Margallo fue a Cuba por transición y se va con desplante de Raúl Castro

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El canciller José Manuel García Margallo no vio a Raúl Castro. Tuvo que conformarse con el delfín Miguel Díaz Canel, Foto: Granma.

Por Carlos Cabrera Pérez

Raúl Castro Ruz acaba de jugársela a José Manuel García Margallo, canciller español experto en la transición del franquismo a la democracia, pero que con respecto a Cuba se comporta como el capitán del Titanic, que desoyó las advertencias sobre iceberg en la ruta.

La visita del ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación del Reino de España no estaba planificada de antemano, pues su anuncio ocurrió casi en paralelo al de la visita del Secretario de Estado de Comercio, Jaime García Legaz, para asistir a la Feria de La Habana.

Probablemente hayan influido en esas prisas, los editoriales del diario The New York Times, las confesiones de Hillary Clinton y los cabildeos de empresarios norteamericanos y de la sacarocracia criolla en el exilio para levantar el embargo a Cuba.

El empresariado español afincado en la isla presiona para que se normalicen las relaciones y fluya el crédito español, es decir, para ellos hacer negocio con dinero público. Los empresarios españoles no son un factor de cambio democrático en Cuba, porque prefieren operar en un mercado cerrado a la libre competencia y con reglas opacas.

Arreglar a Cuba

Y pese a la ola de críticas que levantó entre organizaciones del exilio cubano, Margallo -otro más que lo intenta- pensó que la historia le daba la oportunidad de arreglar Cuba, como si fueran pocos los líos que tiene su gobierno en España, que sigue improvisando sobre Cataluña, por citar solo un ejemplo.

El Gabinete del Ministro debe estar a estas horas abroncando a la Dirección América de su ministerio, porque desplazarse a Cuba, decir que las relaciones estaban en el mejor momento y no ser recibido por quien manda en la isla parece una estrategia diseñada por el PSOE, que corrió mejor suerte con Raúl Castro.

En el voluntarismo español siempre falta el recuerdo de aquella frase de Fidel Castro (Nueva York, 1998) cuando la CNN le comentó que la Transición española podría ser un modelo válido para Cuba y Castro respondió como un tiro: “Sí, pero Franco se murió primero”.

Si Margallo hubiera sabido esto, o alguien de su gabinete o de la Dirección América se lo hubiera recordado, quizá no se habría lanzado a tumba abierta en ese discurso ante un auditorio escogido, glosando sus recuerdos de la Transición, que pese a sus alardes de profundo conocedor, parece que el entusiasmo nubló su criterio.

Como el propio Margallo citó en su discurso, la transición española fue posible a partir de la firma de un acuerdo de cooperación con Estados Unidos en 1959, las reformas económicas subsiguientes, la apertura al turismo y, finalmente, la muerte de Franco.  Antes no fue posible.

Pobre y dependiente

Por tanto, pretender establecer algún paralelismo entre aquello y lo que ocurrirá en Cuba es erróneo y un intento pueril de pretender acercar el ascua a la sardina de España, que si ha perdido influencia en Europa, no digamos ya en Iberoamérica. España era un país vital socioeconómicamente, a la muerte de Franco; Cuba sigue siendo una nación pobre y con fuerte dependencia de un suministrador exterior.

Para sazonar la llegada del canciller español a La Habana, su ministerio filtró que Margallo llevaba “encargos concretos” de los norteamericanos y el Departamento de Estado apenas tardó en desmentirlo, quitando cualquier relevancia a la visita con sentido de mensajero de Washington.

La Habana maniobró con habilidad en vísperas de la visita, liberando a una periodista independiente, archivando una causa penal contra el opositor socialdemócrata Manuel Cuesta Morúa y aplazando -por cuarta vez- el juicio a Sonia Garro, la Dama de Blanco que lleva dos años detenida.

El embajador cubano en Madrid concedió una entrevista al periódico El Mundo y mandó una carta al ABC criticando su postura editorial a favor de que médicos cubanos que abandonen sus misiones en terceros países sean acogidos en Estados Unidos y, de paso, recordó al periódico la cantidad de médicos y enfermeras españoles que emigran a Gran Bretaña y otras naciones, a causa de la crisis.

España descolocada

Para añadir más suspense a la intensa agenda bilateral, el equipo de Margallo dijo que también incluirían las conversaciones de paz para Colombia, país que visitó antes de viajar a La Habana, en su diálogo con las autoridades cubanas.

Cuántas cosas se han quedado en el tintero y la pena es que ya España no puede dar marcha atrás en sus esfuerzos por modificar o eliminar la Posición Común de la Unión Europea, establecida en1996, a propuesta del gobierno de José María Aznar. O sí que puede, como hizo con la tan llevada y traída Ley del Aborto, pero ya Europa no secundaría esos esfuerzos.

La noticia (que lo es) no está en el desplante de Raúl Castro al gobierno español, sino en que la actitud del gobernante cubano podría indicar que estaríamos ante la proximidad de  un arreglo con Estados Unidos, en el que algunas fuentes no descartan un canje del contratista Alan Gross por los tres espías cubanos presos en cárceles estadounidenses, de cara a la Navidad.

Y la idea no parece tan descabellada, porque beneficia a casi todas las partes: Obama se anota la vuelta a casa de un ciudadano norteamericano, que se libra de una pesadilla y cuando dos estadounidenses han sido decapitados por los islamistas;  el gobierno cubano puede cerrar el capítulo de los espías que siguieron siendo fieles a sus dictados, pues Ana Belén Montes y el matrimonio Myers no entran en el posible acuerdo. Porque la guayaba de los cinco “antiterroristas” que vigilaban únicamente a los exiliados beligerantes no cabe en la “zona de intereses” de la Montes y los Myers.

De producirse el canje, el camino para la asistencia de Cuba a la Cumbre de Panamá, en abril del 2015, estaría asegurada y el próximo gobierno norteamericano, sea republicano o demócrata, tendría el camino expedito para iniciar el largo y complicado camino de la normalización bilateral aun con el embargo en pie.

Y ello no implica necesariamente que se enfríen totalmente las relaciones entre Madrid y La Habana, pero si resituaría a España como potencia secundaria en los asuntos cubanos, lejos del mal sueño de Margallo que -con su torpe discurso en La Habana- sirvió en bandeja de plata el pretexto para que Raúl Castro no quiera verlo, al menos por ahora.

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