La conjura de los necios: Por qué me agrada tanto el camarada Arboleya

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Pluralidad a mano alzada: militantes santiagueros eligen a Fidel y Raúl Castro como delegados al VII Congreso del Partido Comunista.

Por Miguel Fernández Díaz

Deseamos el socialismo para el pueblo,
no el pueblo para el socialismo
Miroslav Jodl

El doctor Jesús Arboleya Cervera, investigador del Centro de Estudios sobre Asuntos de Seguridad Nacional, acaba de adentrarse en la arboleda política del socialismo cubano para señalar que el debate “es una constante en el quehacer cotidiano” y hasta los opositores al régimen participan con “sus opiniones en circuitos formales e informales de discusión”.
En un artículo reciente aparecido en el sitio Progreso Semanal bajo el título “El debate político en Cuba“, el connotado pensador oficialista nos trata de describir la “pluralidad” que palpita actualmente en el “tejido social cubano”, bien distante de la “supuesta unanimidad” que reflejan los engolados medios de prensa del estatismo cubano.
Así y todo, lo más interesante “tiene lugar tanto en las organizaciones políticas -incluyendo el propio Partido Comunista-, como en las instituciones académicas y culturales, en los medios de prensa alternativos y en el seno de toda la sociedad”. Aquí se debaten sobre todo “la situación económica y la gestión gubernamental para enfrentarla, [así como] el funcionamiento de los órganos políticos y gubernamentales, los problemas que atañen al comportamiento social, el estado de los servicios públicos, la política cultural y las relaciones internacionales”.
Arboles que no dejan ver el bosque
De este modo lo político se reduce a problemas de administración y queda fuera del debate precisamente el núcleo duro de la política: el poder institucionalizado del Estado. A este último respecto no hay debate. Por imperativo constitucional, ni la libertad de expresión ni ninguna otra pueden ejercerse “contra la existencia y fines del Estado socialista”.
No habría entonces mejor Estado y el grupo político de Fidel Castro se habría institucionalizado sobre la base del acceso privilegiado a la verdad, la bondad y la justicia, sin tener que responder por suprimir la racionalidad económica y propiciar que la centralización autoritaria se conjugara con la descentralización anárquica hasta allanar la economía al nivel de gestión de ideales “bordeando el precipicio”.
Arboleya subraya que ese curioso debate político sin tocar el problema del poder estatal se desarrolla “en un clima de libertad que pudiera resultar sorprendente para algunos observadores extranjeros, pero que los cubanos asumen de manera bastante natural [en calidad de] defensores del socialismo como sistema social, aunque difieran en la manera en que ese socialismo debe materializarse”.
Pero enseguida advierte que, “como dijo Fidel (…), nadie sabe a ciencia cierta cómo se construye el socialismo”. Así tenemos que en ese debate, tan libre y natural, nadie sabe bien de qué está hablando, sobre todo si el propio Fidel había aseverado hace tres décadas: “Ahora sí vamos a construir el socialismo” (Granma, 27 de diciembre de 1986, página 1).
Hic sunt leones
Los parajes desconocidos se marcaban en los mapas antiguos con el latinazgo hic sunt leones, pero este recurso no sirve ya para justificar la defensa del socialismo como el estado de cosas sostenido por una elite gobernante porque al menos dos leones están bien identificados:

  • El mercado se ha impuesto convincentemente sobre la llamada economía planificada. No se trata ya del ardid ideológico con que se discierne entre economía socialista y capitalista, sino de que el sistema socialista entorpece el cálculo de costos y precios y sin cálculo económico no hay economía, pero casi seis décadas de ingente desperdicio y engaño sistemático no han conseguido que la plana mayor de la revolución cubana reconozca que Ludwig von Mises tenía razón.
  • No hay democracia sin partidos políticos. Sólo por hipocresía o ilusión, como afirmó Hans Kelsen, puede meterse la guayaba del orden democrático basado en un solo partido.

Para enjaular a estos leones Arboleya restalla el látigo de que “en el caso cubano se mantuvo la voluntad mayoritaria de continuar con el proyecto a toda costa”. Así lo demuestra la lealtad de masas que el Estado cubano todavía procura en elecciones y movilizaciones, pero esa lealtad va decayendo a medida que el Estado no pueda controlar las secuelas disfuncionales del proceso económico para volverlas más o menos soportables para el pueblo.
Nueva coyuntura
El quid político no estriba, como afirma Arboleya, en que la mayoría no esté dispuesta “a renunciar a los logros alcanzados en materia de educación, salud pública, protección de los individuos y una justa equidad social”, sino en que la minoría gobernante no pueda seguir legitimándose con definiciones ideológicas del bien común sin poder atajar la decadencia de aquellos logros.
Arboleya anda todavía con que los “conflictos solo tienen solución mediante el debate mismo”. Ningún debate resuelve conflictos, porque hay estricta separación entre las razones teórica y práctica. Para resolverlos se requieren decisiones. Y si bien el pueblo no decide sobre ninguna de las cuestiones que Arboleya plantea como temas del debate político, sí decide sobre quiénes deben ser los que tomen las decisiones. Tal es la clave del debate político, que Arboleya escamotea para no enredarse en los problemas de legitimación del castrismo tardío.
Junto al crecimiento de la emigración y el individualismo, Arboleya puntualiza como fenómeno negativo “la apatía política”, pero en términos electorales esa apatía favorece la normalidad y estabilidad del orden político. Por eso no importa mucho que la participación en las elecciones bajara del 90.88% (2013) al 88.50% (2015), sino que muchos más cubanos votaran contra el gobierno.
No hubo diferencia notable entre quienes dejaron sus boletas en blanco: 364,576 en las elecciones generales (2013) y 342,906 en las elecciones municipales (2015), pero sí muy significativa entre quienes anularon sus boletas como manifestación más explícita de voluntad política antigubernamental: 373,118 (2015) contra 94,808 (2013). Si esta tendencia cunde, aquella “voluntad mayoritaria de continuar con el proyecto a toda costa” caería bajo la sospecha de no ser tanto un consenso entre personas libres e iguales, sino más bien acuerdo forzado y contingente.

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