Una silenciosa Semana Padura en La Habana

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Leonardo Padura (al centro) durante una lectura en las jornadas organizadas por el Centro Loyola de Reina, en Centro Habana. Foto: Sergio L. Cabarrouy Fernández-Fontecha

Por Alejandro Aldama

LA HABANA.- Casi dos años después de haberse celebrado la Semana de Autor, dedicada a Leonardo Padura por la Casa de las Américas, el escritor cubano volvió a ser el centro de un homenaje de tres jornadas, esta vez por el Centro Loyola Fe y Cultura, en la calle Reina.

La obra del autor cubano con mayor reconocimiento internacional fue revisitada por varios estudiosos los días 2, 3 y 4 de septiembre, solo que en esta ocasión los medios oficiales hicieron mutis sobre el evento en torno al Premio Nacional de Literatura 2012 y hoy por hoy el escritor más leído en la isla.

En efecto, estamos en una nueva coyuntura que hace más claras y proféticas las palabras que su colega, el también novelista cubano Abilio Estévez, le expresara a propósito de serlo concedido el Premio Nacional de Literatura: “No es difícil adivinar que ahora serás aún más la diana de los ataques de los cainitas cubanos, que se dan como la verdolaga”.

Ataques personales y algo más

En los últimos meses, Padura ha estado recibiendo ataques de personas diversas, dentro y fuera de la isla, luego de que sus múltiples premios consagratorios y el éxito mundial de sus dos últimas novelas, El hombre que amaba a los perros (2009) y Herejes (2013) lo han convertido en una celebridad literaria.

No es casualidad que por estas fechas una “despistada” y desconocida autora de nombre Susana Aulet lanzara diatribas contra Padura a partir de endilgarle erróneamente la autoría de un texto apócrifo. En varias ocasiones, Padura ha aclarado ya que el texto en cuestión, titulado “La generación saltada”, no es de su producción. Curiosamente ha tenido que salir en tres ocasiones a desmentirlo, a los periodistas Max Lesnik, en Miami (9 de mayo), y Fernando Ravsberg, en Cuba (14 de mayo), quienes se lo atribuyeron tras haber aparecido, sin firma, el pasado año, en un blog donde “alguien” equivocado lo puso a circular con su crédito.

“Tengo la sensación de que usted y otros como usted no acaban de entender que no estamos en 1971, pero también tengo la certeza que a pesar de gentes como ustedes, este país es diferente. Pero, como fuerzas oscuras, siguen empeñados en asustar y, si es posible, intentar reprimir”, escribó Padura en una nota aclaratoria a Aulet.

La referencia a 1971 no es gratuita. No hay mucha diferencia entre uno de los artículos que por esos años convulsos estampaba el Comandante Jorge “Papito” Serguera, pidiendo erradicar o redefinir el vocablo intelectual y la “oligarquía de los intelectuales” de la nueva realidad socialista del país {“El intelectual y la Revolución”, RC-2, 15 de octubre de 1967), y las críticas recientes a  “posturas intelectuales” en el artículo “Gramsci y las cosas de intelectuales“, de la periodista Mayra García Cardentey.

García Cardentey exalta las virtudes de su primo mecánico que no le gusta la música de cámara, no resiste un concierto de jazz, desconoce el significado de palabras como multidisciplinario o hipertexto y es capaz de diferenciar entre Bukowski y Chaikovski, pero es el verdadero intelectual, “involucrado en la tarea práctica de construir la sociedad”.

En primera persona

Padura asistió y participó activamente en las tres jornadas transcurridas en el centro cultural Loyola, integrado a una red de instituciones jesuitas que buscan integrar los postulados de la Iglesia a la vida cotidiana de la gente.

El escritor agradeció por la seriedad y el rigor con que se preparó el foro. Los paneles que analizaron su obra estuvieron conformados por Rafael Acosta de Arriba y Enrique Saínz (la novela y la historia), Ciro Bianchi Ross (el periodismo), José Antonio Michelena (la novela policial) y Jorge Luis Rodríguez Reyes (el ensayo); mientras que Elizabeth Mirabal y Carlos Velasco trazaron un paralelo entre esta Semana Padura y la del 2012 en Casa de las Américas.

En sus respectivas exposiciones, Saínz y Acosta de Arriba abordaron los libros donde Padura realiza indagaciones históricas: La novela de mi vida (2001), El hombre que amaba a los perros y Herejes; Michelena repasó las ocho novelas que protagoniza Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de Otoño, La cola de la serpiente, Adiós Hemingway, La neblina del ayer y Herejes; Rodríguez Reyes se refirió a la íntima relación entre ensayo, ficción y periodismo en su obra; y Bianchi Ross entrevistó al escritor de cara al público asistente.

Un momento especial del foro fue la lectura que hizo Padura de un fragmento de sus apostillas a Herejes. El texto denominado «La libertad como herejía» circuló en el mercado internacional junto a la novela, pero es desconocido en la isla, donde la edición cubana de su última novela está por aparecer.

El eterno deseo de la libertad

Unos cuatro centenares de personas asistieron al foro en las tres jornadas, una cifra que hubiera sido mucho mayor si la prensa oficial le hubiera dedicado alguna atención. Pero fue suficiente para demostrar el entusiasmo, a nivel popular, por el novelista.

Justamente una de las asistentes, de nacionalidad rusa, le expresó emocionada al escritor: «Gracias, Leonardo, por salvar la dignidad del pueblo ruso».

Bastaría esa expresión para anular el oscuro capítulo de infamias desatado últimamente alrededor de la obra de Padura. Su respuesta fue leer de «La libertad como herejía»:

«Creo que ya se sabe por qué la escribí [la novela Herejes] y, a estas alturas, se intuye también para qué la escribí. Y también es evidente que la respuesta está relacionada con algo esencial de la naturaleza humana, visto en dos de sus manifestaciones antagónicas y más dramáticas: el eterno deseo del hombre de practicar libremente su voluntad, de vivir su vida de acuerdo a sus necesidades y expectativas, y la no menos eterna presencia de fuerzas sociales (políticas, religiosas, económicas) que demuelen con pasión y hasta con júbilo a los hombres que se plantean la práctica de esa libertad. Pero sobre todo escribí Herejes para ver cómo en los sitios y tiempos históricos que más se ufanan de conceder libertades a los ciudadanos, el ejercicio de ese libre albedrío, en los más diversos terrenos del comportamiento individual, siempre entraña riesgos y suele merecer castigos. Porque la libertad es algo muy serio, definitivamente trascedente para el hombre y la sociedad en que vive».

Y los aplausos no se hicieron esperar.

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