Documento: Carta de Carlos Victoria/1999

carlosvictoriaPor Wilfredo Cancio Isla

La recién concluida XXVII Feria Internacional del Libro de Miami me hizo recordar mucho al amigo Carlos Victoria (1950-2007), un escritor inagotable que se nos fue en plenitud creativa y cuando apenas comenzaba a tributársele el reconocimiento internacional que su obra merece.

La editorial Aduana Vieja, que dirige Fabio Murrieta, acaba de presentar en Miami los Cuentos Completos de Victoria. La ocasión sirvió para reunir a un público de amigos y admiradores de su producción literaria, entre ellos a su hermana Olga Consuegra, residente en República Dominicana.

Fue también un momento para rememorar sus días en la redacción de El Nuevo Herald, donde trabajó desde 1989 hasta su muerte, ocurrida el 12 de octubre del 2007.

Una de las tareas más difíciles que he tenido que enfrentar en mi vida profesional fue la redacción del obituario de Carlos Victoria. Recuerdo que ante la inminencia de su fallecimiento, el director de El Nuevo Herald, Humberto Castelló, me sugirió ir preparando el texto con varios días de antelación. Pero no di crédito a su desaparición, me aferré a la esperanza remota de su restablecimiento y cuando recibí la llamada con la noticia, tuve que iniciar, desde cero, la dolorosa escalada hacia la escritura de un artículo que no hubiera querido nunca elaborar.

Revisando ahora viejos papeles, me reencontré con esta carta de Carlos, escrita en respuesta a unos comentarios personales sobre su obra.  Ingenuamente, no calculábamos entonces que nuestra dependencia del internet y los correos electrónicos  iba a ser tan avasalladora, y decidí rescatarla como un documento impreso para leerla con más detenimiento. (Era también una costumbre de Carlos, que nunca se conformó con leer en la pantalla de la computadora los textos que consideraba de importancia y solía imprimirlos para disfrutarlos -o reprocharlos-  a la vieja usanza de lector).

Esta carta testimonia el compromiso del escritor con su obra ante una peculiar etapa de desconcierto. Por primera vez desde la adolescencia, no sentía la urgente necesidad de escribir y se cuestionaba si podría volver a hacerlo. Fue una etapa de sequía creativa que duró casi dos años y que logró remontarla con la escritura de un libro memorable: El Salón del Ciego, publicado en el 2004.

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