Teatro cubano: Berta Martínez y las responsabilidades del archivo

Todavía queda mucho por hacer. Lo que está ahora organizado es el germen de un libro, de un proyecto mayor, de una biografía teatral que intente explicarnos quién fue esta actriz extraordinaria, aquella inolvidable Lala Fundora.

Teatro cubano: Berta Martínez y las responsabilidades del archivo
Berta Martínez junto a José Antonio Rodríguez en "Contigo pan y Cebolla", de Héctor Quintero. Foto: Teatro Estudio.

Aunque me ha pasado en varias ocasiones, siempre resulta emocionante recibir ese tipo de invitación o llamada. Una voz, un mensaje, un reclamo para que acudamos a hacernos responsable del legado de alguien que pensó estaría mejor en nuestras manos o bajo nuestro cuidado. En un momento en el que se deshacen legados, colecciones, bibliotecas; en el cual tantas formas del olvido y la desidia se imponen con la excusa de la muerte o la partida repentina de quienes deberían tener a buen recaudo esas formas de la memoria, cuando sucede esta suerte de llamado, uno sabe que la responsabilidad se multiplica, que el cuidado a poner en lo que se espera de nuestras acciones es mucho mayor, y que el diálogo que debe imperar es el del respeto entre los implicados en semejante tarea. Porque aunque la cotidianidad nos empuje a ello, no deberíamos ser cómplices de tanta desmemoria.

Berta Martínez en una escena de “Contigo pan y cebolla”. Foto: Teatro Estudio.

Cuando Orietta Medina me pidió organizar el archivo de fotos, papelería, documentos de todo tipo, programas de mano, anotaciones, que dejó la gran actriz y directora Berta Martínez (1931-2018) al fallecer, añadió en su mensaje que fue ella misma quien indicó que era yo quien podría acometer tamaña misión. Hubo que esperar a que el vacío dejado por Berta Martínez se asentara en nuestra memoria desde otras formas de evocarla, antes de que yo pudiera llegar al apartamento donde ella vivió, y sumergirme en aquel enorme montón de recuerdos, teatrales y no teatrales, para organizarlo, acomodarlo debidamente, establecer coordenadas útiles para mí y para quien pueda luego consultarlo, en un proceso que ya viví con Ramiro Guerra, con documentación de otros dramaturgos y autores, en lo que acaba siempre siendo un nuevo aprendizaje, una revisión a fondo de lo que pensaba o creía sobre ellos, y claro, una responsabilidad que se despliega como otra manera de la cortesía, del respeto mutuo, hacia la figura que nos dejó esa encomienda y quienes preservan cada fragmento de esa posible biografía por ordenar.

Creadora de rigor obsesivo

El trabajo sobre todos esos materiales fue intenso, y me asombra comprobar que desde aquella primera llamada de Orietta hasta el día reciente en que salí de La Habana dejando en cajas y sobres organizados todo lo que me encontré, han pasado ya unos dos años o más. Martes o jueves en la tarde, sucedían esos encuentros. Y poco a poco fueron uniéndose en puntos reconocibles fotos de Berta Martínez en Prometeo, en su etapa de actriz televisiva, en sus primeros pasos como directora, hasta los años rotundos de Teatro Estudio y su permanencia en la compañía Hubert de Blanck.

Cada recorte de prensa, cada programa de mano, junto a las muchas hojas de papel en las que trazó la planta de luces del escenario de la sala de Calzada y A, dan fe del rigor obsesivo que fue parte de su carácter, de su afán de transformar conceptos y estudios en metáforas de rigurosa composición plástica, que luego en escena crecían hasta dar otras lecturas a los diálogos de Lorca, Tirso, Shakespeare o de los otros autores en los que confió.

