Adiós a una leyenda de la época dorada del béisbol: Bob Gibson (1935-2020)

Adiós a una leyenda de la época dorada del béisbol: Bob Gibson (1935-2020)
Bob Gibson en uno de sus momentos estelares con los Cardenales de St. Louis.

Hoy los Cardenales de St. Louis perdieron 4×0 el juego decisivo de la serie de play-off con los Padres de San Diego y se marcharon a casa cabizbajos, pero peloteros y fanáticos de los Pájaros Rojos tenían una razón más poderosa para lamentar.

Bob Gibson, el mejor lanzador de los Cardenales en toda la historia de la franquicia y uno de los gigantes del box en Grandes Ligas, falleció este viernes a los 84 años, después de batallar con un cáncer pancreático.

Por esas cosas del destino, Gibson se fue en la misma fecha que hace 52 años había lanzado lo que muchos consideran su mejor juego. Una gema del pitcheo moderno. Sucedió el 2 de octubre de 1968 en el primer partido de la Serie Mundial frente a los Tigres de Detroit. Gibson despachó 17 ponches a sus rivales, un récord vigente aún en el Clásico de Octubre.

Gibson es una rareza que ya es imposible repetir en los caminos del béisbol de nuestros tiempos, atenazado por los intereses del dinero más que por el honor de la franela. Como el inolvidable Stan Musial, jugó sus 17 temporadas de Grandes Ligas con los Cardenales, entre 1959-1975. ¿Conocen a alguno de los actuales peloteros millonarios y sus representantes que puedan imaginar siquiera esa opción de lealtad y pertenencia genuina?

Hay otros datos que hablan de la grandeza de este coloso del montículo. Tiene los récords de juegos ganados con los Cardenales (251) y de juegos completos (255), una estadística que ya no se estila. Ponchó a 3.117 bateadores en las 3.884 entradas que lanzó. Tuvo cinco temporadas de 20 victorias, dos con 19 y otra de 18. Consiguió en total 14 temporadas consecutivas con 10 juegos ganados o más.

Brazo de hierro

Ganó dos premios Cy Young. En 1968, ganó 22, con 13 lechadas y un promedio de carreras limpias de 1.12, y fue el detonador para que a partir del año siguiente se tratara de reducir e dominio avasallador de los lanzadores en Grandes Ligas, reduciéndose la altura del montículo de 15 pulgadas a 10.

Sin embargo, el cambio no pareció importarle al brazo de Gibson, que en la temporada de 1969 compiló 20-13 con 2.18 de PCL en 314 entradas y 269 ponches, uno más que el año anterior.

Era un brazo de hierro, pero de un materia celestial. De los pitchers cubanos que conocí, su trabajo me recuerda al espirituano José Antonio Huelga. En 1964 Gibson pitcheó 40 entradas en 14 días; ese año le dio la corona de Serie Mundial a los Cardenales sobre los Yankees, la primera que ganaba St. Louis después de una sequía que se prolongaba por 18 años.

Gibson lanzó 27 entradas en tres juegos de esa Serie Mundial. El primero fue de ocho innings, tuvo una segunda salida con 10 innings y regresó al montículo con dos días de descanso para ganar el séptimo juego, con ruta completa y score de 7×5.

¿Hay alguien hoy entre los brazos abridores que se acerque siquiera a la mitad de esa hazaña?

Grandeza deportiva y lección humana

El día que se retiró de los diamantes, lo hizo por pura vergüenza, cuando no pudo hacer lo que el equipo esperaba de él y se fue antes de la fecha prevista, con dolor y un honorable sentido de la gallardía deportiva que ya hemos perdido de vista.

En 1981 nadie podía negarle a Gibson su elección al Hall de la Fama en Cooperstown.

Pero la lección humana de Gibson es tan espléndida como su grandeza deportiva. Nadie tan poco pensó que lograría mucho, aquejado de problemas médicos desde la infancia, raquítico, asmático, sobreviviente de una severa neumonía y con problemas cardíacos. Su padre murió antes de que Gibson naciera y su madre viuda trabajó en una lavandería para criar a sus siete hijos.

No se amilanó. Gibson se convirtió en un atleta inmenso, diestro en el béisbol, el atletismo, el baloncesto y el football americano. Jugó al béisbol y al baloncesto en la Universidad de Creighton, pero terminó eligiendo la pelota para fortuna de varias generaciones de fanáticos.

La historia de Gibson no dejará nunca de conmoverme. He revisitado ahora algunos momentos de su carrera de la que oía hablar en Cuba y que vine a recuperar a destiempo cuando llegué al exilio. Gibson me resulta acaso el más colosal, laborioso e intenso de todos los pitchers de Grandes Ligas.

Descanse en la gloria merecida, guerrero colosal del béisbol y de la vida.

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