente, en terrazas exteriores y el parqueo soterrado.

Decisiones sin consulta

Todas estas malas inversiones se han hecho sobre el sacrificio del pueblo cubano, sin consultarle jamás si aceptaba que la línea de la costa de Miramar, por ejemplo, fuera agredida por ese mazacote de cristal que es el hotel Panorama, cuyos gastos de climatización deben ser secretos.

De La Habana precastrista pueden criticarse muchas cosas, pero su arquitectura ha sido reconocida internacionalmente por especialistas y visitantes imparciales que, al descubrir hitos como la cubierta sin pilares del antiguo Club Náutico, el antiguo Centro Gallego, el Zoológico de 26, y la 5ta. Avenida, por ejemplo, elogian el sentido urbanizador de arquitectos y responsables políticos.

¿Qué ha pasado para que La Habana perdiera ese impulso? La imposición política de una estrategia basada en el reparto de pobreza, disfrazada de una perorata hueca y estéril que agredió a la capital cubana y a sus pobladores hasta límites insospechados.

Traer a jóvenes campesinos a estudiar a La Habana fue una medida justa, pero no había necesidad de albergarlos en las residencias de Miramar, que quedaron destruidas por el generoso programa de becas.

La perversión y el delirio

Acoger chilenos que huían de Pinochet fue una decisión justa, pero no había que haberles permitido destruir parte del Hotel FOCSA y de los edificios Sierra Maestra, en Miramar.

Traer venezolanos a operarse de la vista y otras dolencias fue una medida de compra de votos para el chavismo, ahora herido de muerte, pero no había que permitirles que destrozaran el hotel Las Praderas y otras instalaciones.

Los habaneros tendrían muchas razones para sentirse moderadamente orgullosos de su ciudad, pero la cultura de la pobreza impuesta por el castrismo no solo los privó de una vida mejor, sino que los condenó a vivir en una ciudad que ha ido destrozándose con el paso de los años hasta el punto que el director de una película como Conducta, el más reciente éxito del cine cubano, ni siquiera tuvo que preocuparse por el decorado.

El estado real de La Habana es tal que no necesita adjetivos. Basta plantar una cámara en cualquier esquina, incluso en los que todavía resisten los embates de la desidia y el abandono, para ver el horror cotidiano de una ciudad que pudiendo ser una joven vital, como las accidentadas en su Terminal de Ómnibus, es solo una foto-fija de la perversión del delirio castrista por arruinarla.

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