Leonardo Padura: Cátedra del buen amigo

Leonardo Padura: Cátedra del buen amigo
Leonardo Padura firma libros en la presentación de "Herejes" en la Iglesia Congregacional de Miami, el 20 de febrero de 2014. Foto de Luis Leonel León.

Por Wilfredo Cancio Isla*

Cuando Leonardo Padura se comunicó conmigo y me dijo que quería que la presentación de sus libros en Miami fuera un acto para compartir entre amigos, presentado por viejos amigos  (todavía no amigos viejos), acepté sumarme a esta mesa para hablar de algo que no se suele mencionar en los análisis literarios que se hacen de su ya extensa obra narrativa: el lugar que ocupa, reafirma y singulariza la amistad dentro de sus novelas.

He revisado y pensado sobre sus libros durante los últimos días y debo confesar que esta idea de la amistad y la fraternidad como valores esenciales de su literatura se me ha reforzado en la medida que voy descubriendo al escritor y los guiños del amigo a lo largo de nombres, escenas y recovecos de sus relatos. Creo que a estas alturas de quehacer literario y trayectoria humana, Padura no podrá negar que los amigos son una de sus motivaciones fundamentales para escribir, incluso para molestarlos, como mismo decía hacer el gran Augusto Monterroso.

Travesuras literarias

Hablo desde el amigo que, como otros tantos, ha sido víctima de sus travesuras literarias. En Pasado Perfecto, la primera novela de su serie Las Cuatro Estaciones, estoy formando parte de una ficha policial en la que se me identifica como un hombre desaparecido, encontrado luego en una casa sellada, acusado de violación de la propiedad y detenido por posibles conexiones con el narcotráfico. En uno de sus cuentos más leídos, “El Cazador”, aparezco delineado como un jefe de divulgación a quien el protagonista tiene entre sus obsesiones sentimentales, a pesar de su timidez guajira y las ropas cheas que no han dejado de acompañar su apariencia. En Máscaras, de 1997, hay un personaje llamado Wilfredito Insula, muy afeminado, que constituyó uno de las maldades de la ficción de Padura a las que he tenido que sobreimponerme con una sonrisa.

Pero mi experiencia no es única. De alguna manera todos y cada uno de los amigos de Leonardo, los personajes entrañables del barrio y de la esquina, y obviamente sus perros queridos, han pasado a engrosar de múltiples maneras sus cuentos y novelas. Es una suerte de homenaje que el escritor ha extendido como un recurso de inclusión, de integrar sus afectos y afinidades al espacio que va conquistando con las palabras. Es una estrategia de participación a través de la literatura de lo que ha sido su conducta de amigo leal, de lo que ha significado su residencia de Mantilla como epicentro de confluencias fraternales, de la familia como eje de la compostura y la decencia que parecen en fuga en la realidad cubana de hoy.

Por más de 30 años he conocido a Padura. En este tiempo no han faltado desencuentros (sobre todo por razones beisboleras), pero puedo dar fe de su compromiso por poner por encima las cosas que nos unen para fortalecer relaciones con compañeros de viaje que a veces resultan en extremo difíciles. Me ha parecido siempre admirable esa pasión suya de unificar, convocar, organizar encuentros cada vez que viaja a ciudades donde estamos regados por el mundo sus amigos de los tiempos de la universidad, de los comienzos en el periodismo, de los sentimientos que permanecen a pesar de los pesares.

Compromisos del futuro

En una Cuba donde cualquier mínima diferencia ideológica o política es suficiente para el más profundo desencuentro, mantener amistades a todo riesgo ha sido un verdadero reto para muchísimos de nuestros compatriotas. Una sociedad sumida por décadas en el letargo de los voluntarismos y los compromisos con causas de “fuerza mayor”, deshizo dolorosamente lazos vitales entre amigos y familias en virtud de una fe política que ha terminado por deteriorar los pilares de la idiosincrasia nacional.

