Mujeres cubanas entre pobrezas y exilios

Mujeres-displayPor Carlos Cabrera Pérez
Muchas mujeres cubanas -al margen de su latitud geográfica e ideológica- soportan un peso excesivo de responsabilidad y trabajo, debido a las condiciones de pobreza de la isla, a lo complicado que resulta exiliarse y establecerse en tierra extraña, y al ancestral machismo de la sociedad contemporánea.
Cuba padece la disfunción de tener abundantes familias monoparentales femeninas, en las que el hombre está ausente o es una figura borrosa para los más pequeños, y han sido abuelas, madres e hijas las que han tirado del carro para resistir los embates de la pobreza.
En el exilio cubano -especialmente el segmento ocasionado por la crisis económica de los años 90 que aún persiste- muchas mujeres han tenido que cargar con la responsabilidad y el peso de sacar adelante a su familia más cercana y ayudar, en todo lo posible, a sus familiares en la isla.
Matrimonios con extranjeros
Aunque no existen cifras al respecto, a los hombres exiliados se nos ha hecho más cuesta arriba la implantación y consolidación en un trabajo que genere renta, estabilidad y bienestar; mientras que las mujeres -en muchos casos indocumentadas aún- han desempeñado trabajos de criadas, camareras, cuidadoras de ancianos y enfermos crónicos en hospitales y hogares, además de ocuparse de sus maridos e hijos, en el caso de tenerlos.
Las llamadas “jineteras”, repudiadas por buena parte de la hipócrita sociedad cubana (la de la isla y el exilio), no solo han tenido que convertirse en una fuente principal de sustento familiar, algunas de ellas en la edad en que aún soñaban con tener una muñeca bonita y un príncipe azul.
Por otra parte, muchas de las mujeres cubanas que han emigrado mediante la fórmula de matrimonios con extranjeros (sean de conveniencia o no) han tenido que soportar el cambio que implica adaptarse a normas y costumbres de una sociedad radicalmente distinta y hasta cierta discriminación y recelos por parte de la familia directa y el entorno de sus maridos.
Durante años, el castrismo se ha prestado al macabro juego de intentar transmitir al mundo la imagen de una isla alegre, sensual, desprejuiciada, con funestas campañas turísticas basadas en el ron, las mulatas y las maracas; entre otros atributos de una Cuba que solo existen en esos creativos de publicidad.
¿Cubana de Cuba?
Con esas falsas imágenes, no son pocas las mujeres cubanas que han tenido que soportar y afrontar comentarios ofensivos sobre su supuesta condición sexual, curiosamente de boca de tipejos que no se atreven siquiera a piropear a otra mujer de su propio país y son consumidores habituales de prostitutas.
De hecho, varias mujeres cubanas exiliadas y que no responden a la imagen prefabricada que muchos extranjeros tienen de Cuba, cuentan, sonriendo, la extrañeza que muestran los ignorantes cuando ellas les dicen que son cubanas; y –en algunos casos- no falta la estupidez reiterada: ¿pero cubana de Cuba?
Con estas desventuras, será fácil colegir la injusticia y el sufrimiento que han padecido las mulatas y negras cubanas en todos estos años de hambre, falta de libertad y rapiña de hombres extranjeros. En determinados ambientes españoles –por ejemplo- no es raro escuchar a hombres decir que prefieren a mujeres extranjeras porque son “más sumisas” que las españolas.
Y su angustia –además de injusta y machista- obedece más al nuevo papel de vanguardia sociológica que desempeñan las mujeres en sociedades libres y desarrolladas, que ha invertido los roles y atemorizado a muchos hombres, que a una real pasión por mujeres extranjeras, a las que presumen inferiores, porque ganarían un salario menor que ellos; e indefensas, porque están lejos de sus patrias.
Un tributo pendiente
Cuando pase el tiempo y se reposen las emociones, Cuba debería rendir tributo a todas sus mujeres, al margen de su filiación política y geográfica, e incluir en ese homenaje a las llamadas “jineteras” y a aquellas que se casaron con extranjeros para emigrar e intentar dar una vida mejor a sus familias, aunque muchas no lo han conseguido por esa vía, sino por su talento y capacidad.
Una crisis económica sistémica, como la que padece Cuba, provoca pobreza y marginación. Pero la crisis ha sido especialmente cruenta con las mujeres, que han hecho de tripas corazón y enfrentado la adversidad con mayor resolución que muchos hombres.
Por ejemplo, una señora que apoya al castrismo, sigue teniendo la responsabilidad de atender a su familia, con especial dedicación a sus nietos e hijos. Algunas han enviudado o llevan años solas porque sus maridos, también castristas, se alejaron del hogar inicial y crearon otros, emigraron o se inxiliaron con la ayuda del alcohol y otras muletas.
Una crisis estructural como la que padece el capitalismo debido a los injustos excesos de la oligarquía financiera, genera más pobreza y desigualdad, y alcanza muy pronto a los trabajadores inmigrantes y, especialmente, a las mujeres.
Atrapadas en la adversidad
Claro que en todos los ámbitos hay excepciones; y hay matrimonios y parejas que han afrontado, juntos y sin fisuras, la adversidad de vivir en una Cuba empobrecida, la emigración, la incomprensión, y la felicidad y la tranquilidad de poder ayudar a sus padres, madres, abuelos e hijos de anteriores enlaces. Pero ello no ha librado a la mujer de soportar una carga específica diferente a la de los hombres.
Obviamente que los discursos oficiales y las crónicas rosas que no faltarán este 8 de marzo en Cuba y en otros lugares del mundo obviarán las injusticias que padecen aún muchas mujeres y, en muchos casos, se darán por satisfechos, porque cumplen equis preceptos de Naciones Unidas y otras entidades internacionales.
Pero la humanidad hace años descubrió que la estadística es una disciplina que sirve para probar una cosa y justo lo contrario; por tanto, no se trata de convenciones y tratados, sino de algo tan sencillo de asumir la desigualdad entre hombres y mujeres, siempre a favor de ellas. Pero ello implicaría hacer una revolución y -lamentablemente- la Magdalena no está para tafetanes.

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