La pelota cubana: Somos lo que somos

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Yasiel Puig saluda a niños peloteros en una de las clínicas de béisbol ofrecidas por la delegación de Grandes Ligas en La Habana.


Por Leonardo Padura*
Al cumplirse el año de que se anunciara el inicio del proceso para el restablecimiento de vínculos diplomáticos entre Cuba y Estados Unidos a muchos les parece (nos parece) que los avances concretos conseguidos están por debajo de las expectativas y necesidades de los países y, sobre todo, de la población cubana, que apenas ha recibido beneficios prácticos de la nueva relación política con el vecino del norte.
Cierto es que en el terreno diplomático se dio un paso importante con la apertura de embajadas de los países en las respectivas capitales, que ha habido varias visitas de alto nivel y se ha visto el interés de políticos y hombres de negocios norteamericanos por acercarse a la isla, además de algunos acuerdos concretos. Y todo es bastante, teniendo en cuenta la situación que existía antes del 17 de diciembre de 2014.
Pero ahora, justo en las vísperas de gastarse el primer año del acercamiento, ha ocurrido un suceso que al menos a mí me parece histórico (a pesar de mi rechazo a tanta condición de “histórico” que se suele regalar a cualquier hecho): porque la visita técnica y de cortesía a la isla de una delegación de las Grandes Ligas norteamericanas, en la cual se incluyó una representación de la Asociación de Jugadores, marca un hito en el acercamiento entre los dos países.
Pero el acento de ese hito, aquello que lo hace verdaderamente histórico, es que en la comitiva vinieran cuatro jugadores cubanos en activo en las Ligas Mayores, tres de los cuales fueron vistos jugar por la afición del país en sus torneos domésticos e integraron, además, el plantel nacional a varios eventos internacionales. Tres de los innombrables.
Una gran decepción
Hace apenas dos meses, cuando se jugó la confrontación final del campeonato anual de las Grandes Ligas, su Serie Mundial, los amantes de la pelota sufrimos una gran decepción: contra muchos pronósticos y señales previas, se decidió no trasmitir los juegos de ese tope definitorio y, solo cuando hubo concluido y todos los interesados sabían el desenlace, se programó el partido final de ese espectacular y competitivo enfrentamiento.
Durante la semana en que se desarrollaron la mayoría de los encuentros de la serie, el canal deportivo de la televisión cubana, que había aumentado incluso la frecuencia con que trasmitía partidos de las Grandes Ligas, colocó en su programación nocturna toda una serie de eventos y reportajes, incluso en reposición, mientras que los aficionados cubanos esperábamos una benévola decisión que nos permitiera tener, con relativa cercanía y por una vía normal, la posibilidad de disfrutar de esos juegos finales de la campaña entre los dos mejores equipos del torneo.

 

No hay que ser demasiado perspicaz para adivinar que una de las razones de que no se trasmitieran en su momento esos desafíos tenía que ver con una coyuntura todavía ardiente: y es que en cada uno de los equipos en competencia había un jugador cubano de los por años llamados “desertores”, por demás estrellas y puntales de sus equipos (como lo habían sido de sus planteles en Cuba): el exindustrialistaKendry Morales, ahora integrante del Kansas City (sobre el que antes se había levantado el veto), y el exgranmenseYoenis Céspedes, miembro de los Mets neoyorkinos, ambos hombres del team Cuba.
Hace ya un par de años, en el espacio dominical de Tele Rebelde Beisbol internacional, además de trasmitirse desafíos de las Grandes Ligas norteamericanas, se permitió programar partidos en los que actuaba algún cubano. Al principio apenas se les nombraba, o se le escamoteaba su condición de cubanos; luego se les ha mencionado, se ha recordado su origen, pero apenas se ha hablado de ellos y su pasado en la isla. No obstante, respecto a lo que ocurría hace cuatro, cinco años, el solo hecho de mostrar a esos jugadores que habían “desertado” o “escapado” de Cuba era una señal de nuevos tiempos de más tolerancia y capacidad de adaptación. Pero con la Serie Mundial de este año 2015, sufrimos un duro retroceso.
Del silencio a la visibilidad
En cualquier caso resultaba evidente que algo cambiaba: de la actitud de desconocerlos, invisibilizarlos, borrarlos de la memoria del país, ahora los jugadores cubanos insertados en otros circuitos al menos existían y en ocasiones eran visibles. Y no podía ser de otra forma si se pretendía trasmitir otro beisbol, porque la diáspora de peloteros cubanos por todo el mundo (más de cien han salido de la isla durante este año) hacía casi imposible trasmitir un partido en el que no apareciera alguno de ellos.
Pero ahora los innombrables,  incluso los más innombrables, han regresado a Cuba como representantes de la Asociación de Jugadores para apoyar unas conversaciones entre las Grandes Ligas y la Federación Cubana de beisbol que al parecer tiene un objetivo preciso: buscar los modos de insertar de manera normal a los talentos cubanos en los torneos profesionales estadounidenses del sistema de la MLB.
El regreso a Cuba, como embajadores de las Grandes Ligas de figuras como José Dariel Abreu, Yasel Puig, Alexei Ramírez y el menos conocido Brian Peña (emigró cuando apenas tenía 19 años y no era una figura en la isla) resulta un acontecimiento que, dos meses atrás, cuando se decidió no programar la Serie Mundial del 2015, pocos en Cuba hubiéramos imaginado posible.
Sin entrar ahora en lo que la presencia de esa embajada beisbolera venida de Estados Unidos significa como superación de un pasado en el que se aplicó a los jugadores cubanos salidos del país el rechazo (se les consideraba apátridas) y la más compacta condena al olvido, creo que lo más sano es columbrar lo que esta visita y esos jugadores cubanos pueden significar para el porvenir de nuestro beisbol.
Posibles contrataciones

