Pelota y política: El Premio Martín Dihigo debe estar en mejores manos

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Martín Dihigo, El Inmortal (1906-1971)

Por Gilberto Dihigo*

Una petición de presuntos especialistas del beisbol cubano, quienes de manera positiva resucitaron el histórico salón de la fama de ese deporte vilmente asesinado dentro de la filosofía excluyente del partido gobernante del país, me recuerda el fragmento de un poema de Emily Dickinson que inquiere con certeza: “¿Quién dice que la ausencia de un brujo invalida su hechizo?”

Y es que ese centenar de conocedores bajo el reflejo condicionado del culto a la personalidad, propuso otorgarle el “Premio Martin Dihigo a la obra de la vida” al retirado Fidel Castro, el mismo hombre que fracturó la historia del beisbol cubano cuando por su voluntad excluyó al beisbol profesional dentro de la memoria colectiva de los ciudadanos al considerarlo poco digno de aparecer al lado del beisbol que él “invencible” líder de todos los lideres comenzó a organizar.

Solo dentro de una sociedad enajenada y manipulada es posible descartar hechos históricos anteriores y creer que se comienza de cero. Eso ocurrió en la isla a partir de 1962, cuando el dominante régimen castrista decidió sacar por la puerta trasera a todo lo que oliera a deporte profesional y muy en particular el beisbol.

Borrón y cuenta nueva

El borrón y cuenta nueva castrista no hizo desaparecer los resultados que obtuvieron con anterioridad los peloteros profesionales, como el que Cuba fue la reina indiscutible de los torneos de las Series del Caribe donde ganó siete de las 12 en que intervino durante el periodo de 1949 a 1960 en el que acumularon 51 triunfos y 20 derrotas.

A nivel centroamericano en la rama de aficionados también se alcanzaron triunfos y la foja de sonrisas, que abarca de 1926 a 1959, totaliza cinco medallas doradas. En total, antes de la llegada del dogma divisorio implantado por el socialismo castrador, los peloteros de ese tramo histórico alcanzaron 20 títulos de 30 posibles con 181 juegos ganados y solo 52 perdidos.

Esa historia se olvidó al son de los tambores de las nuevas victorias del llamado “beisbol revolucionario” que se desdibujó al paso del tiempo y ahora recurre otra vez al profesionalismo ahogado por las circunstancias. En medio de este proceso llega la revalidación del Salón de la Fama y del galardón deportivo que lleva el nombre del “Inmortal” del beisbol cubano.

Si el premio fuera el nombre de algunos de esos peloteros que fueron manipulados ideológicamente y jugaron dentro de las series nacionales organizadas por el régimen tendría hasta cierto punto razón que se lo entregaran al retirado en jefe, porque al final sería alguien que recibió los beneficios del gobierno. Martin Dihigo no es el mejor ejemplo. Todo lo contrario.

Entre Castro y mi padre

Pese a que respaldó con su prestigio personal al naciente régimen, su sentido de la ética deportiva, democracia y libertad de expresión no comulgaban con los nuevos aires que comenzaron a soplar dentro de Cuba. El desaparecido presidente del Comité Olímpico Cubano, Manuel González Guerra, me confesó durante una conversación privada que en uno de esos partidos de beisbol al inicio de la victoria revolucionaria, el líder barbudo vestido de pelotero invitó a Dihigo a tirarse unas pelotas y el “Inmortal” se negó de manera diplomática.

Castro molesto le preguntó a González Guerra que si “este se cree más que yo y por eso no quiere calentar conmigo”. El viejo “Manolón” le respondió que ese no era el caso, sino que Martin era profesional y no podía participar con los aficionados y lo único que hacía era salvaguardar la condición amateur del partido. La respuesta no convenció del todo al megalómano líder, quien luego evitó hablarle a Dihigo en esa jornada, según dijo el viejo dirigente olímpico.

Durante la investigación para el libro Mi padre el inmortal (2003), entrevisté al fallecido dirigente comunista Carlos Rafael Rodríguez, quien reconoció que Martin “era de un carácter firme de una naturaleza poca dada a una disciplina que no fuera acompañada de una concientización de una convicción propia. Puede ser que esto haya influido un poco en su apartamiento”, afirmó Rodríguez. Semejantes actitudes no cabían en la nueva dictadura, donde solo cohabita el ordeno y mando.

