Los académicos de la lengua no saben de música

DiccionarioA-displayPor Josean Ramos

Mientras trabajaba un libro sobre la canción de contenido político social en Cuba, un querido amigo musicógrafo aguardaba con mucho interés el Diccionario de Americanismos de la Real Academia Española (RAE), para descifrar tantas palabras desconocidas que iba hallando al analizar cientos de canciones escritas en los siglos XIX y XX.

Para tal estudio había consultado ya las más autorizadas referencias del idioma español, desde el Diccionario provincial de voces cubanas, de Esteban Pichardo, hasta el Diccionario de uso del español, de María Moliner, incluyendo el de la RAE del 2001, edición muy deficiente en cubanismos, pues definía como de otros países algunas voces que eran eminentemente cubanas.

Tan pronto se publicó y presentó en la Isla la monumental obra lingüística en octubre del 2010, el amigo musicógrafo pagó $80 dólares  por la edición en carpeta dura y solapa, con la esperanza de que los 300 lexicógrafos que trabajaron en el ambicioso libro hicieran un buen trabajo, al mando de una persona tan capacitada como el doctor Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Al ritmo del mambo

Como un niño con juguete nuevo, el amigo musicógrafo empezó a confrontar con entusiasmo muchas voces en las 700 páginas de su libro sobre la canción en Cuba, con las definiciones del nuevo Diccionario de Americanismos, y enseguida quedó defraudado al notar que en muchos casos éste copiaba ad verbatum las definiciones de su homólogo de la RAE con los mismos errores. Empezó al azar al ritmo del  mambo, que ya el Diccionario de la RAE definía escuetamente como “música y baile populares de origen cubano”, y encontró que en sus cinco acepciones se definía el término como cualquier cosa desde una borrachera o un arrebato, hasta un lío, una mentira, algo divertido, un chiste, todo menos lo que conocemos musicalmente por mambo.

El amigo se dio en confrontar otros términos musicales ampliamente conocidos, pensando que tal vez había obrado la Ley de Murphy en su primer intento fallido, pero la situación se complicó en el segundo al no hallar la palabra chachachá, ni siquiera para enmendar el error garrafal de su primo hermano el Diccionario de la RAE, que lo definía como “un baile moderno de origen cubano derivado de la rumba y el mambo”, cuando en realidad este género musical es hijo legítimo del danzón, según han documentado los máximos estudiosos de la música popular caribeña y latinoamericana. Después leyó otro disparate según el cual la timba era “una variante de la salsa” y ya no pudo leer más por temor a sufrir un infarto, según me confesó.

Días más tarde pudo más la curiosidad y lo siguió leyendo, esta vez en orden alfabético a ver si tenía más suerte, pero el tema musical salía cada vez peor parado, lo que denotaba a su juicio un desconocimiento muy grande de toda la música popular latinoamericana, y aunque Cuba parecía ser la peor tratada, otros países resultaban perjudicados también. En la A encontró que aguinaldo posee cuatro acepciones, pero ninguna lo define como un género musical de Puerto Rico. En la B no halló Bolero, pero sí bolerista que define como “el que canta boleros, y bolerística como “repertorio de boleros de un compositor”. Leyó que el Bambuco era de Colombia, Venezuela y Ecuador, y que era un baile, pues no dice nada de su parte cantada, aparte de ignorar a México, donde se celebra el importante Festival del Bambuco de Yucatán. Encontró que ese era un defecto que tenían casi todas las entradas, al menos las musicales consultadas hasta entonces: adjudicar un género a algunos de los países donde se practica, sin precisar en cuál de ellos surgió.

La sagrada misión de bautizar

Como se advertía al consultor que “quedaban fuera de las páginas del Diccionario de Americanismos las palabras que, aunque nacidas en América, se usan habitualmente en el español general y aun en otras lenguas”, buscó en el Diccionario de la RAE algunos de estos términos obviados y ahí tampoco aparecían géneros como el bosanova ni el bugalú. El candombe lo atribuye al Ecuador, Paraguay, Argentina, Uruguay y República Dominicana, pero dice que está obsoleto, sin tomar en cuenta la vigencia del género en músicos como Alfredo Zitarosa, Facundo Cabral, Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, por solo mencionar algunos  contemporáneos.

La clave se describe como un instrumento musical de Cuba, República Dominicana y Venezuela, pero no como un género musical, tampoco como un patrón rítmico, como cuando decimos “la clave del son o la del guaguancó”. No existe la comparsa, y el corrido lo atribuye a México, Honduras, Nicaragua y ¡Uruguay! No se define la cumbia, pero si la cumbiamba, que “es una danza similar a la cumbia“. Tampoco aparece saxofón y saxo lo define como nalga o ano, pero aparece saxofonista como persona que toca el saxofón. “No sé si en otras áreas esté correcto”, me dijo el amigo musicógrafo al legarme la tarea de seguir investigando, “pero en lo musical, no debería estar circulando en estas condiciones un libro que cuesta esa cantidad”.

