Mi héroe de camiseta: la historia olvidada de un piloto de Playa Girón

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El piloto de la Fuerza Aérea, Douglas Rudd.

Por Clive Rudd Fernández

Recuerdo que yo tenía unos 10 años cuando mi padre me llevaba de un ministerio a otro a cobrar su salario. Lo mismo podía ser el Ministerio del Azúcar o el de Transporte. El no trabajaba en ninguno, pero cobraba una vez al mes su salario integro. Realmente no trabajaba en ninguna parte, eran órdenes del ministro de las Fuerzas Armadas.

Aquella situación me era difícil de entender cuando en mi cabeza de niño de 14 años mi padre era un héroe de Cuba y piloto de la Fuerza Aérea que se jugaba la vida por la nación.

Cuando le preguntaba, ¿viejo, qué sabes tú de azúcar? o ¿por qué recibes salario del Ministerio de Transporte si no trabajas aquí?, me decía con esa mirada fría y fija que lo caracterizaba: “Es que Diocles está ahora aquí”. Después regresaba su cara hacia otra parte donde su mirada no chocara con la mía y hacía una mueca con su comisura labial, que era su manera de decir “pregunta incómoda, no hagas ni una más”. Como le tenia mucho respeto, yo cerraba el pico inmediatamente.

Diocles era el Ministro Diocles Torralba, con historia en las Fuerza Aérea de la Revolución, y que entre sus tareas estaba atender al héroe digerido y defenestrado de la Revolución, Douglas Rudd, mi padre.

Durante mi adolescencia comencé a darme cuenta de que en esta historia faltaban pasajes. Mi viejo, que no era de mucho hablar y mucho menos de ufanarse, no tocaba jamás los temas de aviones ni las historias de combates aéreos en Playa Girón o de su participación en la campaña cubana en Vietnam.

De vez en cuando me atrevía preguntarle cuándo me llevaría a volar. Siempre me decía, sin mirarme a los ojos: “Un día de estos”. Después supe que hacia años que no volaba y jamás volvería a hacerlo en toda su vida.

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El autor de este artículo junto al avión que piloteó su padre, expuesto en el Museo de la Revolución de La Habana.

Así las cosas, el vacío del silencio de mi padre lo fueron llenando las anécdotas de sus amigos, que me contaban de las hazañas de mi padre en la Fuerza Aérea, de cómo jugo un papel crucial como piloto en Playa Girón y sus funciones como parte de los asesores militares que el gobierno de Cuba había enviado a la guerra de Vietnam.

Me contaron que después de su ascenso en las filas de la Fuerza Aérea comenzó a cuestionar decisiones del alto mando y que la dirección de la revolución le dio suficiente alertas de que se olvidara de sus ideas y propuestas y que siguiera “la línea trazada por la Revolución y por Fidel”.

Allá por 1968 mi padre, decepcionado con el proyecto de los hermanos Castro, pidió su renuncia para irse a volar como piloto civil a la compañía Air France, donde tenía apalabrado un empleo.

Tan pronto comenzó a circular el rumor de su renuncia, lo detuvieron por tener en su casa “documentos de seguridad nacional”. Según algunos de los viejos pilotos con los que he hablado, aquellos documentos de seguridad nacional no eran más que los manuales de vuelo de algunos de los aviones con que estaban trabajando en el momento y era un práctica rutinaria tener copias en la casa para repasar las capacidades técnicas de los equipos.

Después de un juicio expedito, fue llevado a la prisión de La Cabaña condenado a 30 años de privación de libertad. De allí se fugó por mar junto con otros dos presos comunes.

Esperando a Celia Sánchez

Muchos años después mi madre me contaría de sus penurias en Villa Marista bajo intensas horas de interrogatorios, embarazada de mi hermana menor Yvonne para saber el paradero de mi padre.

Mientras mi madre estaba bajo torturas psicológicas por el Ministerio del Interior, un dispositivo policial y militar se desplegó por toda La Habana en busca del héroe perdido.

