"Saboteo" del Miami Herald: De cómo convertir a Oswald en agente de Castro

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Lee Harvey Oswald, capturado por los federales en noviembre de 1963. Su suerte estaba echada.


Por Miguel Fernández Díaz
Con la misma ligereza con que suelen usarse las tarjetas de crédito, El Nuevo Herald/Miami Herald acaba de lanzarnos en pleno rostro la historia infundada e incluso ya desmentida del doctor Brian Latell sobre Lee Harvey Oswald como agente de la Dirección General de Inteligencia (DGI) cubana.
A este absurdo dedicó un veterano y reconocido reportero del Herald, don Alfonso Chardy. buena parte de su reportaje de hechos y opiniones “Espías y agentes cubanos en EEUU, medio siglo de intrigas y saboteos (sic)”. El titular viene muy bien al contenido, tanto por la falta de precisión -sería más de medio siglo o casi seis décadas- como por la inexistencia de la palabra “saboteo” en el idioma español, que refleja el sabotaje del diario local tanto al español como al estado actual de la investigación del asesinato del presidente John F. Kennedy por traer a colación la sospecha inexistente, entre los investigadores serios, de la conexión cubana de Oswald.
Dice el Herald que “el libro de Latell ofrece fuertes indicios” de que en 1959 Oswald estuvo en contacto con diplomáticos cubanos mientras servía como marine en California. A tal efecto el reportaje cacarea el testimonio del marine Nelson Delgado, quien declaró a la Comisión Warren que Oswald le dijo que había ido al Consulado cubano en Los Angeles y recibía cartas de allí.
Como un águila mexicana
El reportero se atreve a decir que Delgado vio “un sobre con el sello del gobierno cubano en el cuarto de Oswald”, pero no se atreve a precisar que Delgado se refirió a tal sello así: “Something like a Mexican eagle, with a big, impressive seal (…) I just knew it was in Latin”.
Tal sello tiene tanto de gobierno cubano como de diplomático tiene un visitante desconocido que vino de noche a ver a Oswald y Delgado pensó que era cubano. Ni el FBI ni la inteligencia militar dieron jamás con las pista para concluir que tal visitante guardaba relación con Cuba. Ni cabe que un diplomático se atreviera a contactar a un marine en su propia base.
Oswald dejó el Cuerpo de Marines el 11 de septiembre de 1959 y el único testimonio directo de que antes acudió al Consulado cubano en Los Angeles apunta a que, en lugar de mantenerse en contacto, salió espantado.  Gerald P. Hemming, ex marine que sirvió a Castro al principio de la revolución, declaró  en entrevista exclusiva con Dick Russell para la revista Argosy, en 1974:
“Me encontré con Oswald en Los Angeles en 1959, cuando se apareció en el Consulado cubano. El coordinador del Movimiento Revolucionario 26 de Julio me llamó aparte y me dijo que había un marine preparado para desertar e ir a Cuba a convertirse en un revolucionario. Me reuní con este marine y me dijo que era un suboficial en activo, [pero] yo pensé que era un “penetrador” y le dije al jefe del MR-26-7 que salieran de él”.
Una sola fuente
Al apoyarse tan solo en Latell, el reportaje heráldico dejó a un lado el periodismo y ni siquiera revisó las investigaciones que siguieron a la desclasificación de materiales de la propia CIA por la Junta de Revisión de Archivos del Asesinato (ARRB, por sus siglas en inglés) tras el terremoto que Oliver Stone provocó en la opinión pública con la película JFK (1991). De haberlas revisado por arribita, se hubiera encontrado que, por ejemplo:
1. Peter Dale Scott acreditó cómo la propia CIA había comprobado que “Oswald was unknown to Cuban Government” antes de visitar la Embajada de Cuba en México en 1963 (Oswald, Mexico, and Deep Politics, Skyhorse Publishing, 2013, página 33)
2. John Newman demostró que, en lugar de la DGI, la propia CIA había estado al tanto de Oswald desde su deserción a la URSS el día de Halloween de 1959 (Oswald and the CIA, Carroll & Graf Publishers, 2008, página 318).