Pensé que no saben de música los que tienen a su cargo la sagrada misión de bautizar  con nombres los objetos extraviados en el reino de la orfandad, porque si al menos uno, entre los 300 lexicógrafos de la Academia de la Lengua Española, hubiera escuchado la canción de Joe Quijano “La charanga no es pachanga”, sabría que la charanga no es un género musical familia de la salsa, como erróneamente lo define el Diccionario de Americanismos, sino una forma de composición de orquesta. Si algún otro académico hubiera escuchado a Maelo y a Cortijo en el clásico tema de don Rafael Cepeda “El bombón de Elena”, sabría que la rica bomba es oriunda de Puerto Rico y no del Chota de Panamá, donde también se practica otro tipo de bomba.

Ni bugalú ni bosa nova

Si por casualidad el susodicho académico hubiera escuchado a Pellín Rodríguez cantando con El Gran Combo en El Show de las 12, sabría que la mazucamba es un baile que se toca con cencerro y con tambores, señores. Curiosamente, ni siquiera aparece la palabra cencerro entre las 2,400 páginas del ambicioso proyecto lingüístico, con sus 70 mil entradas y sobre 120 mil acepciones. Tampoco en el Diccionario de la Real Academia Española, cuyas acepciones definen el cencerro como la campana que llevan las reses colgadas al cuello, o estar como el cencerro, chiflado. Aparentemente, los académicos de la lengua no han visto en un baile a Roberto Rohena, quien hace del cencerro un espectáculo central en sus presentaciones con los Apollo Sounds.

Aunque define aguinaldero como “persona que interpreta aguinaldos y villancicos en Navidad”, en ninguna de las cuatro acepciones de aguinaldo se refiere a un género musical de Puerto Rico; ni siquiera su homónimo, el Diccionario de la Real Academia Española, que lo define simplemente como un villancico de Navidad. Tal vez, los académicos de la lengua Española no llegaron a escuchar a los hermanos Ramito, Moralito y Luisito, o a Chuito el de Bayamón, cantando sus tradicionales aguinaldos, no solo en la época navideña, sino el año entero. Tampoco aparece la palabra cumbia, que es un género musical colombiano, pero sí está cumbiamba, una variante de la cumbia que se baila con velas.

Parece que estos académicos de la lengua nunca bailaron ni escucharon el estridente bugalú, que tanto popularizaron Pete Rodríguez en Nueva York con su clásico “I like it like that”, o El Gran Combo y Richie Ray, entre tantas otras orquestas. Tampoco escucharon el bosa nova, que es como el jazz brasileño derivado de la samba, ni bailaron la candente y sensual lambada, porque ninguno de estos ritmos nacidos en América y difundidos internacionalmente, figuran ni en uno ni en otro diccionario, como decir que no existen. Tampoco aparece el ritmo oriza, quizás porque nunca escucharon a Maelo cantando el número de doña Margot “Maquinolandera” o “Perfume de rosas”, de Joe Pappy…

¿Qué pasó con los timbales?

Timbal en el Diccionario de Americanismos significa testículos y entre sus acepciones ninguna menciona el instrumento musical. Tal vez por eso cuando le pidieron unas palabras a Tito Puente durante una actividad multitudinaria, el legendario timbalero exclamó: “Yo estoy aquí por mis timbales”. El ritmo de Watusi no figura en el Diccionario de la RAE ni en el Diccionario de Americanismos, porque nunca escucharon las manos duras de Ray Barreto castigando los cueros en su primer gran éxito discográfico “El Watusi”.

El Son Montuno no aparece en ninguno de los dos diccionarios, mientras que son aparece en el Diccionario de la RAE escuetamente como música popular bailable. Con eso despachan un género que sirvió de base para el surgimiento de ese fenómeno musical que hoy todos conocemos como la salsa. Si hubieran escuchado el Niño Bonito de la Fania, Ismael Miranda, sabrían que para componer un son se necesita un motivo y un tema constructivo y también inspiración… o los que escucharon mucho antes a Ignacio Piñero, recordarían que el son es lo más sublime para el alma divertir

No figuran en ninguno de los dos diccionarios muchas expresiones e instrumentos musicales de Costa Rica, como la parrandera, el tambito, el chiquichiqui, el sabak y el mento, entre tantas otras. El baile ecuatoriano de la capishca no existe para los académicos, ni la huancara percusiva de Bolivia; ni el cubatón ni el changüisa, que es una modificación del changüí cubano; ni el kompa haitiano o la sensual danza brasileña del zouk o su variante kizomba. Los académicos de la lengua no escuchan los chik-chaks de la churuca al ritmo del atravesao panameño, o el parahéi, que es la polca paraguaya; ni el churru o caracol de los rituales indígenas de América, ni el buleador de la bomba puertorriqueña.

Hay palabras que aunque provienen de otra lengua se integran a nuestro idioma y la adoptamos, como watusi, o boogaloo, que se castellanizó como bugalú, tal cual figura en todos los libros, revistas y tratados de música popular. Así lo entienden sin mucha complicación los millones de hispanoparlantes alrededor del mundo, salvo los 300 académicos de la lengua para quienes éstos ni otros géneros como el jala jala o el pata pata figuran con nombre propio… A éstos les cantó El Gran Combo aquel estribillo que dice así: saca el pie y mete la pata, ahí pata pata… o el otro: dicen que tú querías más bugalú… pues toma bugalú…

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