Memorias del regreso: ¿Quiénes son los cubanos de hoy?

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Jóvenes cubanos durante una manifestación política en recordación del Che Guevara. Foto: Kaloian Santos Cabrera


Por Hannah Imbert
¿Qué era lo famoso de los cubanos, qué era aquello que nos identificaba como individuos de una nación extremadamente particular? Algunos, los que fuercen bien la memoria, los que logren rebuscar entre los millones de neuronas que pueblan el hemisferio del recuerdo, mencionarán la solidaridad, el buen humor, el ánimo y el chiste a flor de piel. Aquel comentario satírico y de doble sentido que siempre acompañaba a un buen café o al caminar de una mulata. Los cubanos se levantaban sobre sus propios problemas y erigían estatuas de perseverancia y optimismo.
¿Quiénes son los cubanos hoy o al menos, quiénes son la regla general, la mayoría? Otros completamente distintos. Acabar con la nación vista como identidad, como ente único, ha sido uno de los tormentosos estragos que algún día deberán pagar los que desgobiernan esa isla desde hace más de medio siglo. Los cubanos ya no son nada de lo que nos hacía sobresalir sobre otros residentes del planeta. Aquello que buscaban los extranjeros cuando visitaban la isla del Caribe se esfumó y aunque se me estruje el alma al decirlo, pasarán muchos, muchísimos años para que logremos recuperarlo. Eso, después que la sociedad entienda qué perdió y quiénes son los responsables máximos. Y me duele no solo por mí que también soy cubana, sino por los otros que quedan allí e intentan sacar la cara por lo nacional, por la cultura, por el pasado. Me duele por aquellos que aún dicen buenos días, por los que no “roban”, por los que siguen brindando del paquetico de café que les dan por la libreta.
Una agresividad silenciosa
Hace muy poco regresé de Cuba con la terrible sensación de que ya no es mi país  o al menos no es ese que la nostalgia intentaba preservar. En las calles de La Habana se respira violencia, una agresividad silenciosa que es peor que la de armas y guerras declaradas. Los zombies se apoderaron de las avenidas, los edificios, las casas, los parques, los cines, los agromercados y hasta llegaron a las universidades y conciertos. Los cubanos son presas del desánimo que ya está en la sangre como el ADN. Todos hablan de lo mismo, todos piensan en lo mismo, escapar es la única solución.
Mientras tanto, mientras se encuentra el hueco por donde huir de la celda, los cubanos, no importa la edad, el nivel cultural (que ya es nulo para casi todos), el poder adquisitivo, andan a la defensiva. Se pelean, responden y buscan. No mires con mala cara a un hombre que no te cede el asiento de forma caballerosa en la guagua, porque ahí mismo, como si estuvieras en la conjunción de unos de los círculos del Infierno dantesco, ese señor, que probablemente no sea una mala persona, estallará contra ti con toda la fuerza de un volcán recién encendido. No es contra ti exactamente, tu mirada ha sido solo el pretexto. Es contra su trabajo, contra su refrigerador vacío, contra sus muebles desvencijados, contra la suela de sus zapatos rotos, contra su vecino el Coronel que maneja un flamante Lada y hace las compras en Palco todos los fines de semana. Es contra el sistema pero tú eres la daga, la punta y el mango.
Muerte de la elegancia
Así, es mejor ir con la vista abajo en Cuba. Y no te atrevas a reír, cualquiera puede pensar que te burlas de su vestuario o su delgadez. Olvídate de los chistes de doble sentido, de aquel humor finísimo y delicado que hacía sonrojar a las tímidas y romper a carcajadas a las mujeres de torniquete y rolos.
Murió la criollez, el alma noble de los cubanos, la mano siempre dispuesta a ayudar y a alcanzar la cuchara de azúcar que faltaba para el flan o la cebolla que le daría el toque final al bistec de puerco. Murieron la elegancia, la educación, los buenos modales, la cultura. Los cines se están cayendo y en el medio tiempo los llenan de adolescentes eufóricos que rompen las butacas mientras gritan: “Golllllllll” o  se burlan del contrario: “Ese Messi es un perro penco”.
No solo hay hambre, falta de médicos y medicina, represión policial, censura artística, decadencia. Mataron a la cultura, a la cultura entendida como el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social. Aquello que nos hacía únicamente sabrosos y honrados, dignos de la admiración del mundo quedó fundido con la desgracia, la mediocridad y el derrumbe de los edificios cuando sale el sol luego de las lluvias.
Sé que soy pesimista, pero qué pena cuando me preguntan quiénes son los cubanos de hoy.

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