Testimonio: Washington abandonó a ex oficial cubano a su suerte

Riera (segundo a la izq.) en sus días de consul en Mexico

Riera (segundo a la izq.) en sus días de consul en Mexico

Por Jeffrey Davidow*

Incluso cuando el complicado juego Cuba-México estaba dando señales de enorme tensión, el eje La Habana-Ciudad de México era lo suficientemente fuerte en los últimos días del gobierno priísta como para reclamar todavía otra víctima.

El 4 de octubre de 2000, a la mitad del camino entre el triunfo de Vicente Fox en las elecciones y su toma de posesión, Pedro Riera Escalante fue puesto en un avión rumbo a Cuba, donde se enfrentó a la cárcel o quizás algo peor. La historia de Riera revelaba mucho del espionaje cubano en México y, lamentablemente, también mostraba la ineptitud estadounidense. Asimismo, servía para recordar cómo, después de cincuenta años de cultivar el terreno mexicano, Fidel Castro todavía tenía el poder para producir las cosechas políticas que le eran necesarias para sobrevivir.

A finales de 1999, Riera se acercó a la embajada estadounidense con un relato convincente que desplegó al detalle. Desde 1986 hasta 1991 había sido asignado a la embajada cubana en México, que entonces -como ahora- era uno de los mayores puestos de espionaje en el exterior. Al ser uno de los principales elementos dentro de la organización de inteligencia militar de Cuba, Riera sabía de los esfuerzos cubanos para penetrar en la embajada estadounidense. Además, había manejado al desertor Phillip Agee, ex agente de la CIA y quien en 1975 publicó Dentro de la empresa (Inside the Company), un libelo con algunos hechos mezclados con muchas mentiras. Mientras se desempeñaba en México, Riera era conocido por sus contactos, más o menos abiertos, con la comunidad cubana local, cuya oposición a Castro era por lo regular mucho menos estridente que la del contingente cubano en Miami. Pero tal vez se acercó demasiado a ellos o fue atrapado en algún otro vicio o crimen, reales o percibidos como tales.

Situación de emergencia

A su regreso a Cuba se encontró con dificultades, y en 1993 fue despedido del servicio de inteligencia cubano. Durante los siguientes seis años trabajó para ganarse la vida a duras penas en Cuba, pero entonces regresó a México. Por lo visto, Riera era alguien a quien había que escuchar. Lo único que quería de Estados Unidos era ayuda para sacar a su familia de la isla y establecerla en ese país. A principios de 2000, un funcionario de la embajada se reunió varias veces con él. Su calidad migratoria en México era técnicamente la de ilegal. Es probable que haya entrado en el país con documentos falsos o, de haber usado los propios, que haya rebasado la estancia autorizada como turista. Sabía que el gobierno mexicano tenía el derecho de detenerlo o deportarlo a voluntad. Vivía escondido y temeroso. En algún momento de esos meses, Riera pudo haber tomado un autobús rumbo a cualquier punto fronterizo en el norte para llegar hasta territorio estadounidense. En cuanto declarara ser un ciudadano cubano, sería puesto en libertad condicional en Estados Unidos sin ninguna posibilidad de que se le regresara a la isla. Él, sin embargo, no quería eso. Prefería esperar y sacar a su familia de Cuba.

Nuestra valoración de la urgencia de su situación aumentó cuando el funcionario de la embajada que lo había interrogado se convenció de que estaba diciendo la verdad, ya que corroboramos gran parte de su historia. Pero la embajada no pudo convencer a Washington. El comité entre organismos ahí establecido para determinar cómo debe manejar Estados Unidos a los potenciales desertores malogró el caso. En efecto, no es fácil tomar decisiones. No todos los que se acercan al gobierno de Estados Unidos con una historia de espionaje están diciendo la verdad. O la que revelan es poco valiosa porque ya se conoce. Obtener una decisión de Washington era particularmente difícil en vista de que la CIA, que encabeza el proceso entre los organismos, se había quemado muchas veces con tantos falsos desertores cubanos; por lo visto, la agencia reaccionaba al trauma con inacción y vacilación.