Alcancé a ver los estrenos espléndidos de La Verbena de la Paloma y de Las Leandras, sus últimas puestas en escena, ya en el umbral de los años 90. Eran el resultado de un largo proceso de decantación, el viaje de vuelta de una directora reconocida por sus recias composiciones que sin embargo no había olvidado el gozo ni la risa, y que se valía como nadie de la luz para narrar y describir mundos desde la escena. Vi las reposiciones de otros de sus célebres montajes, y hablé poco con ella, admirándola siempre. Nunca pudo dudarse del sitio que ella ocupaba en la escena cubana, en ese altísimo nivel que fue suyo, junto a Vicente Revuelta y Roberto Blanco.

Vívida entre nosotros

En la sala Villena le organicé una tarde de homenaje donde, como he contado, tras las intervenciones de los críticos que nos inclinamos ante ella, quiso exponer el método actoral que estaba desarrollando y le bastó demostrar dos transiciones para ganarse una ovación. Una vez, a la salida de un congreso, me había tomado por el brazo, sorpresivamente, para expresarme su disgusto ante lo sucedido en el evento, confiarme su recelo ante varias figuras que habían ganado ciertos puestos de importancia, y esa suerte de regaño/elogio me dejó abrumado. Como los regaños de Roberto Blanco, o el que alguna que otra vez me he ganado en mis broncas de trabajo fidedigno junto a Carlos Díaz.

Nada de eso me hizo imaginar que acabaría siendo yo quien estableciera orden entre esas imágenes que hoy la hacen vívida aún entre nosotros. Y es algo que agradezco desde quien conoce la responsabilidad de los archivos, del trabajo de reconstrucción minuciosa que ante lo creado por maestros de veras, nos queda por delante a quienes, de modo consciente o inconsciente, somos sus discípulos.

Aparentemente, ya el trabajo está hecho. Tras un primer bojeo a toda la papelería, vino una segunda ronda de trabajo. Las tardes en el apartamento con Orietta, abriendo cajas, identificando actores y actrices, sorprendiéndonos siempre ante el poderío de lo que esas fotografías y libretos apuntados hasta el más mínimo detalle nos revelan, son inolvidables. En ese segundo momento, invité a un joven teatrólogo y profesor a compartir conmigo ese trabajo. Porque uno también se inventa sus discípulos, o quiere dejar la puerta abierta a los que ya están, en la senda de reconocer los perfiles de quienes siguen guiándonos aunque ya sus montajes no estén en escena. Compartir determinados deslumbramientos los hace más memorables. Eso es algo que también he aprendido de ellos.

Preguntas y hallazgos

Pero todavía queda mucho por hacer. Lo que está ahora organizado es el germen de un libro, de un proyecto mayor, de una biografía teatral que intente explicarnos quién fue esta actriz extraordinaria, aquella inolvidable Lala Fundora y la creadora de esa corte de los milagros que revitalizaba al Don Gil de las Calzas Verdes. Cuando Orietta me escribe diciendo que extraña esos encuentros, le insisto en que aún queda bastante por seguir haciendo. Que Berta no nos dejará fácilmente en paz, porque también en esas sesiones se estableció un compromiso con lo que ella fue y creó que pervive en otras escalas de preguntas y hallazgos. Una joven investigadora indagaba no hace mucho acerca de Berta Martínez, desde su nueva vida fuera de Cuba. Y yo pensé que era una pena que no hubiera podido llegar a saber más de ella hurgando entre esos papeles, entre esas fotos, donde el rostro de Berta reaparece en tantas otras formas.

Si escribo esto, es para agradecer a Orietta Medina por la confianza y el diálogo que se expandía ante cada nueva imagen que rescatábamos y organizábamos. Y a ella, a Berta Martínez, por supuesto, porque esta es una responsabilidad que solo se devuelve en mayores desafíos, en búsquedas más intensas, en el propósito de entregar ese mundo a quienes no lo vieron en el esplendor de su vida escénica, pero pueden necesitar de esas claves para entender, más allá del mito y la leyenda, que la sangre y la febrilidad de nuestros maestros, aún en la peor de las crisis, nos alientan, nos impulsan a través de los túneles más oscuros, dejándonos llevar por la luz que quien sepa ver, encontrará siempre en sus memorias.

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