Reflexiones de la Caimana: El regusto de ser vigilado por segurosos

Agentones, segurosos y chivatientes: que vigilen, que vigilen...

Agentones, segurosos y chivatientes: que vigilen, que vigilen…

Por Ramón Alejandro*

Fue el escritor Reynaldo González quien me dijo: “Ten cuidado, que te van a matar como a la Mata Hari”, cuando le conté todos aquellos entredichos en los que yo me encontraba durante esos seis meses que pasé en La Habana.

La atención policíaca nos hace sentir importantes. Nos confiere un valor personal que necesitamos ante la angustia existencial de no ser nadie. De poder ser quien queramos ser, o de fingir serlo.

Un pintor que vive a fondo su ilimitada libertad no tiene identidad propia. Se va detrás de sus percepciones sensoriales hasta tal punto que finalmente le sobreviene un vértigo.

Ulises se salvó del cíclope Polifemo nombrándose “Nadie”.

Es el miedo a esa presión exterior, a ese ojo único que nos fija en su malintencionada y penetrante mirada, lo que nos define y, por lo tanto, nos reconforta. Necesito la reprobación de una entidad superior a mí para creer que existo.

Vicios compartidos

Por eso siempre acogí con verdadero gusto cualquier contacto con la Seguridad del Estado.

Pero no se crean que es vicio exclusivo de cubanos este regodeo en inmiscuírse en las vidas privadas de los individuos, con su inmediata consecuencia simétrica del singular placer de ser espiado.

En París, un buen día llegó a mi puerta un señor de lo más serio y educado convocándome a que la mañana siguiente me presentara en cierto edificio sin número, cercano al palacio del Eliseo, donde tiene su sede la Presidencia de la justamente orgullosa República Francesa. Allí un par -siempre un par, sea en Cuba o en Francia- de gorilones buenos mozos me tuvieron unas cuantas horas investigando las opiniones políticas de mi hermano Carlos Federico, destacado profesor de Economía de la Universidad de Yale.

Al final del interesante interrogatorio vino la preguntica capciosa sobre las preferencias sexuales de mi hermano, que siendo cosa de familia, parece, eran exactamente las mías.

No consideré que fuera de su incumbencia y decliné responder, alegando mi derecho que por estar en la tierra de la primera declaración formal de los Derechos Humanos, esos dos sabrosos polizontes no podían negarme tan fácilmente como te lo pueden negar, y te los niegan con extremada voluptuosidad, los guapachosos segurosos en los predios privados de la arcaica finca de Fifo.

Me encontraba en esa situación tan extravagante y excepcional gracias al hecho de que en una de esas reuniones mundanas de alto nivel que se dan en las grandes capitales de las potencias de este mundo, mi único y querido hermano Carlos, para hacerse el gracioso, le dijo a su amigo Henry Kissinger que él tenía un hermano menor en Francia que era simultáneamente gaullista y budista.

Investigando a mi hermano

Cuando el occiso presidente Ronald Reagan lo nombró como partícipe de una comisión bipartita del Congreso americano para investigar la situación centroamericana que en aquellos días estaba en candela con el Frente Farabundo Martí en El Salvador, los sandinistas en Nicaragua y los contra en Honduras, todos juntos y revueltos cada uno haciendo de las suyas, el FBI, la CIA o quienquiera que sea que estaba encargado de velar por la seguridad nacional de la gran potencia yanki, procedió a hacerle a mi hermano lo que los americanos llaman un “clearence”. Es decir, que investigan sus ideas políticas y lo que cuelgue, a ver si el tipo no es ñángara, nazi, maricón, drogadicto, adepto fanático de una secta mística sospechosa, y otras cosas del mismo jaez que conciernen al desempeño correcto de su eventual tarea en cuestión.

Aunque es de sobra sabido que Francia perdió la cara cuando los nazis se la partieron despiadadamente al principio de la Segunda Guerra Mundial, y que los yumas tuvieron que venir como Supermán a salvarla de la vergonzosa ocupación alemana, el General De Gaulle hizo en vida todo lo posible por mantener una dignidad e independencia nacional un poco desflecada ante la aplastante hegemonía norteamericana en el mundo y en Europa en particular.

