Reflexiones de la Caimana: Elogio de los pajeros del Cine Payret

Fachada del Cine Payret en La Habana.

Fachada del Cine Payret en La Habana.

Por Ramón Alejandro*

Hace unos días un amigo me leyó un airado artículo de una escritora de no sé qué publicación de Cuba que se me antojó exageradamente indignada contra los infelices e inofensivos pajeros del cine Payret.

La socia exigía represión oficial y atenta vigilancia policíaca ante tan deleznable comportamiento.

Me acordé de aquella vez que ese mismito Cardenal cuya sede apostólica tiene su divina cátedra en la bella y vetusta Catedral metropolitana de San Cristóbal, Agayú Solá para los compañeros santeros, de La Habana, quien por otra parte y muy a la chita callando se da gusto haciendo de las suyas por detrás del confesionario. El Cardenal pidió entonces a las autoridades más o menos competentes que censuraran una puesta en escena del extraordinario director de teatro Carlos Díaz, demasiado osada para sus castas y dobles moralinas. Cervantes ya nos advirtió por boca de Don Qujote que detrás dela cruz está el diablo.

Por suerte, esa vez las autoridades fueron realmente competentes y no hicieron el más mínimo caso a la abusiva pretensión cardenalicia. Pedía represión para los creadores excepcionales como Carlos Díaz, mientras el socio gozaba a pierna suelta y mandíbula batiente de la más relajada tolerancia.

Asientos vulnerables al placer

Desde la época republicana, y desde que yo tengo memoria, quienquiera que se atreviera a sentarse en una butaca del Payret sabía que podía recibir una ducha de leche de varón cuando menos se lo esperara. Al igual que aquel incauto que se sentaba sin las debidas precauciones en uno de esos vulnerabilísimos bancos del Parque Central cuando el famoso “Disparador del Parque Central” estaba en función de sus acrobáticas facultades masturbatorias, encaramado encima de alguno de sus árboles.

Que yo sepa, ni los llamados pajizos del Payret ni los disparadores de ningún parque público habanero por muy numerosos, descarados y felices que puedan ser, gozando cada uno a su manera gracias a una comprensiva y total impunidad por parte de la policía revolucionaria, han hecho disminuír la producción de azúcar o provocado con su pueril conducta el desmantelamiento de la una vez rozagante Marina Mercante Cubana.

La independencia de Namibia fue arrancada con brío de la inicuas leyes racistas del apartheid y de la ocupación imperialista de esa nefasta república de blanquitos zoquetones del Africa del Sur, gracias a muchos soldados cubanos de a pie que se sacrificaron en esa guerra de solidaridad, sin que podamos saber a ciencia cierta cuántos de ellos eran pajizos que frecuentaran asiduamente alguno de los modestísimos cines de algunas de las más lejanas y olvidadas provincias, tales como Granma o Guantánamo, cuyas salas y espectadores eran seguramente mucho menos distinguidos que los del capitalino Payret.

Hasta quizás alguno de ellos se hubiera destacado por su celo en algún Comité de Defensa de la Revolución, que de todo hay en Cuba, y que como bien dice la Ocha por boca de Ochosi, que para que haya un “Mundo” tiene que haber un poco de todo en ese mundo, mi abbure.

Que ya la jama no se regala por la libreta como dice Pánfilo, y siempre conviene ganar puntos en el escalafón de la guataquería para aliviarse el vientre.

Entre el morbo y la gozadera

Yo he gozado gracias a mi oficio de pintor tanto del ocio necesario, como del placer de leer mucho sobre las historias de Francia, Italia, España y algo de Alemania. Poco de Inglaterra y Holanda porque la gente del norte me aburrió siempre.

Muy poca referencia encontré sobre temas relativos al sexo, la homosexualidad y a esos asuntos personales que entre esos pueblos son asuntos estrictamente personales, y que tan morbosamente nos apasionan a nosotros los cubanos.

Porque si yo mismo les traigo tanto este tema a colación es porque la gente que me rodea me habla continuamente de eso. No hay reunión en la que pasado un cuarto de hora de palique no salte el tema de la cherna fuera del agua.

El famoso Diógenes, que le pidió a Alejandro el Grande que se le quitara de adelante porque le estaba impidiendo de disfrutar del sol, cuando el orondo conquistador le propuso que le pidiera todo lo que quisiera, después de haber observado el comportamiento de los peces machos que frotándose el vientre contra una piedra ellos solitos largaban su esperma en el mar, permitiendo así que fecundara los huevos que las hembras ponían por su cuenta, nos recomendó, a fin de evitar los trastornos que causa todo matrimonio que hiciéramos igual que los simpáticos pajizos del Payret, sin causarle ningún perjuicio a nadie.

Cecilio Pérez, babalao que reside actualmente en España, escribió un bello libro titulado Itá, en el cual cuenta con mucha fluidez la cosmogonía yoruba. Me encantó enterarme leyéndolo que la misma Yemayá Omí Lateo, o Madre del Mundo, después de quejarse amargamente de que su hijo Oggún la estuviera abusando cada vez que Obbatalá, su padre, se ausentaba del ilé, el hogar, y de haberse quedado callada durante mucho tiempo disimulándole a Obbatalá esta anómala situación, cuando por fin consiguió un okó, o marido, mansito, casándose con el buenazo de Ínle, que era un jovencito poco experimentado en cuestiones de amor, se aburrió de mala manera en la cama con él.

Los maltratos de Oggún

Ahí fue que el aburrimiento apareció en nuestro mundo.

