Reflexiones de la Caimana: La venganza de Don Alejo

Alejo Carpentier durante su etapa de Ministro Consejero de la Embajada de Cuba en París (1966-1980).

Alejo Carpentier durante su etapa de Ministro Consejero de la Embajada de Cuba en París (1966-1980).

Por Ramón Alejandro*

Imagínense un espacioso apartamento del piso noble de un edificio típicamente haussmanniano situado justo en la esquina de la monumental Explanada de los Inválidos, con las 10 ventanas de su elegantísimo salón dando sobre todo el majestuoso volumen del Hotel des Invalides coronado por su cúpula dorada, y bajo ella, el catafalco de porfirio del Emperador Napoleón Bonaparte.

El piso noble, según la rigurosa codificación de los espacios arquitectónicos parisinos que impuso el Barón Haussmann, era aquel que se situaba inmediatamente encima de la planta baja, porque en París los pisos se cuentan a partir de él y no hay más primer piso que ese piso llamado noble por tener un dintel mucho más alto que el de los demás que sobre él se encaraman. Ese “étage noble” era donde moraban los más distinguidos personajes con sus familias.

Cuatro pisos más arriba estaban los cuartos de criados a los que no se podía acceder más que por unas oscuras escaleras situadas detrás del patio por las cuales los sirvientes entraban directamente a la cocina de manera a no incomodar a sus amos pasándoles sus insignificantes, aunque necesarias presencias, por delante de sus respingadas narices.

Paul Deharme y su señora, una muy bella y conocida poetisa surrealista llamada entre sus familiares y amigos simplemente Lise, se mandaban tremendos fetecunes a los que asistía además de la gente fina del “beau monde” de rigor dada la categoría social de Monsieur Deharme, también mucho artista de moda, escritores célebres o en vías de llegar a serlo, pintores de todo trapo y pelo y todo corifeo buscavidas o buey suelto despistado del ámbito intelectual de Montparnasse que por esos revueltos años -inmediatamente anteriores a la catástrofe europea de la Segunda Guerra Mundial- estaba en su apogeo.

Un revólver y un ferrocarril

Los versos de Lise Deharme que más aplausos habían suscitado entre los amateurs de esa época fueron estos: “Un révolver et un chemin de fer, sont des bijoux dont je suis fou”.

Que quiere decir que un revólver y un ferrocarril son joyas que me enloquecen.

Inspirada la señora… Por esos mismos tiempos y por el propíncuo y bohemio barrio de Montparnasse andaba suelto un cubanito muy leído, impaciente y ambicioso, perfectamente bilingüe -hasta el punto de arrastrar la erre como los parisinos cuando hablaba español- y quien se ganaba a penas su vida escribiendo artículos sobre diversos aspectos de la Ciudad Luz y su irradiación cultural universal de entonces para las revistas y periódicos habaneros.

Su padre, como buen francés, no había podido resistir al embrujo de una mulata cubana y se escapó con ella a Suramérica dejando a su hijo y a su madre, de origen ruso, empantanados y sin recursos en una finca cercana a La Habana. El muchacho había tenido que ponerse a escribir para la prensa capitalina que por entonces estaba en plena expansión artículos de ocasión sobre los más variados sujetos, para lo cual estaba muy preparado puesto que su padre le había hecho leer las obras de Balzac, Flaubert y toda la plétora de genios literarios en su lenguaje original, poseyendo a su tierna edad una cultura rara entre los demás jóvenes habaneros de su generación.

Los trastornos de la dictablanda machadista lo forzaron a exiliarse y naturalmente fue a dar a París, donde trataba de abrirse camino y “resolver”, como decimos hoy en día.

En los ambientes surrealistas y mundanos conoció a Paul Deharme, quien por aquellos años descollaba como personalidad primordial de la nueva industria radial en plena expansión. El dotado cubanito obtuvo un buen empleo en la empresa de este magnate hacia 1932 y naturalmente comenzó a frecuentar el suntuoso apartamento donde se daban los fastuosos guateques de los que ya les hablé.
 
Disparo a quemarropa 
 
Cubano al fin, se enamoró de Lise y le fajó descaradamente, parece que se le salió aquello que da la tierra.

Pero Lise era en aquella época la brillante poetisa reconocida por “Le Tout Paris”, mujer de un acaudalado y exitoso empresario, estaba como ya sabemos enloquecida por los revólveres y los ferrocarriles, y el pobre Alejo, que así se llamaba el ignoto cubanito, no era más que un periodista que escribía para unas desconocidas publicaciones cotidianas de una ciudad de mediopelo, perdida en un una esquina de un oscuro archiplielago en una lejana región de las zonas equinoxiales de la cual ella solamente había oído hablar de los legendarios ataques de piratas como el bretón Olonés y el inglés Francis Drake a los galeones imperiales españoles repletos de doblones de oro, y más recientemente por la arrasadora erupción del Mont Pelé de la Martinica.

Lo puso en su justo sitio y le dijo que nananina, dándole pirey sin más consideraciones.

