Beatriz Maggi, para siempre

La profesora Beatriz Maggi (1924-2017) Foto: Mario Cremata Ferrán.

Por Wilfredo Cancio Isla

Ha muerto en La Habana, a los 93 años, la profesora y ensayista Beatriz Maggi, una de las mentes más preclaras de la intelectualidad cubana contemporánea.  Cuba está de luto, pero los medios oficiales, que suelen dedicar grandes esquelas mortuorias a figuras menores y personajes que demostraron su “lealtad a la revolución”,  no han destacado como debieran el significado de esta pérdida.

Con el fallecimiento de Beatriz se va una época, una estirpe de profesores y formadores excepcionales, eruditos, recios  y centrados en estimular el conocimiento de sus discípulos por encima de cualquier otra consideración fuera de lo estrictamente educativo.

Beatriz, cubana universal, escapó a todos los encasillamientos y estereotipos del maestro universitario, desafió olímpicamente las estupideces burocráticas y el tiempo perdido en reuniones politiqueras, y supo erigirse como la figura profesoral más respetable y querida por varias generaciones formadas desde los años 60 hasta entrada la década de los noventa, en los predios de la Universidad de Oriente y más tarde en la Universidad de La Habana, donde tuvo a su cargo la Cátedra de Literatura Universal hasta su retiro en 1993.

Beatriz era inmensa, única e irrepetible.

Pasión por Shakespeare

Nacida en el Central Chaparra, en el territorio de Las Tunas, en 1924, sus padres fueron un estomatólogo venezolano que huyó de la dictadura de Juan Vicente Gómez y una española.  La familia se radicó luego en Santiago de Cuba y Beatriz comenzó a leer y estudiar con fervor insaciable.  En 1946 se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y dos años después obtuvo una Maestría en Literatura inglesa y norteamericana en Wellesley College, Massachusetts, donde brotó para siempre su conexión con la obra de William Shakespeare bajo la tutela de la profesora Katherine Balderston.

Nadie como ella en Cuba y tal vez en el mundo hispano ha sostenido un “romance” más intenso y lúcido con la creación de Shakespeare. Beatriz fue la especialista por excelencia del teatro shakespeariano y pocos países pueden enorgullecerse de haber contado con una conocedora tan penetrante hasta el detalle de la existencia y el quehacer del genio de Avon.

Escuchar en una clase su visión acerca la osadía de Julieta tentando a Romeo desde el balcón para que subiera a su cuarto a consumar el amor que los quemaba, o resaltando la modernidad que palpitaba en esa escena de pasión verdadera en la que la mujer rompe los cánones y se libera de las ataduras morales de la Edad Media, era un lujo para cualquier estudiante que la tuvo al menos en una ocasión frente a él. Nadie aprendió mejor los sabores y sinsabores del amor, la lealtad, la traición, la amistad y las palpitaciones sorprendentes de la vida que  de la mano -y la voz- de Beatriz.

Tuve el privilegio de asistir a un par de clases de Beatriz en mis años de estudiante universitario y luego compartir con ella en el claustro de la Facultad  de Artes y Letras y las carreras de Humanidades en la Universidad de La Habana.

El goce de la sabiduría

Beatriz desandaba la escena universitaria con una serenidad que parecía de otra época. Vivía ajena a todo lo que no fuera la concentración en su función docente, la exigencia sobre sus estudiantes y la motivación en las obras literarias que comprendían su ejercicio académico, desde el Dante hasta Dostoievski y Marcel Proust.

Su apariencia era a veces hasta descuidada, sin poses ni resonancias innecesarias, porque Beatriz no necesitaba de decorados ni maquillajes para brillar con luz propia.

Solía hablar poco o nada en las inevitables reuniones generales con los profesores de Humanidades, pero cuando tomaba la palabra era demoledora.

En un ámbito intelectual como el cubano, donde las exaltaciones ineptas, los homenajes ampulosos y el catapulteo de falsos valores se puso a la orden del día, Beatriz optó por la humildad, el trabajo y el permanente goce de continuidad en la sabiduría.

Honor a su magisterio

Como Rulfo y J. D. Salinger, escribió poco. Apenas siete títulos de agudo pensamiento y disfrutable erudición: Panfleto y Literatura (1982), El cambio histórico en William Shakespeare (1985), El pequeño drama de la lectura (1988), La voz de la escritura (1998), De la corte a la taberna (2005), Antología de ensayos ( 2008) y La palabra conducente (2013).  Pero solo la mitad de ellos le hubiera bastado para un sitial de honor en la literatura y la cultura cubana del siglo XX.

Por cierto, valga destacar que De la corte a la taberna fue la primera antología de su obra, confeccionada y prologada por uno de sus discípulos, Fabio Murrieta, para la editorial Aduana Vieja, en España; la edición fue revisada personalmente por Beatriz. Así, curiosamente, la recopilación española de sus textos en 2005 resultó de tardía “inspiración” a los editores del Instituto Cubano del Libro para emprender entonces la labor de la Antología de ensayos que Beatriz se merecía desde hacía mucho tiempo en su país.

Alérgica a toda publicidad y rimbombancia, directa y esencial, así vivió esta mujer inconmensurable de nuestros tiempos.  Anda muy mal un país que no exalte -con todas sus energías y con todos los recursos disponibles- el legado de una personalidad intelectual como Beatriz Maggi.

Todavía me parece insólito que su nombre no aparezca entre los galardonados en estos años con el llamado Premio Nacional de Literatura, cuya lista han pasado a engrosar -o para la que han sido nominados- personajes olvidables, a mil leguas de un aporte cultural verdadero como el de Beatriz.

No importa, porque Beatriz será para siempre.

PS.- Recomiendo especialmente la excelente entrevista titulada “La ‘novia’ cubana de Shakespeare“, que le realizara a Beatriz el periodista Mario Cremata Ferrán, el pasado julio.

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