Queriendo volver a gozar de nuevo con un hombre hecho y derecho que la trajinara bien de verdad, volvió ella solita por su propia cuenta a buscar al rudo Oggún que la siguió maltratando muy a gusto de ambos, madre e hijo.

Que en cuestiones de amor y placeres sensuales nadie se ha de meter entre marido y mujer, ni entre pajero y policía, estimada y muy escandalizada periodista revolucionaria. 

Hay que ir a buscar en la Antiguedad griega y romana un equivalente a nuestras obsesiones sobre este asunto.

En mil años de historia de Bizancio no existe un solo texto que haga referencia a la homosexualidad.

No concibo que los helenos, o griegos, habiendo sido tan aficionados al amor entre individuos del mismo sexo durante todo el largo milenio que duró la Antigüedad Clásica, a lo largo del cual dejaron tan numerosos textos de tan alta calidad literaria sobre el homoerotismo. Y que siéndolo aún como lo son ahora que hacen parte de la Comunidad Europea, aunque con ciertos problemitas finacieros, hayan pasado el subsiguiente largo milenio en total abstinencia.

Sucedió simplemente que mientras la fe ortodoxa los mantuvo en cintura no les permitió la más mínima mención escrita sobre ese tema.

Haz lo que yo digo y no mires lo que yo hago, nos parece decir Ortega Alamino haciéndonos un pícaro guiño.

Anécdotas del abuelo

Esto me recuerda unas curiosas anécdotas que mi abuelito contaba de aquellos años en los que fue un simple soldado del ejército español estacionado en la Cuba colonial.

Siendo rancio castellano de pura cepa, mi abuelito vino a Cuba a luchar contra los mambises en aquella guerra civil del 1895 que nosotros llamamos pomposamente de Independencia y de la que los americanos nos sacaron del apuro ocupando la isla y poniéndola a funcionar de nuevo institucionalmente con su “savoir faire”, buena voluntad, y su ya muy avanzada tecnología, después de que la desastrosa administración española la dejara arrasada y exangüe.

Mi abuelito tuvo la buena suerte que en vez de que lo mandaran a enfrentarse con aquellos negrones montando a caballo encueros y en pelotas como nos los muestra esa memorable película que es La Primera Carga al Machete, de Manuel Octavio Gómez, lo mandaron a guardar a los presos comunes en Nueva Gerona, Isla de Pinos.

Allí la gendarmería colonial había reunido a lo más granado de la mariconería de la isla, que era sobre todo habanera, como es fácil de entender.

Sentados muy atentos en la sala de mi casa bajo la enorme litografía del Sagrado Corazón con el florerito en el que mi madre ponía cada día un nuevo y rojísmo clavel justo debajo del marco de madera. Todo orejas alrededor del venerable anciano, que era bajito, narizón y estaba peinado con la raya al medio, mi hermano, mis tres hermanas y yo bebíamos ávidamente sus sorprendentes y evocadoras palabras.

Furias suicidas

Nos repitió muchas veces el mismo cuento, dándonos cada vez que lo volvía a contar nuevos detalles más o menos picantes los cuales iba enriqueciendo a su libre arbitrio a medida que reelaboraba cada una de sus sucesivas versiones, explicándonos hasta en sus más mínimos detalles las espectaculares dificultades que pasaban los soldaditos españoles para evitar que los homosexuales cubanos se asesinaran por celos entre ellos.

En efecto, la mayor y más frecuente causa de conflictos era la furia con la cual se disputaban el privilegio de lavarle los calzoncillos a cierto buen mozo capitán del Ejército español que tenía embelesadas a esa desenfrenada retahila de locas de ampanga y rompe y raja, no solo por su elevada jerarquía militar sino también por su notable hermosura personal.

De tanto en tanto dos chernas se entrepuñaleaban rabiosamente, causándose muchas bajas entre ellas mismas cada vez que se dejaban llevar por esa frenética rivalidad amorosa. 

Era muy penoso para los muchachos que cumplían su servicio militar, cuya mayoría era campesina de origen, tener que presenciar ese triste y chernicida espectáculo tan frecuentemente.

Cuando crecí y llegué a ser adulto me vino en mente preguntarme que era lo que había podido motivar a mi buen abuelito, hombre tan culto y diestro copista de pinturas de grandes maestros españoles y venecianos del Museo del Prado cuando era estudiante de la Academia de San Fernando en Madrid, a contarnos aquellas espeluznantes historias.

Nuestra curiosa mentalidad

No conozco a nadie en Europa o en Estados Unidos que haya tenido un abuelito como el mío que le contara semejantes historias.

Que de casta nos viene a los criollos nuestra curiosa mentalidad.

Somos un pueblo demasiado polifacético y polimorfo para aplicarnos las rígidas reglas morales heredadas del catolicismo. 

No hay duda que cuando Goya inscribió al aguafuerte aquella frase: “El sueño de la razón produce monstruos”, sabía muy bien de lo que hablaba.

La España del siglo XIX, las sociedades del Bajo Imperio Romano, así como las costumbres que nos vinieron de Nigeria y se cultivaron en la promiscuidad de los barracones de esclavos, hacen parte integrante de nuestra herencia indeleble.

Ni Eusebio Leal queriendo pasteurizar a La Habana Vieja podrá librarla de pajizos, disparadores y jamoneros.

Cuba es como es porque le viene de muy lejos, árbol que nace torcido jamás su tronco endereza.

Y al que no le guste que se fuña.

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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