Pasó el tiempo y pasó no solo un águila sobre el mar, sino miles de mantarayas por debajo de él, con calamares gigantes, inteligentísimos delfines, tiburones martillo, medusas descomunales y todo tipo de cherna y pargo, sin ánimo de ofender a nadie, y sobre su agitada superficie pasaron pelícanos, gaviotas y hasta pitirres persiguiendo despiadadamente a despavoridas tiñosas.

De los lejanos horizontes situados hacia el oeste muy por detrás del horizonte parisino, llegaron vagamente noticias de prestigiosas revoluciones, al punto que el mismísimo y sesudo Jean Paul Sartre y su señora Simone de Beauvoir, se desplazaron especialmente para contemplar como metereorólogos aficionados aquel Huracán sobre el Azúcar.

Viejas famosas

Paul Deharme ya había muerto y no se daban más aquellos fiestones en el todavía despampanante apartamento de la Explanada de los Inválidos dentro del cual Lise, bastante menos atractiva de lo que había sido, se entretenía como tantas señoras de su condición y edad, reviviendo sus pasadas glorias hablando por teléfono con algún mariconcito con peos de sociedad, de esos que desarrollan un culto, como se dice ahora, por las “Hasbeen”, a quienes atienden como si fueran diosas caídas de un Olimpo que ya se derrumbó, pero de cuyo derrumbe aún quedan resonando algunos ecos entre cierta gente de salón, abultada cuenta en banco y peluca empolvada.

En París existen aún una pila de viejas que fueron famosas y que pueden pasar felizmente sus terceras y cuartas edades atendidas amorosamente por cohortes de mariconzuelos aficionados a ese tipo de guanajada.

Uno de ellos, íntimo amigo mío, fue quien me contó el insólito colofón de estas escenas balzacianas que me dispongo a contarles por entero, con pelos y señales, según mi mala e inveterada costumbre, tal cual me lo contó Fernand Firoulet.

Resulta que de repente en el verano, que a lo mejor fue en invierno. ¿Pero qué importa?

En 1966 se nos presenta en París como prestigioso Ministro Consejero de la Embajada de la República de Cuba, que en esos justos momentos estaba en el candelero del insaciable esnobismo intelectual parisino, nada menos que Alejito, Carpentier de apellido. Entretiempo y a la chita callando, además de casarse con una cubana, mulata como Dios manda, el tipo había publicado varias novelas best sellers, explorado las selvas venezolanas, inventado lo real maravilloso y el carajo y la vela.

Pocos días después de llegado a París el socio así encumbrado sin comerla ni beberla, ni disparar un tiro, por uno de esos prodigios de la Historia que raramente suceden, llama a Lise y le dice que la quiere ver. La Vieja se pone lo más linda que puede y se dispone a recibirlo como se merece aquel viejo amigo de sus años mozos.

Cerebro de escritor

Parece que al cerebro del gran escritor, según me cuenta mi amigo Fernand, seguramente el mayor de todos aquellos que se consideran escritores cubanos, aunque haya nacido de chiripa en Suiza, como cubano al fin, se le ocurrió una fantasía alucinante.

Después de los saludos convencionales y las formalidades de rigor, se escarranchó cómodamente en un mullido sofá frente a la monumental fachada del Hotel des Invalides, tumba del Gran Napoleón Bonaparte, y genuflexa puso delante suyo a la poetisa amante de revólveres y locomotoras de duro metal, la cual olvidando reumatismos y la relativa rugosidad de la rica alfombra persa extendida por el suelo contra la fina piel de sus asendereadas rodillas, con su cara dirigida al amenazador cañón del orgullo viril de su excelencia el Ministro Consejero de la República de Cuba apuntándola a ella, rindió el servicio esperado que tal posición sugiere.

Dejemos a la imaginación y la elocuencia de cada uno de mis respetables lectores el trabajo de escoger uno de los verbos de los muchos de los que dispone el lenguaje popular para referirse a esa deliciosa faena, a la que muchas veces después de aquella primera ocasión nuestro castigador compatriota obligó amablemente a cumplir a esa antaño tan orgullosa francesa.

No acabando de creer cabalmente que su caprichosa suerte hubiera esperado tanto para hacerle semejante regalo, entre agradecida e incrédula, Lise le juró a mi amigo Fernand que siempre se aplicó a complacer ese capricho del gran escritor cada vez que a Alejo le vino en gana de amenazarla con su revólver, con mucho esmero y sin superfluos remilgos.

Que el amor no tiene consideración de tiempos ni de lugares, y no conoce ni de razas ni colores, ni de situaciones sociales, porque sorpresas nos da la vida, la vida nos da sorpresas, tal como lo canta Rubén Blades. Que al que le tocó le tocó y que cuando llega la noche del crimen cualquiera puede ser la víctima.

Imagínense los devaneos de tan culto personaje, tan ducho en historia, en tal trance.

¡Tremendo cráneo el de Alejo, asere!

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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