Pancho Céspedes: El (des)encanto del regreso

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Francisco “Pancho” Céspedes en concierto en el teatro Karl Marx de La Habana. Foto: Yander Zamora.

Por Ivette Leyva Martínez

El pasado fin de semana recibimos una llamada enigmática. El código indicaba que provenía de Cuba, pero nadie habló: sólo se  escuchaba un barullo. Persistente, la persona llamó una segunda y tercera vez, y con un poco más de atención pude distinguir que el ruido era en realidad la música de un concierto en vivo.

Una amiga gastaba sus escasos minutos de celular para compartir con nosotros la emoción de escuchar al cantautor Pancho Céspedes en La Habana.

Muchos en la comunidad exiliada no comparten el entusiasmo de esa amiga habanera. El retorno de Céspedes al cabo de 24 años ha provocado críticas en sectores que consideran que su viaje sirve a los propósitos del régimen cubano de dar una imagen de tolerancia.

Una lista que crece

Céspedes es el último de una lista creciente de artistas radicados en Estados Unidos que han regresado a los escenarios de la isla, y que incluye a los cantautores Descemer Bueno, Isaac Delgado, Manolín el Médico de la Salsa, el pintor Tomás Sánchez, y las actrices Lily Rentería y Mabel Roch, entre otros. Ninguno, con excepción de Delgado, se ha involucrado en el aparato propagandístico cubano ni ha hecho declaraciones de respaldo al régimen.

Las diatribas contra el retorno de estos artistas me resultan muy peculiares porque desde 1992, cuando el presidente Bill Clinton implementó la política de intercambios culturales, académicos y deportivos con Cuba, la principal crítica del exilio estuvo dirigida hacia la falta de reciprocidad por parte de La Habana, a la imposibilidad de que artistas y escritores radicados aquí se presentaran o se publicaran en la isla.

De modo que me parece paradójico que esas críticas reaparezcan 20 años después, cuando ese reclamo por fin comienza a cumplirse, aunque sea tímidamente y muy a pesar del gobierno cubano, que no actúa de buena voluntad o de manera autocrítica al permitirlo.

La naturaleza totalitaria del régimen y su política de ignorar a los “desertores” y “traidores” que osaban desafiar sus dictámenes impidieron durante décadas cualquier acercamiento honesto. Fidel Castro y los ejecutores de esa política -no escrita pero omnipresente- nunca alentaron públicamente el reencuentro de los artistas e intelectuales emigrados con su público y, por el contrario, han ignorado o minimizado sus presentaciones en los medios de prensa oficiales.

Caballo de Troya

Durante años, la nomenclatura castrista ha visto con suspicacia esos reencuentros –interrumpidos de facto durante el gobierno de George W Bush (2000-2008)-, porque los consideran un Caballo de Troya de los intereses estadounidenses en la isla.

Basta recordar las invitaciones canceladas a decenas de intelectuales, artistas y académicos cubanos que en el pasado tuvieron la posiblidad de viajar a Estados Unidos. El Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) y el Ministerio del Interior decidían si el viaje servía a sus intereses, a tono con las circunstancias de la relación bilateral.

Por citar un ejemplo, en 2001 las autoridades cubanas intentaron de impedir hasta el último minuto el viaje de una delegación de escritores y artistas a un evento académico en Iowa, convocado con el propósito de reunir a figuras de la isla y la diáspora, simplemente porque a la UNEAC y al MINREX no le gustaban ciertos invitados de la lista.

¿Qué ha influido entonces en la aparente apertura que permite a estos artistas presentarse ahora en la isla? Por un lado, el éxodo sistemático de los talentos cubanos es indetenible. Ya no es posible eliminar, como antaño, los créditos de un actor o actriz emigrados de una novela, o dejar de trasmitir un programa de televisión porque el protagonista “se quedó”.

Y como mismo hay funcionarios estalinistas opuestos a cualquier contacto con los emigrados, existen sectores moderados dentro de las instituciones cubanas que pujan porque se exhiba un material, se programe una canción en la radio o se produzcan estos reencuentros.

Persistencia de la memoria

El retorno de nuestros artistas a sus escenarios naturales y la acogida del público en la isla es realmente un triunfo de la persistencia de la memoria colectiva. Para la dictadura cubana, que durante décadas usó la ideología y azuzó la intolerancia para dividir familiares y amigos, para satanizar a los exiliados y hundir en el ostracismo a artistas e intelectuales incómodos, estos retornos son la prueba más visible de su fracaso.

Representan además la recuperación de los espacios públicos que les estuvieron vedados durante años a los artistas emigrados. Un eficaz recordatorio de que el país no es de los pocos que ostentan el poder y sus adláteres.

A diferencia del criterio estereotipado de la “penetración del castrismo” y de la “habanización” de Miami, creo que se trata de un fenómeno que ilustra, como pocos, el triunfo de los exiliados, de los que se fueron y pudieron rehacer sus carreras fuera de la isla. Es un trago amargo para muchos talibanes del castrismo, que no se resisten a aceptar que han perdido la batalla ideológica y prosiguen en su cantaleta de presentar a Miami como un páramo cultural.

Artistas como Celia Cruz y Willy Chirino siguieron escuchándose durante las décadas de la censura más férrea, y es improbable que el olvido devore a artistas más jóvenes o emigrados en años recientes, que entran en los hogares cubanos a través de internet o los paquetes de programación que circulan en memorias portátiles.

Fronteras difuminadas

Desde 2009, con la restauración y ampliación de las políticas de intercambio cultural, educativo y deportivo por parte de Barack Obama, los cubanos residentes en Estados Unidos hemos vivido un flujo sin precedentes de artistas e intelectuales de la isla, a tal punto que tras la reforma migratoria cubana de  enero del 2013, en ocasiones es difícil ubicar si algunos de ellos residen en Miami o en La Habana.

(Me aparto del caso del dúo Buena Fe, porque en este confluyen varios matices y tiene otras aristas de conflictividad, de ahí las airadas reacciones que generó su concierto en el Dade County Auditorium hace unos días).

Esa difuminación de las fronteras entre Cuba y Estados Unidos, a contracorriente de la política y de las suspicacias de ambas partes, es lo más parecido a la normalidad a la que aspiramos los cubanos. Como el postcastrismo en pleno castrismo. Sí: es una anomalía, una ficción que puede hacerse trizas en cualquier instante, pero es entendible que tantos se aferren a ella luego de décadas de separaciones y conflictos.

En los cubanos que aplauden fervorosamente a Pancho Céspedes en La Habana y a Ivette Cepeda en Miami veo algo más que el deseo lúdico de recordar la banda sonora de un momento de sus vidas: en ellos germinan los deseos de tolerancia y reconciliación, sin los cuales no será posible la reconstrucción nacional.

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