Reflexiones de la Caimana: Cuba, entre el Cheche y el Che

Nuetro Máximo Cheche y el Che Guevara, la yunta perfecta para el sometimiento cubano.

Nuetro Máximo Cheche y el Che Guevara, la yunta perfecta para el sometimiento cubano.

Por Ramón Alejandro*

La figura del Capitán Araña es un arquetipo cultural muy instructivo.

El Capitán Araña manda a sus subalternos al matadero y se protege en lugar seguro.

El Capitán Araña muere en su cama a una edad avanzada, cuando se le acaba la cuerda que le dio nuestra común Madre Naturaleza, la que nos da con nuestros genes la energía vital necesaria para vivir cierto lapso de tiempo sobre este planeta Tierra.

Siendo yo niño en La Habana se escuchaba, y quizás aún se escuche, a ciertos fanfarrones vanagloriarse de ser el Cheche. El Cheche tenía una localización precisa, se decía: “Aquí, yo soy el Cheche”, porque se suponía que cada sitio tenía su Cheche, no había cheche absoluto.

Todo Cheche tenía su espacio delimitado y definido. Se era el Cheche en cierto lugar.
Finalmente con la Revolución nos llegó desde el cabo del cono sur del continente sudamericano el Che con su trova del Hombre Nuevo y su seguidilla de hacer dos, tres, cinco, 100 Viet Nams.

Entretanto en Cuba los cheches locales habían sido eclipsados por un gran Cheche que nos surgió desde lo más profundo de nuestra cultura machista.

A nosotros el machismo nos viene por doble ración, el macho ibérico y el macho yoruba se conjugan en la Isla para dar el macho cubensis, ápice de esas dos poderosas corrientes convergentes.

Ese es el que aspira ser el Cheche en cualquier lugar en donde le toque, o donde a él le plazca aparecer.

Nuestro Máximo Cheche quedó encantado con la aparición del Che, porque de por sí un che es biodegradable.

El Che se elimina a sí mismo en la desmesura de su propia ambición, se va por encima de la valla, batea demasiado lejos, se sale del cuadrilátero, se va para el Congo y para Bolivia.

Nuestro Máximo Cheche sabe que lo propio de un Cheche es su localización. Por muy grande que esta sea, un Cheche siempre tiene un “Aquí” donde él ejerce la chechecidad en sí, el “An Sicht” de lo Cheche, como diría Kant. A nosotros nos tocó ser el aquí de nuestro Máximo Cheche.

A un Cheche le conviene que aparezca un Che para que sus subalternos o sujetos tengan un ejemplo a seguir y -mediatizándose ellos mismos- se vayan lejos de su terreno a ejercer su idealismo desbocado, sin perjudicarlo en sus prerrogativas de Cheche, ni alborotarle su gallinero.

Los Ches desaparecen devorados por su ambición universal.

Los Cheches se incrustan hasta sus respectivas muertes. Como Francisco Franco. Como César Augusto.

Un Cheche logrado muere con el brazo momificado de Santa Teresa de Ávila en la mano.

En su salón del trono del Palacio de la Revolución o en su sala de cuidados intensivos de paciente privilegiado que en su caso es lo mismo.

Conviene que los niños deseen ser como el Che.

Se les inculca eso, pero los niños así educados hoy parecen preferir irse a Miami, Madrid o Ciudad México, que cada generación tiene sus inclinaciones específicas, mi socio.

Así va el mundo y así se van perpetuando de generación en generación los patrones o arquetipos de nuestra cultura.

Moriremos de perfil, con un cocuyo en la mano y con un tabaco en la boca, como lo soñó el Cucalambé.

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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