 

Y no solo porque puede ser el principio del fin de una relación turbulenta, en la que muchos peloteros cubanos, para poder jugar en el alto nivel norteamericano, tenían que renunciar a su residencia en Cuba y reclamar la de otro país; no porque en las conversaciones sostenidas se haya hablado (pues parece que se habló) de posibles contrataciones directas de los criollos si se levanta el embargo o a través de licencias especiales, si este embargo aún persiste por más años; no únicamente porque, al volver a Cuba, al hablarse de su presencia en Cuba, caigan las últimas justificaciones para no permitir que sus compatriotas los vean jugar con la camiseta de los clubes en los cuales militan en la actualidad; ni porque la realidad (y el realismo, incluso el pragmatismo) hayan abierto un boquete en la muralla de la separación y la negación.
Ahora, cuando esos peloteros han estado en su patria y las federaciones de los dos países dan un paso gigantesco hacia una relación más armónica,  ¿qué pretexto se podrá argüir para no mostrarlos a ellos y sus compañeros jugando beisbol, para no trasmitir más partidos de pelota del mayor nivel?
Creo, sinceramente, que lo ocurrido en estos días de diciembre, al año de haber comenzado el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, tiene mucho que ver con el futuro de la isla y de lo que ha sido, por siglo y medio, una seña de su identidad cultural y espiritual: el juego de pelota.Y es que la crisis actual de ese deporte guarda estrecha relación con las condiciones económicas que impulsan a decenas de jugadores a buscar un club foráneo con el que realizar su actividad, razón principal de su decisión de marcharse (y de las autoridades cubanas, al menos hasta ahora, de invisibilizarlos). Pero, a la vez, el estado actual de la pelota cubana tiene también consecuencias directas con sus perspectivas de futuro, con lo que será (o lo que no será) el beisbol para Cuba en los próximos años.
Mientras escribo estas líneas, en la esquina de mi casa mantillera, donde tanta pelota jugué con mis amigos del barrio, un grupo de muchachos hoy juegan futbol. Lo mismo sucede en otras muchas calles de Cuba y en cada espacio posible, por ejemplo, de la Ciudad Deportiva habanera… Esos muchachos y jóvenes corren por horas detrás de un balón, porque sueñan con llegar a ser como Messi, Cristiano, Neymar, Suárez o Casillas. Lo que muchos de ellos no saben es que su sueño significa solo eso, un sueño. Porque a pesar de tanto esfuerzo y dedicación, todavía tendrán que pasar muchos años, incluso varias generaciones, para que Cuba produzca futbolistas de élite. Podría haber entre esos muchachos un genio solitario, como José Raúl Capablanca(Campeón mundial de ajedrez de 1921 a 1927) o como Ramón Fonts (1883-1959. Esgrimista merecedor de cinco medallas olímpicas).Todo es posible.
El milagro que nunca ha ocurrido
Pero, hasta ahora, tal milagro no ha ocurrido, nunca ha ocurrido.  No obstante, ellos juegan, sueñan, y profesan su fanatismo por el Barça, el Real Madrid, el Chelsea de Mourinho o el BayernMunchen de Guardiola, mientras cada semana la televisión nacional les alimenta la ilusión trasmitiendo decenas de partidos de futbol, también profesional, de la mayor calidad, del más alto nivel competitivo, que va desde los Campeonatos Mundiales hasta las ligas nacionales europeas.
Pero, cuando esos jóvenes ven los cuatro o cinco partidos de beisbol que les ofrece la televisión, deben conformarse con una competencia que ha dejado de ser lo que fue y la cual, sentimientos de pertenencia aparte, poco les dice de lo que puede ser un juego de pelota.
Como ocurrió en la noche anterior a que escribiera estas líneas en el partido de reinicio del campeonato entre Industriales y Ciego de Ávila, de lamentable calidad técnica y defensiva, por solo poner un ejemplo.Si el realismo y el pragmatismo se imponen y caen las barreras que impiden el consumo masivo y directo de la mejor pelota del mundo (en la que cada vez juegan más cubanos como Abreu, Puig, Ramírez, Peña… o Kendry, Céspedes, Chapman, Odrisamel, Iglesias, Yunel, etc., etc.), todavía resulta posible que renazca y reverdezca algo tan esencial a la cubanía como es la práctica masiva, diaria, soñadora del juego de pelota, y muchas camisetas con el apellido Messi o Ronaldo o Neymar cambien por las de algún pelotero cubano o venezolano o norteamericano, pero pelotero.
Un pelotero que se convierta en el ídolo de ese joven que, quizás pueda llegar a ser un gran jugador, como los cientos, miles que ha dado Cuba en su larga y orgullosa historia de amor con el beisbol y, entonces, no se pierda definitivamente la relación visceral de nuestro país con ese deporte a través del cual también se fraguó el espíritu de la nación y gracias al cual, además, somos como somos y lo que somos: cubanos. Aún tengo esa esperanza, hoy más fuerte, y espero que otros más la tengan, igual de potente, conmigo. (2015). poco les dice de lo que puede ser un juego de pelota. Como ocurrió en la noche anterior a que escribiera estas líneas en el partido de reinicio del campeonato entre Industriales y Ciego de Ávila, de lamentable calidad técnica y defensiva, por solo poner un ejemplo.
*Es artículo apareció en La Esquina de Padura y se publica en CaféFuerte con el consentimiento expreso del autor.
 

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