Reflexiones de la Caimana: Filosoflying

La voz de Olokun, de Ramón Alejandro

La voz de Olokun, de Ramón Alejandro

Por Ramón Alejandro*

Es muy delicado eso de “tomarse en serio”.

No sólo los artistas, también los varones en general, y mientras más “machos” peor, se sienten obligados a representar una imagen ante los demás.

Les preocupa de sobremanera lo que los otros puedan también imaginar de ellos, o intuir de ellos, no solamente lo que puedan pensar de ellos.

Inventan estratagemas y adoptan poses, calculan mucho sus efectos a fin de impresionar al prójimo.

Se ponen mil disfraces como Dalí. Como si tuvieran miedo de no ser nadie. Como si vivieran de esa imagen o necesitaran de ella para sentirse bien.

La imagen propia reflejada en la conciencia del otro se les vuelve más importante que su propia persona.

Ya “persona” era palabra que en etrusco significaba máscara. Lo que les preocupa es la máscara de la máscara.

Guillermo Cabrera Infante se sentía muy inseguro de su escritura, pues desconfiado como era sospechaba hasta de sí mismo y de su propio talento, quizás pensando para sus adentros que estaba constituido solamente por una maraña informe de chistes y juegos de palabras sin gran interés.

Una vez que le dije que había dado un ejemplar de Vaya Papaya! a ya no sé cuál extremadamente famoso escritor argentino que me encontré en un vernissage en París donde exponía retratos imaginarios de escritores famosos, como si fueran máscaras de fama. Se ofuscó y me dijo reprochándomelo amargamente de que no debía de haberlo hecho porque ese individuo pensaba eso mismo de su obra, que solamente eran jueguitos insignificantes sin ninguna profundidad.

Le asustaba la mirada de ese malévolo colega y rival de suyo, en la medida que confirmaba su propia sospecha, avivando así su tortura interior.

Parece que recordaba como fue que esa vez que se ganó el premio español que lo hizo conocido mundialmente. La entidad premiadora había pedido al recientemente creado gobierno revolucionario cubano que enviara buenos pretendientes al prestigioso premio porque ese año se lo daban a un cubano de todas formas. Guillermo no le había dado forma aún a ese conjunto de textos diversos que constituyeron Tres tristes tigres y a toda prisa los ensambló como mejor pudo, puesto que ya entonces cualquier conjunto de textos por muy disparatados que fueran era considerado “novela” gracias al vanguardismo imperante.

Esta azarosa génesis de su aparición sobre el escenario mundial de la literatura quizás le producía retrospectivamente cierto vértigo.

Cierta vez almorzando en Miami con Antonio José Ponte y el célebre joven pintor José Bedia, me sucedió lo mismo.

El éxito profesional, por muy grande que pueda ser, no nos libera de ese miedo a no ser “nadie”.

Somos terriblemente inconsistentes siendo los simples seres mortales que somos.

El Buda, imagen de la sabiduría inherente a todos los seres humanos y que vive desde siempre en el fondo de nuestras mentes, nos desnuda ante nosotros mismos cuando menos nos lo pensamos, y es entonces que nos damos cuenta hasta qué punto es nuestra pura vanidad quién anima nuestras angustiadas personitas.

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publicará semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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