Por siempre Esther, nuestra Damisela Encantadora

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La cantante lírica Esther Borja (1913-2013)


Por Pedro García Albela
En diciembre de 1983, tuve el privilegio de entrevistar a una mujer que, entre sus muchas virtudes, poseyó la de ser encantadora; sí, lo mismo que aquella Damisela de la canción que en su voz se escuchó por vez primera, durante el estreno de la zarzuela Lola Cruz, de Ernesto Lecuona, en 1935, y que el maestro creó especialmente para que la cantara ella, y nunca más nadie como ella.
El día 5 de ese mes cumplía sus 70 años, y ese fue el motivo de mi entrevista, que luego se publicó en la prensa cubana.
Sentada frente a mí en la sala de su casa habanera, en Miramar, la gran cantante cubana rememoró los momentos más significativos de su triunfal carrera artística de más de medio siglo, desde sus primeras presentaciones no profesionales en la radio y en recitales junto a Ernestina Lecuona -hermana de Ernesto y también pianista y compositora-, cuando apenas alcanzaba los 20 años de edad, hasta su ya inminente retiro de los escenarios, que nos adelantó tal vez como primicia, anunciado oficialmente unos meses después.
Y pasando, desde luego, por sus giras a la Argentina -donde vivió varios años, actuó en el cine, compartió aplausos y amistad con  Libertad Lamarque, se casó, y tuvo a su única hija-, a otros países de América del Sur, y por Estados Unidos; aquí, de la mano del célebre Sigmund Romberg. Y sin olvidar, por supuesto, ese cuarto de siglo de presencia ininterrumpida en la televisión cubana, en su amado, e igualmente muy querido por el público, programa Album de Cuba (1961-1986).
Sin alardes ni excesos
Recordados hace poco una vez más con motivo de su centenario en vida, y ahora de su adiós, muchos de esos hitos formidables son tan conocidos, que no es necesario, ni mi intención al escribir estas breves líneas, volver a enumerarlos.
Sólo quisiera destacar dos hechos de los cuales, antes de aquella conversación de casi tres horas con ella tres décadas atrás, apenas tenía un atisbo; al parecer fundado, sí, pero solamente eso.
Primero, que Esther Borja fue una artista de un extraordinario rigor profesional y una muy lúcida inteligencia; sabiéndose nacida para cantar, estudió música, canto y piano con total seriedad, y usó siempre su bellísima voz de mezzosoprano atendiendo a sus posibilidades reales, y, por lo mismo, a sus también reales limitaciones, sin alardes, sin excesos, ajustándose a un repertorio que tuvo en la música cubana -la lírica, la cancionística, la trovadoresca- su nervio medular, su espíritu de más poderoso aliento, y el objeto de su confesa misión artística: engrandecerla.
Y segundo -y aquí el hecho coincide nuevamente con un criterio y una impresión personales-, que su natural sencillez, y al propio tiempo una conciencia clara de su genuino valor, la mantuvieron fuera del alcance del “divismo”, de los primeros planos, de las poses, y mucho más de esa grave enfermedad sentimental que algunos llaman, eufemísticamente, celos artísticos.
Por eso, y por tanto como nos encantó con la belleza de su voz inolvidable, se quedará en nosotros Esther Borja.

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