Seducción por el absurdo
La sospecha de Oswald al servicio de Fidel Castro se reduce al absurdo porque, de haber sido así, entonces la CIA tuvo que conspirar con Castro: en vez de fichar como riesgo de seguridad a un ex marine que había regresado de la URSS en 1962, guardó silencio sobre su visita  a soviéticos y cubanos en Ciudad México a principios de otoño de 1963.
En esa época la estación de la CIA allí tenía bajo férrea vigilancia fotográfica las embajadas de Cuba y la URSS. Oswald entró dos veces a esta última y tres a la otra, pero la CIA no ha mostrado jamás una foto de Oswald en ninguna de las diez oportunidades que tuvo para fotografiarlo.
Asimismo la CIA tenía interceptados teléfonos en ambas sedes diplomáticas y constan transcripciones de tres conversaciones en las cuales interviene un tal Oswald, pero la CIA nunca ha presentado una grabación con su voz.
Castro sabía…
Más absurdo todavía es que se recicle este disparate de Latell: que en Cuba se sabía que algo iba a suceder en Dallas el 22 de noviembre de 1963, porque ese día el recluta Florentino Aspillaga recibió la orden de dejar de monitorear las transmisiones de la CIA y enfilar las antenas hacia Texas.
Ante todo Castro no tenía que emplear medios electrónicos de inteligencia para dar seguimiento a la visita de Kennedy a Dallas, que las principales cadenas informativas de Estados Unidos cubrían en vivo.  Ni qué decir de cómo sigue el patético testimonio del propio Aspillaga: haberse enterado del magnicido por transmisiones de radioaficionados.
Latell se jacta de que Aspillaga, tras su debriefing por la CIA en 1987, vino a contar el incidente otra vez tan sólo a él en 2007. Así, la CIA habría violado la Ley de Recopilación de Archivos sobre el Asesinato del President John F. Kennedy (1992), por no presentar el debriefing de Aspillaga a ARRB, pero resulta que nada de Aspillaga aparece tampoco en el registro de documentos aún clasificados de la CIA con relación a JFK. De lo que podría concluirse que Aspillaga miente al descaro o que la CIA ha tenido olfato para no tomarlo en cuenta. No hay problemas, Latell puede incluirlo en su libro y el Herald en su reportaje.
Hasta que se seque el Malecón
Así como en la lista del Herald no son todos los que están, como sucede con Oswald, tampoco están todos los que son. El reportaje soslayó hasta casos tan señeros como el primer agente cubano disfrazado de diplomático que fuera expulsado de la Oficina de Intereses de Cuba en Washington: Ricardo Escartín, en 1981, así como la expulsión en 1987 del jefe interino de dicha oficina, Bienvenido Abierno, junto con otro oficial de la DGI (Virgilio Lora).
Por lo demás, el texto del Herald arranca con el párrafo que parece tomado de un cafetín de la Calle Ocho: “Aunque Estados Unidos ha restaurado relaciones diplomáticas con Cuba, no está claro si se ha declarado una tregua en las guerras de espionaje”, como si diplomacia y espionaje no vinieran de la mano desde la antigüedad.
Para cerrar con broche de oro la pieza periodística, los editores de El Nuevo Herald agregaron la encuesta: ¿Cree que la embajada de Cuba en Washington y consulados en el país puedan facilitar la entrada a espías de la isla?, como si no se cayera de la mata que, al abrir ahora sus embajadas y luego consulados respectivos por ahí, Cuba y Estados Unidos escalan sus guerras de espionaje, que discurren siempre de manera más o menos sutil y en las cuales nunca hay tregua, ni siquiera entre aliados.
Lo que se facilita hoy, en medio de la crisis general en la cobertura periodística sobre Cuba, es la aparición de artículos que invierten la relación formulada por Kennedy al leer un reportaje dedicado con asuntos cubanos: Castro doesn’t need spies in the United States; all he has to do is read the newspaper.
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