Hierro, suceso teatral del año en Miami

Hierro, suceso teatral del año en Miami
Caleb Casas, un José Martí de carne y hueso. Foto: Ismael Requejo.

El estreno de Hierro, obra del dramaturgo cubano Carlos Celdrán, se perfila desde ya como uno de los acontecimientos culturales del año en Miami. Presentada en el Black Box del Miami Dade County Auditorium (MDCA) y dirigida por su propio autor, estuvo en cartelera lamentablemente sólo dos semanas a partir del 27 de julio, tiempo que parece insuficiente, pero que, en un contexto donde el apoyo a las artes no está en su mejor momento, ha subido a escena gracias al tremendo esfuerzo de Alexa Kuve al frente de Arca Images en la producción y con la colaboración del MDCA.

Hierro, que debe su nombre al anillo que llevó José Martí en sus dedos y que lo comprometió con la patria, es una pieza que tiene todos los elementos técnicos y estéticos para que se pueda considerar una obra y puesta en escena logradas. Sin embargo, las razones que deslumbran a una buena parte del público vienen de la posibilidad de conocer a Martí desde un ángulo diferente a aquel que nos presentan en los libros de historia. Dicho de otra manera, lo interesante es conocer los chismes personales de Martí, cubrir las lagunas de una historia que no incluye la bibliografía tradicional.

Un hombre atormentado 

Esta revelación de los comadreos de la vida martiana son cosas harto conocidas por todos en Cuba y que se comentan, sobre todo en las tertulias literarias y conversaciones entre intelectuales, pero da la impresión de que verlo sobre un escenario lo hace más atractivo. Esta obra es mucho más que eso: también nos muestra a un hombre enfermo, extenuado, que lucha consigo mismo por fundar un país perfecto, que existe sólo en sus sueños.Es un pensador que se muestra afiliado al sustantivo amor, pero que tropieza para consumar el verbo amar.

Sería limitado pensar que esta obra se detiene en humanizar a Martí. Cuando se entra en la versión de la figura martiana que Celdrán nos propone podemos darnos cuenta de que nos habla del hombre perfecto, que visto de cerca no lo es, y de la historia, que vista de cerca tampoco lo es; porque en una situación política compleja, en la que se debaten varias vías para la descolonización de Cuba, Martí defiende su idea y es capaz de librar grandes batallas, pero se le ve torpe, incapaz de dar la cara a la situación familiar. Aunque nunca se menciona, una vocación cristiana parece llevarlo a abandonar la familia, porque no se puede ser un Mesías si se quiere ser un buen padre, un buen marido.

Elenco de lujo

El elenco se comporta a gran altura. Caleb Casas debe romper los esquemas mentales que tenemos los cubanos acerca de quién era, cómo se movía, como hablaba Martí, y lo consigue para entregarnos un personaje atormentado por los mil problemas a través de los cuales debe transitar, sin que se escape nunca alguna pose, algún gesto de afectación.

Joel Lara como el hijo mayor de los Mantilla y Carlos Acosta Milián como el Médico, cumplen con sus roles de manera eficaz. Daniel Romero, asume su personaje con intensidad, aunque algo pasado de energía por momentos y sobre Ariel Texidó, como el Patriota, recae la responsabilidad de representar a varios personajes en uno, que en diferentes momentos estuvieron cerca del Apóstol, y lo hace desde la sobriedad, la mesura.

Mención aparte para el Manuel Mantilla y la complejidad que radica en dos sentimientos que se contraponen en su interior. Gilberto Reyes lo interpreta desde la contención, desde una discreción que duele, en lo que es, en mi opinión, una actuación de excelencia. Por último, las dos Cármenes, con destacadísimas interpretaciones de Rachel Pastor y Claudia Valdés, que son las dos joyas de actuación del elenco. Carmen Miyares, con una ternura que le nace de la admiración se mueve en el campo minado de dos hombres a los que ama. Carmen Zayas Bazán, por otra parte, lleva la fuerza y la dignidad que Claudia Valdés sabe insuflarle a esta mujer. Ellas rompen los estereotipos de la mujer decimonónica al exigir, cada una a su manera, el sitio que les corresponde. En las escenas que cada una tiene con Martí, son ellas las que manejan las verdades, mientras él se debate en sus sueños libertarios lo cual las convierte en protagonistas.

El placer de la esquisitez

El texto es de una delicadeza, una exquisitez, incluso en los momentos de mayor tensión dramática, que da un particular placer escucharlo; y a pesar del trasfondo inevitablemente patriótico que uno espera encontrar, no hay ampulosidad ni afectación en el lenguaje que, no obstante, está adecuado al habla de la segunda mitad del siglo XIX.

En cuanto a la puesta en escena, la estructura de las escenas no cronológicas es un acierto ante la imposibilidad de contar importantes detalles de la vida de Martí en ese período. La conducción de los actores y la utilización de un espacio escénico que acerca al espectador resultan excelentes. Tal vez debió evitarse el movimiento excesivo de elementos por los propios actores. En un teatro menos realista no es nada raro que los intérpretes abandonen sus personajes y sean tramoyistas ellos mismos, pero en una puesta en escena en la que estamos viendo un vestuario riguroso y unos elementos muy realistas es más difícil para el espectador desconectar al actor de su personaje y verlo cargando un elemento escenográfico.

Es una pena que Hierro haya subido sólo por dos semanas en la escena miamense y que muchos se la hayan perdido. Pero esto, lejos de ser un problema, debería crearnos el hábito de explorar cada semana la cartelera teatral de nuestra ciudad.

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