El Viejo se tiró su paripé y no le quedaba mal.

Pero cuando el mal era de cagar y no valían guayabas verdes, y la policía francesa se tenía que plegar a las demandas de la americana. Así la Sureté Nationale -que ya no se llama así- le tuvo que rendir cuentas a los yumas de lo que el hermanito pintor, budista y gaullista, ciudadano francés desde 1975, sabía de las opiniones políticas de su hermano profesor en la Nueva Inglaterra.

Mi hermano desempeñó ese papelito de experto en tumultos latinoamericanos con donaire y no pasó de ahí la cosa.

Cuando nadie te persigue

En un bar de malamuerte de Pigalle yo conocí a un españolito muy joven y buen mozo que pernoctó en mi apartamento unas semanas.

Ese muchacho se vanagloriaba de conocer todos los recintos carcelarios entre Barcelona y Madrid.

En París no le iba nada mal porque yo le presenté a gente interesante, sobre todo a Daniel Guérin, célebre anarquista adorador de hermosos mancebos y quien se volvió loco con el atlético galleguito.

Pero nadie lo perseguía.

El muchacho sentía entorno de él un vació ominoso. Era adicto a la vigilancia policíaca de su país de origen. Necesitaba esa presión para precisar sus propios límites fisiológicos. Sentía que su propio cuerpo se le desmoñingaba si la policía no le venía cayendo atrás.

Lamento no recordar su nombre, porque su cara de figurón de paso de Semana Santa de Salcillo y su cuerpo de orfebrería de Benvenuto Cellini los tengo bien presentes en mi memoria.

Terminó volviendo a su querida patria, que tanto lo amaba porque tanto lo perseguía.
Igual que nosotros, los españoles saben que quien bien los quiere los hará llorar.

Nunca más volví a ver a ese delincuentillo adorable. Constantino Cavafy le hubiera hecho tremendo poema, yo modestamente evoco su memoria y lamento que la vida se nos vaya tan de prisa.

“Quién tuviera veinte años, y lo pasao, pasao”, como dice uno de los viejos en el primer acto de La Verbena de la Paloma.

Mensaje desde La Habana

La próxima vez nos vamos a Buenos Aires, donde la Mata Hari adolescente inició los intrincados pasillitos de mambo que la hicieron famosa en el mundo del espectáculo y del espionaje amateur.

Nota al pie: En caliente y acabadito de salir del horno como un pastelito de guayaba: miren hasta dónde estas aventuras de La Mata Hari pican y no pican, como los famosos tamalitos de Olga, y cómo irritan a ciertos personajes del régimen que se toman demasiado en serio y piensan que todavía están en tiempos de la petulancia soviética. O que Mijail Gorbachov aún no les destimbaló su timbiriche de terror como supo desmontárselo con su sola pura conciencia y para siempre gloriosa memoria de toda la agradecida humanidad.

Como la Madre Naturaleza me ha dado esta pasión por meterme en camisa de once varas me voy a ir de nuevo de lengua ahora mismitico, como buena cherna que soy, y en este mismo lugar, contándoles que estando yo contemplando la salida de una luna coloradota entre desgarrados nubarrones que cubrían el horizonte oriental de South Beach hace tres atardeceres, un muy conocido, conocido mío, que trabaja para ellos aquí en Miami, me llamó para contarme que Miguel Barnet en persona le mandaba a decirme que si me ponía más mansito empezarían a hablar bien de mí en la prensa oficialista. Alabancioso y satico con ganas, con mucha vaselina y siricutancia.

Y que si no me moderaba, pues comenzarían una campaña de descrédito en contra mía para destruir mi imagen pública.

Menos mal que no me amenazó con pincharme con la punta de un paraguas envenenado como le hicieron al ruso aquel en Londres cuando tenían poder en la URSS.

Me jodió totalmente mi serenísima contemplación de la luna.

Que esos roncos tienen tremenda gandinga, asere. ¡No acaban de ponerse al día por nada del mundo!

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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