San Lázaro en nuestras permanentes devociones y súplicas

La cita es con el Viejo Lázaro -o Babalú Ayé- en el Rincón de La Habana o en el santuario de Hialeah, en uno de esos momentos en que las simetrías cubanas de ambos lados se hacen más confluyentes.

San Lázaro en nuestras permanentes devociones y súplicas
Imagen de San Lázaro en el santuario de Hialeah, Florida. Foto: Café Fuerte.

Es 17 de diciembre y la devoción de los cubanos por San Lázaro se extiende a lo largo de toda la isla, capitaliza tributos en el Rincón de La Habana y arrastra a sus fieles hasta el recinto de Hialeah, al otro lado del Estrecho de Florida.

Las jornadas de la víspera y la celebración han estado marcadas por lluvias y tormentas que no cesarán este encapotado domingo de diciembre, pero los peregrinos no se han amilanado ante las deplorables condiciones del tiempo.

La cita es con el Viejo Lázaro -o Babalú Ayé, según la creencia- en Cuba o en Miami, en el santuario de Boyeros o en el de Hialeah, en uno de esos momentos en que las simetrías cubanas de ambos lados se hacen más confluyentes.

Las celebraciones por San Lázaro en nuestra sincrética tradición de culto religioso son tal vez las más masivas entre los cubanos después de la veneración de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Fecha de peticiones difíciles, catalización de añoranzas, tránsitos y milagros que la fe concerta. Promesas y súplicas que se amontonan en un año particularmente desgarrador, traumático, para los cubanos, en la isla y en la diáspora. Un período de deterioro económico sin precedentes y de la estampida dolorosa de un país que se queda sin jóvenes y compromete peligrosamente su futuro.

Rincón de San Lázaro en La Habana. Foto: Archivo.

En esta hora crucial cabría pensar que los tributos al Viejo Lázaro van a cargar demasiado la canasta en busca de alivios ciertos. O cómo no creer que Babalú Aye tiene una especial encomienda, con sus poderes especiales frente a las enfermedades contagiosas y las otras pandemias emocionales que nos embargan.

Nos sucede siempre que el dolor y la desesperanza nos acechan y nos encaran con nuestra precariedad como seres humanos.

Porque San Lázaro es uno de nuestros refugios valederos, un manto místico para paliar nuestra agravada flagelación nacional.

Que el culto al Viejo Lázaro nos proteja y nos permita sortear los retos que encaramos como individuos, hijos de una nación herida que necesita sanar.

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