Por eso, me resulta invaluable que las personas asuman, mirando a un futuro de Cuba que cada vez nos resulta más enigmático y acaso más empedrado de lo que imaginamos, que hay compromisos personales que deben mantenerse por encima de cualquier contingencia o accidente de la Historia. Sin ese lúcido convencimiento creo que las fibras de la nación se debilitan y terminan por afectar el sentido de pertenencia que enaltece la condición humana. Por eso me resulta aleccionador lo que Padura ha logrado hacer con su gran red de sociabilidad inalterable. Lo hizo desde su obligada misión de castigo en Angola,  y no dejó de hacerlo con sus socios del terruño que se despidieron alguna vez rumbo a Estados Unidos u otras latitudes en momentos en que el lenguaje oficial en Cuba trataba de imponer irracionalidad y olvido bajo un reclamo de fraudulento patriotismo.

Si alguna narración de Padura ilustra este dilema cubano desde los orígenes mismos de la nacionalidad hasta los exabruptos de años recientes es La novela de mi vida, del 2002. Un capítulo contemporáneo de este libro inspiró una película que acaba de filmarse en una azotea de La Habana, dirigida por el cineasta francés Laurent Cantet con el título provisional de Regreso a Itaca, y que confío en que será una obra reveladora de los entuertos que gravitan sobre generaciones de cubanos, en la isla y en la diáspora.

Por eso también me resultan incomprensibles ciertos reclamos que a veces escucho desde el exilio, exigiéndole a Padura posicionamientos y declaraciones, sin siquiera conocer sus textos y sus pasos ciudadanos dentro de Cuba.

La familia es la familia

Y vuelvo sobre el tema de la familia y lo que ha significado para los sedimentos de la creación de Padura. Formado en los valores de una gran familia, unida y generosa, con un patriarca familiar entregado a cultivar la dedicación al trabajo, la decencia y el respeto entre los vecinos, y el espíritu de solidaridad hacia el prójimo en una país que se enrumbaba por otros senderos, el hogar de Padura resultó un remanso de paz, un lugar donde se siguió viviendo con las costumbres heredadas, no con los nuevos valores impuestos. Decir Nardo Padura en Mantilla es evocar la lealtad de la palabra, la vocación de la buena persona y el compromiso de no fallarle a los suyos. A Nardo, Leonardo Padura Fernández, reconocida personalidad de la masonería cubana y fundador de la Logia “Hijos de Luz y Constancia” en su barrio natal, quien nos abandonó el pasado septiembre a los 86 años, quiero recordarlo hoy como la inspiración modélica que ha germinado en sus hijos y en todos los que tuvimos el privilegio de conocerle.

Días atrás, en una conversación periodística, Padura respondió así a una pregunta sobre su identidad en camino a los 60 años: “Sigo siendo fiel a mis principios, aunque a veces algunos de ellos cambien un poco, porque nada que esté vivo puede ser inmutable: y mis principios tienen que ver con la lealtad, la fraternidad, la amistad como un gran valor de la vida, la literatura como fuente de satisfacción”.

Esa definición me parece que retrata su personalidad y su literatura. Si rastreamos sus novelas, desde Fiebre de caballos hasta Herejes, el hilo que las enhebra es la búsqueda en la realidad y la memoria de los valores que empoderan al ser humano. Cada vez más ambicioso en el alcance de sus temas y estructuras narrativas, más esmerado en la universalidad de sus relatos, curiosamente la literatura de Padura se afianza en sus estratos locales, en la defensa de las cosas de este mundo que pueden hacer mejor a sus semejantes, en Cuba o dondequiera que hayamos ido a parar con nuestra prolongada agonía nacional.

En el centro de esa quimera de refundación cubana está comprender de una vez que la amistad y la familia tendrán que estar siempre por encima de la política y de todas las ideologías y de todas las revoluciones hechas y de todas las utopías por cumplir. Como el amigo Padura me ha demostrado, con su conducta y con sus libros, hace mucho tiempo.

*Palabras leídas en la presentación de las novelas Herejes y El hombre que amaba a los perros, del escritor Leonardo Padura, auspiciada por la librería Books & Books en la Iglesia Congregacional de Coral Gables, el 20 de febrero de 2014. Padura continúa esta semana un programa de presentaciones en instituciones culturales y académicas de Nueva York y Chicago con motivo de la publicación de Herejes (Editorial Tusquets) y la edición en inglés de El hombre que amaba a los perros (The man who loved dogs), publicada por el prestigioso sello Farrar, Straus and Giroux.

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