Por eso, pese a ser un hombre conocedor del beisbol, jamás le ofrecieron dirigir ningún conjunto de las series nacionales, solo equipos en la etapa provincial de Ciudad de la Habana. Poco a poco lo fueron relegando a ser un simple instructor en el círculo social “José Antonio Echeverría”, antiguo “Vedado Tennis Club”. Esta ecuación refleja cómo funcionó el deterioro del pelotero que se encuentra en cinco salones de la fama. Martin Dihigo llegó a Cuba en 1959 con 53 años y en 1969, tan solo en 10 años, estaba prácticamente abandonado y muy enfermo.

Una muerte anticipada

Precisamente en ese año de 1969 el “grandeliguista” Roy Campanella menciona en una entrevista que lamentaba mucho la muerte de Martin Dihigo. Cuando los periódicos de todas partes del continente comenzaron a llamar para confirmar la noticia, el organismo deportivo cubano no sabía dónde estaba el atleta conocido por el mote del “Hombre Team” calificado así por su posibilidad en desenvolverse dentro de las nueve posiciones del diamante con efectividad.

Sobre esos agitados días, la madre de mi hermano, María Aurelia Reina, nos dijo para el libro Mi padre el inmortal: “Llegaron corriendo un día la gente del INDER para saber cómo estaba Martin, yo les dije: ahora es que se preocupan por él y no supieron contestarme. Solo dijeron que desde el más alto nivel de La Habana querían saber del estado de salud de Dihigo”. Dos años después, el 20 de mayo de 1971, Martín Dihigo falleció.

¿Cómo es posible entonces entregarle un premio con el nombre de Martin Dihigo al mismo gobernante que en 12 años, gracias a sus prácticas excluyentes, consumió la vida de uno de los grandes deportistas cubanos de todos los tiempos?

¿Por qué razón los expertos no determinaron darle ese premio a Miguel Ángel González, uno de las grandes figuras del beisbol cubano, quien incluso se quedó en Cuba y murió en 1977? ¿Por qué no eligieron a Bobby Maduro, el ejecutivo fundamental del desarrollo del beisbol en la isla durante la segunda mitad del siglo 20 al construir el estadio del Cerro y luchar por conseguir una plaza en las ligas mayores para Cuba? O ¿Por qué no dárselo al visionario Abel Linares, dueño del memorable terreno “Almendares Park” y organizador de aquellos equipos cubanos que compitieron en Estados Unidos en lo que sin dudas internacionalizó a los jugadores criollos?

Adulación al destructor

Una vez más los resortes de la adulación, el culto a la personalidad y la vieja fórmula de no buscarse problemas con el poder son responsables de este desaguisado. Esos expertos están convencidos de que las trabas políticas del régimen totalitario son causantes directas del derrumbe beisbolero, sin embargo como Poncio Pilatos se lavan las manos, cierran los ojos y le entregan en sacrificio otra vez a Martin Dihigo, a un hombre que hizo todo lo posible por destruir lo que Dihigo representa.

Decía Ortega y Gasset que lo importante es la memoria de los errores que nos permite no cometer los mismos siempre. Sin embargo, una vez más los cubanos de la isla muestran su desmemoria y se equivocan de manera garrafal. O tal vez hay un oscuro significado que no podemos ver cuando argumentan en la base del premio que Fidel es “un pelotero que ha dado jonrón con bases llenas a millones de cubanos amantes del beisbol y de su patria”. ¿Querrá eso describir a los millones de compatriotas que salieron al exilio por el batazo totalitario? ¿ Califica ese extra-base a los más de 300 peloteros que escaparon del régimen hacia el beisbol profesional? ¿Es una suerte de contrasentido? ¿Quién sabe?

Lo que si sabemos los cubanos amantes del beisbol y de nuestra patria que el señor Fidel Castro no merece la distinción con el nombre del hijo del mambí, del hombre que siempre quiso a su país y al beisbol, como escribió en una carta, “con un amor que me enajena”, el Premio Martin Dihigo debe estar en mejores manos.

*Periodista residente en Miami e hijo de Martín Dihigo. Autor del blog El Palenque de Dihigo.

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