La rabia de contar: Detalles de la familia Castro-Espín-Rodríguez

La primera novela de Luis Enrique Alfonso Hernández es un inventario del desastre comunista, donde los empobrecidos no paran de inventar, mientras el enemigo acecha.

La rabia de contar: Detalles de la familia Castro-Espín-Rodríguez

Cuba es una chalupa al garete, con el puente de mando repleto de grumetes ambiciosos y torpes, que merodean por los aledaños del camarote principal, con acceso restringido y cuyos ocupantes viven la dolcce vita, a la espera de la muerte del abuelo generoso, que los mantiene con el dinero amasado en 64 años, mientras su prole juega al capitalismo de pistoleros.

La novela Bienaventurados los perseguidos -muy testimonial- tiene tres grandes virtudes: Verosimilitud, agilidad narrativa y la capacidad del autor, inédito hasta la fecha, para contar el desastre, incluido el desguace del Ministerio del Interior (MININT), sus sucesivos fracasos operativos y el trasiego de fieras en busca de dólares y recompensas, en nombre del socialismo y la libertad.

El libro es quizás el primer intento serio de contar detalles de la familia Castro-Espín-Rodríguez, experta en acaparar ganancias y socializar pérdidas, sin la estridencia de la otra orilla y con método parecido a las memorias del cocinero de Mao Tse-Tung.

Al reducirse los espacios, por el desplome de la economía, la lucha por la supervivencia se agudiza hasta el extremo que dos miembros de la familia real trabajan activamente para el enemigo más rentable de la revolución que se fue a bolina, no sin antes convertir en becerros de oro al uno y al dos.

El hecho diferencial del tardocastrismo es el desparpajo de sus principales figuras en amontonar dólares y euros para pasado mañana, aunque deban ordenar la renovación del parque informático del estado elefante, regalando a la paciente CIA los discos duros borrados a la carrera, o estableciendo la obligatoriedad del uso del casco, que ellos mismo importan y venden, a los motociclistas.

Decencia contra barbarie

Isabela, la protagonista femenina, es una eminente cirujana plástica, por cuyas manos pasa casi toda la corte celestial, pero su valor radica en la decencia que practica en cada acto, su generosidad con los desvalidos y su infinita discreción. Ni así consigue librarse de emboscadas y ataques, incluido un intento de privarla de su condición de cirujana, concebido por uno de los príncipes herederos, apoyado en la felonía de un viejo combatiente.

Solo una mujer educada en valores republicanos y aferrada a la bondad puede soportar la catarata de injusticias que desata contra ella la Seguridad del Estado y que -como en todo sistema totalitario- solo consigue neutralizar al faraón que, alertado por la faraona y una de sus nietas, revierte la injusticia, la premia con la venta de una casa confortable en moneda nacional y la convida al yate donde cada vez pasa más horas, alejado de la fatiga de gobernar la ruina; tarea para la que ha designado al muchacho de Santa Clara.

Isabela simboliza la resistencia de las mujeres cubanas honradas y decentes ante el grotesco carnaval de intercambio de favores carnales en habitaciones alambradas entre tirios, troyanos, señores feudales y siervos.

Leal, protagonista masculino, ha evolucionado de killer a corsario que piensa, queriendo y dejándose querer, que es la única manera que tiene de salvar a su familia y lo consigue con su capacidad para estar en determinados sitios en el momento justo, una disciplina operativa a prueba de bombardeo nuclear y la evocación casi permanente de sus mejores entrenadores en la DGI, aquellos viejos samuráis hispano-soviéticos que pronto descubrieron la revolución de pachanga y que murieron asistiendo al espanto del naufragio.

Cada misión de Leal se convierte en un acicate para diseñar una escapada familiar sin la espectacularidad del piloto Orestes Lorenzo, pero minuciosamente preparada, tras fallar un intento de fuga por mar; con la cooperación necesaria de un antiguo compañero de Tropas Especiales, que rumia en Miami la pangola del desencanto, pero dispuesto a salvar a su amigo porque a él también le llegó la buena hora de escapar de la cárcel hambrienta, que lo desechó en el saturniano verano de 1989.

Misa de cuerpo presente

En el debe del libro, hay unas pocas faltas de ortografía, achacables al programa de texto de una computadora, pero que pasaron desapercibidas para corrector y editor, mientras que el autor padece una tendencia a explicar términos del realityslang cubiche, que el lector puede desentrañar sin mayores esfuerzos.

Bienaventurados los perseguidos es un buen fresco de la cochambre que padece Cuba, donde los héroes históricos, poseedores de una casa con teléfono, un carro y varias buenas mujeres, fueron suplantados por soldaditos made in Ñico López, Colegio Nacional de Defensa y el ISRI.

La primera novela de Luis Enrique Alfonso Hernández, que tiene portada a lo Yunior García asomado a la ventana cercada por la ira prefabricada de la chusma, es también un inventario del desastre comunista, donde los empobrecidos no paran de inventar, mientras el enemigo acecha y los muñequitos del poder, incluidos quienes se creen los bárbaros del ritmo, compiten por acumular horas de vuelo hacia el capitalismo feroz y decadente que tanto los encandila, mientras la CIA y el SAVAK iraní siguen de cerca sus atolondrados y suicidas retozos.

Luis Enrique Alfonso Hernández, Bienaventurados los perseguidos (novela). ClassicSubversiveEdition, Colección Seminole, 2023, 598 pp.

 

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