José Fernández, el héroe fugaz

José Fernández, el héroe fugaz

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Tributo popular en la Iglesia de St. Brendan, en Miami, la noche del miércoles. Foto: CaféFuerte


Por Ivette Leyva Martínez
No sigo el béisbol y más de una vez fui al estadio de los Marlins a regañadientes, porque “hoy pitchea Joseíto”. Ni siquiera le prestaba atención al número 16 sobre el montículo, no puedo distinguir un lanzamiento de otro y mucho menos recordar las cifras que cimentan la gloria deportiva de José Fernández.
Estuve más de una vez en esas multitudes que aplaudían con fervor cuando ponchaba ferozmente a algún rival o gritaban de alegría cuando ganaba un juego con esos lanzamientos incomprensibles. Para ser pelotero, creo, era un ídolo deportivo inusual: José no se ganó al público con batazos espectaculares que atravesaban el estadio, sino con el cuidadoso dominio de sus rivales desde la lomita del pitcher.
Desde luego, no era alguien en quien yo solía pensar. Y como a tantos, no se me quita de la mente desde que desperté al día siguiente de mi cumpleaños y comprendí, después de unos cuantos minutos de estupor, que José Fernández no iba a vivir esos 20 años de edad que nos separan.
En esas dos décadas, creo que sólo otro suceso ha conmocionado a los cubanos de Miami tanto como la muerte de Joseíto: el caso de Elián González.
Encarnación del sueño americano
José logró lo que muchos deseaban para Elián: ser la encarnación del sueño americano. Ambos lograron salvarse de naufragios en ese mismo mar que ha devorado a tantos cubanos en busca de lo que José, inmenso, logró sin aparente esfuerzo.
En sólo 24 años lo fue todo: salvador -de su madre en el mar-, sobreviviente -de esas mismas olas y de una cirugía que puso en peligro su vida deportiva-, atleta superdotado y alabado por todos, líder de su equipo, ídolo de multitudes, objeto del deseo, encarnación del espíritu competitivo y de la alegría de vivir. Todo, excepto más tiempo.
En una ciudad en la que a menudo alegamos falta de tiempo para visitar a familiares y amigos, aparcamos por un momento la vorágine cotidiana y miles acudimos a rendirle tributo ante el féretro expuesto en la iglesia de St. Brendan el miércoles en la noche. Los guardias de seguridad comentaban que varias personas desfilaron numerosas veces. Todavía no lo puedo creer, susurraban muchos.
Sospecho que en la imaginación colectiva de esta comunidad José era invencible. Por eso la tragedia sigue siendo inexplicable, acendrada por la inusual manera de su muerte: violenta, en el mar oscuro. ¿De qué huía José esa noche? Quizás no lo sabremos nunca.
La tragedia nos priva de su talento deportivo, de su carisma y de su alegría, pero también del símbolo inequívoco del triunfo cubanoamericano. Estupefactos, nos resistimos a creer en su muerte, porque José, como el sueño de su éxito, es inmortal.
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