Herejías de hoy

HerejesPor Fausto Canel

Herejes es la última novela de Leonardo Padura. No está tan conseguida como El hombre que amaba los perros, pero sí es mejor libro: Un intento de ir al fondo de la necesidad humana de la libertad, que no es proyecto fácil.

El libro se sustenta sobre cuatro pilares. El mundo judío en la Cuba de los años cuarenta y cincuenta. El mundo judío en el Amsterdam del siglo XVII. La masacre de los judíos en la Europa oriental del siglo XIX. Y finalmente el mundo cubano de hoy. Es esta última pata la que deja coja una mesa suntuosamente servida, ya que los tres primeros son grandes momentos, secciones en dónde la literatura vuela con gran fuerza propia.

Pero la Cuba de hoy, dominada en la novela por jóvenes que buscan pureza absoluta en sus emociones -y no son más que adolescentes alienados en una sociedad que no estuvo a la altura ni de sus mitos ni de sus promesas-, es lo más flojo del libro. Por momentos esta Cuba se profundiza con personajes como la maestra enamorada de su mejor alumna, es decir, de la honestidad de su mejor alumna. Pura ansiedad, pura angustia. Pero los otros jóvenes que rodean a la alumna suicida no consiguen la misma densidad literaria. Ni de lejos.

Y ese mundo termina limitándose a una descripción de una sociedad corrupta dónde la gente decente existe, sí, pero sin consistencia ni consecuencia: aunque tal vez esa carencia sea el mensaje, como diría McLuhan. Ahí están los amigos de Mario Conde, ese policía retirado que a veces se quiere detective privado por cuenta propia, un cuentapropista a destiempo y sin ganas. Los amigos del Conde entran y salen de la novela con sus botellas de ron barato y sus libros en ediciones exclusivas que venden a diplomáticos extranjeros, esos intermediarios ya desde los años 60 en el trasiego de todo arte malversado en la isla. Y su propia mujer, con quien no quiere casarse en versión criolla de aquella canción mayor de Georges Brassens, La non demande en marriage, es apenas una figura sentada en un sofá, a menudo dormida de tan cansada, y ajena a las angustias de su hombre.

Leer sobre una realidad en la que predomina el cinismo o el choteo en el contexto de la tragedia eterna de los judíos resiente la unidad del libro. Los cubanos no tenemos el sentido dramático que rezuma el antiguo testamento, el Torah, o como se llame esa historia sagrada de un pueblo al que se le negó el derecho de representar imágenes, pero que supo escribir, en cambio, la mejor literatura. Tal vez Padura tenga algo de judío en su herencia ancestral. Su literatura va por buen camino.

 

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