Reina María Rodríguez: ¿Es esto la vida?

viejos

Una anciana intenta ganarse la vida en una esquina habanera

Esta semana, la escritora cubana Reina María Rodríguez recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2014 de manos de la presidenta chilena Michelle Bachelet.

Además de su reconocida obra poética, Reina María acumula una singular producción de narraciones, ensayos y crónicas que conforman su quehacer intelectual y reafirman una estética que ha definido la mirada de la autora a la hora de normar, interpretar y fijar su entorno habanero.

CaféFuerte se suma al homenaje a Reina María con la publicación de una de sus crónicas, aparecida en un libro lamentablemente poco difundido en Cuba: Variedades de Galiano (2009). Concebido como un compendio de estampas cotidianas a partir de sus recorridos por la zona del antiguo Ten Cents de la populosa avenida, el volumen constituye acaso el retrato más certero y descarnado de un pedazo de La Habana y sus personajes, acosados por la indefensión, los derrumbes y el olvido.

NO LA OIGO, MUCHACHA, NO LA OIGO

Por Reina María Rodríguez

He bajado por Zanja -desde el Barrio Chino-, donde venden tamales, dulces, yerbas (apio, cilantro, espinacas), y donde los humos mezclados casi me hacen vomitar, hasta la calle transversal con el corte necesario entre dos derrumbes próximos. Uno saca los escombros cubo a cubo, lanzándolos. Un hombre primero, otro después. Cae el material desde la altura y avisan cuando pueden a los transeúntes; otras veces cae nada más así, el polvo, la llovizna.

Otro derrumbe, algo más hacia la izquierda, es más civilizado, tiene unos tubos enormes para que pasen las piedras y el material o se deslice contra la acera. “Estamos en demolición”, dice un cartel cercano y escrito con tiza.

El parque de siempre, y ya sentada en él, es todavía peor que lo que imaginé desde el cristal de la cafetería. Los viejos barbudos (babeados) quietos como estacas, ensimismados en algún recuerdo lejano o próximo. Algunos llevan una prenda o reliquia (la cadena de un reloj que no han vendido todavía; una manilla plateada de la infancia; la gorra del equipo de pelota de provincia). Las viejas son peores. Guardan en las jabas todo lo que va apareciendo: suetercitos manchados de grasa “por si regresa el viento”, ganchitos de pelo encontrados por el suelo, papeles sucios de bocaditos mordisqueados, comida que se desborona. Suciedad. Oxidación. Dolor de hueso. Artritis crónica.

Siento el movimiento oscuro de los intestinos (las tripas) saltar con sabores amargos. La saliva pegajosa, la inquietud de los sudores mezclados, la acidez de un aliento atroz. ¿De dónde han venido? ¿De qué refugio o páramo llegaron? ¿Cuál fue su guerra? Pero este parque otra vez se traga todas mis preguntas. El viejo próximo a la esquina de sol cabecea violento. ¿Quién lo impulsó hasta la miserable decencia?

“Los zapatos son el mejor reflejo del alma” –decía mi abuela- y miro mis zapatos, los suyos, por horror a ver tan de cerca sus almas. Las pieles tienen grasa, agrietamientos. ¡Con tal de que no sonrían! La sonrisa es lo peor, porque entonces salen las cuevas, los desfiladeros, los dientes de la rabia y el espanto. ¿Qué es esto, un Picasso? ¿Un Mondrián?

El ángel de mármol delgadísimo mira mi asombro, sonríe también nacarado. Resurrección pide para este contenido humano. Forma otra vez para ellos. Aunque no asustan menos los chinos del bulevar de Zanja, pero ellos no tienen ángeles. Tal vez la diosa del amor los dejó abandonados, los olvidó entre tal corrupción y destartalamiento. Tal vez el canto de los pájaros allí, o la aleación de comidas refritas hace un ying-yang en mi ombligo y todo parece más alegre, entre jaulas con pájaros y jeroglíficos, aunque todo es lo mismo y los chinos sean más resistentes, más sabios: raza de sol oblicua y membrillo.

“No la oigo, muchacha, no la oigo…”, dice el hombre que recoge cartones y luego los vende. Supongo que tampoco me ve, ya que piensa que soy una muchacha cuando ocupo el banco junto a él. El perro que señala con el hocico negro tiene una sarna que le coge todo el cuerpo, un resplandor. Está en el centro del parque y exhala un olor bochornoso. El viejo de los cartones pretende seguir conmigo una conversación dejada con otro sobre el perro sarnoso. Piensa que alguien lo llevará y se apiadará de él. “Tengo gatos”, digo, antes de que me lo pida. Pero él trata de convencerme sobre el perro, al que todavía se puede salvar con luz brillante.

Sé que es el día perfecto para tirar la foto que me falta, pero no puedo, siento remordimientos. Una mano paralítica me trae “la prensa” (como le llaman al periódico aquí), donde se revende. Otra, una bolsa con panes que zozobran de unos dedos crispados a otros. Un mulato que fue joven y fuerte recoge restos de cigarros, cabos. “Aquí roban todo”, dice mirando mis zapatos. Miro la punta cuadrada de piel y la escondo como puedo bajo el banco. El perro me ha mirado con ganas de comer pellejos blancos, al menos, recostarse en ellos. El viejo que acumula cartones sonríe. El perro lame una hoja amarilla que al fin se desprendió. Agonía del perro y de la hoja (saliva sarnosa y sabia en recompensa). Siento el olor de la hoja desprendida, moribunda en la boca del perro, enrojecida. El sol entretanto tortura las llagas sarnosas.

¿Es esto la vida?

Las hojas filtran un cuadro indecoroso de dolor y sensaciones. La mano me tiembla y hoy tampoco podré escribir. Se acerca una vecina que me dice tocándose su pelo recién teñido de la peluquería cercana “todo es en dólares para el Día de las Madres”. La saya fina dorándose tiene perforaciones por donde penetra el sol, la soledad. Antes era una mujer vistosa.

Salgo perforada del hemisferio poblado y desolado del parque. La serpentina rota se recompone con las pisadas. “¡Hay ratas!”, grita un anciano mártir. Como en la estampida hacia la resurrección, el perro ni se mueve ni ladra, queda petrificado en el cuadro. “Oiga, muchacha, no se asuste, esto es normal”, dice el viejo de los cartones y sonríe. Me inclino por el peso de los bultos que contemplo y que, en pocos días, ya no estarán. Pero, ¿estarán vivos hoy?

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