Pretextos contradictorios

Los pretextos eran múltiples y contradictorios. Insistí en que se enviaran expertos para entrevistar a Riera. Subrayé que el cubano corría peligro en México debido a los considerables elementos de Cuba dentro del gobierno. Pero el escepticismo y la inacción prevalecieron. Para el funcionario de la embajada, ese día fue muy difícil: tuvo que decirle a Riera que no contaba con nadie y que no podía ayudarle. Sin embargo, el peor día de su vida no sería ése. Vendría unas cuantas semanas después, cuando se enteró de que los mexicanos habían detenido a Riera para entregarlo a la inteligencia cubana. Era justo como lo había temido el propio Riera y justo como la embajada le había advertido a Washington. Después de que la sede diplomática lo abandonó, Riera trató de encontrar apoyo en otra parte. En forma desesperada y peligrosamente pública se reunió con intelectuales conocidos por su oposición a Castro, con reporteros y con editores mexicanos, y por último acudió a la SRE para solicitar asilo político. Fue llevado a la Secretaría de Gobernación, la dependencia responsable de los asuntos migratorios y, lo que es más importante, la que alberga al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), el servicio de inteligencia mexicano. Riera pensó que al conducirse en público obtendría algo de protección. Estaba equivocado.

En la tarde del 3 de octubre se reunió con dos reporteros norteamericanos que estaban trabajando en un reportaje sobre él. De ahí se fue a un Sanborn’s en la colonia Roma para reunirse con agentes del CISEN. Se hizo acompañar de un emigrado cubano, un periodista con residencia legal en México. Cuando Riera terminó su reunión con los representantes del CISEN, seis hombres armados lo interceptaron, lo llevaron a un hotel y lo interrogaron. A la mañana siguiente fue puesto en un avión con rumbo a Cuba. El gobierno de México, bajo cierta presión de los reporteros que olfatearon una buena historia, declaró que el cubano había sido deportado en un vuelo comercial después de que se analizaron sus documentos migratorios, que revelaban que estaba ilegalmente en México. Según otras fuentes, el avión que lo condujo de regreso a La Habana con una guardia armada era del CISEN o de la inteligencia cubana.

Los mexicanos responsables de la deportación de Riera comenzaron a manipular de inmediato la historia ante la prensa. Dijeron que era probablemente un agente de Estados Unidos y que se había reunido con el embajador de este país. Falso en ambos casos. La embajada envió una declaración en la que hacía notar que si Riera se había acercado o no, el gobierno mexicano tenía la responsabilidad de acatar las leyes internacionales. Se supone que las personas que buscan asilo, recalcamos, no deben ser simplemente deportadas a la nación de la que están huyendo.

Temor de funcionarios mexicanos

A partir de ese momento, la historia se desarrolló en una forma deprimente. Le pedí al gobierno de México que determinara el paradero de Riera en Cuba y asistiera a su juicio. La SRE dijo primero que así lo haría, pero después negó que hubiera afirmado jamás algo en ese sentido. La dependencia regresó a las fórmulas tradiciones para afirmar que México no aceptaría presión alguna de un país extranjero en lo referente a sus asuntos con Cuba.

En Washington, una revisión interna del gobierno pasó por alto el hecho de que gran parte de la información por él proporcionada era exacta. Hay varias teorías para explicar qué impulsó al gobierno mexicano a actuar como lo hizo en el caso Riera. Quizás éste se convirtió en una pieza de un complicado trueque, el de él mismo a cambio de alguien que fue liberado de Cuba y que era de interés para México o para un político mexicano influyente. O tal vez La Habana chantajeó a algunas personas en puestos privilegiados con amenazas de revelar información comprometedora. También es probable que ciertos funcionarios mexicanos de alto rango temieron que Riera dijera a la prensa lo que sabía acerca de los espías y agentes de influencia cubanos que todavía estaban dentro del gobierno mexicano. En cualquier caso, dado que el PRI se preparaba para transferir el poder a un nuevo gobierno, no era conveniente tener cerca a Riera. Su vida se convirtió para el gobierno en otro expediente que debía pasar por la trituradora de papel antes de cerrar la puerta.

* Jeffrey Davidow fue secretario adjunto del Departamento de Estado para el Hemisferio Occidental (1996-1998) y embajador en México durante el incidente con Riera (1998-2002). El fragmento que publicamos forma parte del capítulo “Mambo entre tres”, incluido en su libro EEUU y México: el oso y el puerco espín (2004). CaféFuerte agradece al embajador Davidow la entrega de este texto para su publicación en nuestro sitio.

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