Mi padre estaba sentado día y noche en las afueras de la casa Celia Sánchez Manduley, mano derecha de Fidel Castro, para exigir explicaciones por el comportamiento de la revolución hacia su persona y hacia el país.

Cuando lo encontraron Celia logró que le conmutaran la condena de prisión y le enviaran a su casa. Desde ese momento tuvo terminantemente prohibido trabajar en Cuba. El único empleador de la Isla, el gobierno de Cuba, lo había condenado al plan pijama. En ese plan estuvo por más de 25 años hasta que se pudo ir del país.

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Volando con Rafael del Pino (der.) en las afueras de Londres, en el 2007.

Años después de ser liberado, un alto general de la Fuerza Aérea (DAAFAR) se le apareció en su apartamento del Vedado a decirle que el general de Ejercito Raúl Castro quería condecorarlo el 17 de abril en la conmemoración del 25 aniversario de Playa Girón. Mi padre lo echó de su casa gritándole un par de groserías. Tantos años sin poder ejercer ningún tipo de empleo habían acabado con sus magros “talentos de socializar”.

Ya por los años 80 me dio la impresión que estaba delirando. Un día me dijo: “La Unión Soviética se va a caer en pedazos y nadie la va a llorar. Fidel va a haitianizar Cuba y nadie se lo va a impedir… trata de irte de este país tan pronto puedas; no hay futuro ni para ti, ni para el resto de la juventud cubana en los planes de Fidel que no incluyan absoluta sumisión”.

En uno de sus últimos delirios me dijo; “Clive, el General de Brigada y jefe de la fuerza aérea militar cubana Rafael del Pino me vino a ver para decirme que estaba planificando fugarse del país en un Cesna de doble motor y que si yo quería irme con él, y por supuesto le dije que no; de seguro que es una trampa para enviarme a la cárcel de nuevo”.

Por supuesto, no le presté mucha atención a aquella anécdota y pensé que además de delirante se estaba volviendo paranoico. Hasta que escuché por Radio Martí y por canales alternativos la historia de la fuga del General Rafael del Pino y su familia en 1987. Varios años después cuando saqué mi licencia de piloto privado en Inglaterra, volaría con Rafael del Pino por las afueras de Londres y me confirmaría que la invitación a mi padre había sido cierta. La paranoia que le habían metido dentro de su DNA le hizo perder la nave de escape.

La imagen del héroe

Mi padre logró finalmente salir de Cuba en 1990 y murió dos años después en la casa de uno de los pilotos contra quien había luchado en Playa Girón. Reconciliado con sus enemigos de combate, pero no con su pasado.

Después que logré salir de Cuba en 1992, pasarían 15 años de mi propia reconciliación con mi pasado y mi país para que yo regresara a Cuba.

En uno de mis viajes en 2008, viajé a Cuba con un periodista amigo mío Inglés del periódico The Independent. Le comenté que mi padre como muchos de los padres de mi generación habían dado su vida y su juventud por el proyecto de la revolución, pero que muchos de ellos habían sido devorados y defenestrados por esa misma bestia insaciable que ellos ayudaron a crear y ahora formaban parte de la lista de los enemigos.

Dimos un recorrido básico por el Museo de la Revolución de La Habana hasta que llegamos a la sala de la batalla de Playa Girón. Allí me encontré con el asombro de que mi padre, Douglas Rudd, quien había sido condecorado y defenestrado por el hombre nuevo revolucionario, tenía su nombre inscrito en la pared como uno de los héroes de la victoria de Playa Girón. Después de destruido, digerido y engullido el ser humano, decidieron dejar la imagen del héroe, porque vende ideas y camisetas en un museo o encualquier lugar turístico de La Habana.

A mi padre lo sigo recordando como cuando era niño, cuando lo soñaba volando, jugándose la vida y combatiendo por causas justas y grandes. Como un hombre de gran coraje. A mis hijos les he dicho desde muy pequeños que los héroes de camiseta no existen.

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