Reflexiones de la Caimana: Viejos cuentos del fanatismo

Quema de Brujas en la Edad Media. Ilustración.

Quema de Brujas en la Edad Media. Ilustración.

Por Ramón Alejandro*

Los helenos, padres del pensamiento occidental, prudentemente ponían por encima del poder de Zeus, su Dios supremo, a la Eimarmené o Necesidad, ente impersonal que simbolizaba el encadenamiento causal que rige la Naturaleza, esa misma relación de causa y efecto cuyo estudio racional permitió más tarde desarrollar la ciencia moderna europea.

Feliz evolución filosófica que a la larga dio al traste con el Dogma Católico que durante poco más de milenio y medio logró mantener autoritariamente sometido al genio creativo propio a los pueblos de ese continente.

Así para los griegos ese dios antropomórficamente personalizado, y expresado de forma poética, quedaba neutralizado por la realidad de los fenómenos sensibles que fueron el verdadero objeto de la ciencia después de Aristóteles y Demócrito. Las fuerzas divinas eran inmanentes, es decir, hacían parte de la misma materia del Mundo.

Pero después vino la ola del oscurantismo cristiano reinventando un Dios único, inspirado del Jehová hebreo pero con aderezos platónicos y otras especias aromáticas. El pueblo hebreo trajo de su cautiverio de Egipto la idea original de Akenatón, quien enfrascado en su lucha política contra la hegemonía del colegio de sacerdotes tebanos de Amón Ra (los que desde el Alto Egipto dominaban teológicamente al imperio de los faraones), inventó el concepto monoteísta, imponiendo por un breve periodo el culto al Dios Atón, su creación personal. Su contemporáneo Moisés, adoptó esta novedad teológica del  ingenioso Faraón y la inculcó a las tribus hebreas.

Intolerantes al pie de la Biblia

Esa fe, nueva en aquellos tiempos, se fundamenta en la entelequia que supone que hay “Algo” que existe fuera de la realidad material, hipotéticamente entendido como la Primera Causa que hubiese dado lugar a la aparición de nuestro Universo con su infinita multiplicidad de fenómenos. Ese es el Dios trascendente en oposición a los dioses inmanentes. El mundo es la creación  de una entidad exterior a él.

Y ahí yace la primera contradicción racional del nuevo sistema.

¿Siendo el Universo el “Todo” como podría haber algo exterior a Él?

No puede concebirse nada fuera del Todo.

Tuvieron que inventar “La Creación” exnihilo, segunda contradicción de ese sistema, cojo de nacimiento. Porque esa nada de la cual hubiera creado al Universo nunca existió. Hoy sabemos que nada se crea ni se destruye, sino que todo se transforma. El Espacio como el Tiempo no tienen ningún límite, ni nada es racionalmente concebible fuera de ambos.

La irracionalidad original de esa forma de pensamiento monoteísta se pone de manifiesto en el comportamiento intolerante de los fieles de los creyentes del “Libro”, esa Biblia que veneran judíos, árabes y cristianos por igual. La historia del Cercano Oriente ilustra claramente el fracaso de esas religiones en la tarea esencial de crear sociedades donde los seres humanos de diversas creencias puedan vivir en paz sin asesinarse mutuamente por amor de ese Dios intransigente.

Fe a la cañona

Están obligados a imponer por la fuerza de las armas sus tambaleantes convicciones, porque no pueden sostenerlas lógicamente. Se conoce al árbol por sus frutos, como dicen que dijo el mismo dulce Jesús.

Esa la fe a la cañona, enemiga de la razón.

Hay que tener gandinga para venir a decir que la hegemonía que Estados Unidos ha logrado establecer sobre todo el globo terráqueo en solo dos siglos de existencia es el efecto mágico de haber inscrito “In God We Trust” sobre sus billetes de banco. Olvidan que esa misma constitución que pone a la nación bajo la protección divina estipula que en Norteamérica se garantiza a cada individuo practicar “ANY religion, or NO religion”, englobando por igual a politeístas y ateos, e incluso a los belicosos hermanos del libro que han puesto a todo el Cercano Oriente en candela desde hace ya dos mil años.

Olvidan que la tiranía calvinista de los Puritanos se derrumbó para siempre por el escandaloso asesinato de supuestas brujas en Nueva Inglaterra, muchas décadas antes de la Declaración de Independencia y de la promulgación de una Constitución eminentemente humanista, naturalmente impregnada del vago deísmo propio a la filosofía del Siglo de las Luces, ese despersonalizado ente llamado el “Dios de los filósofos”, pero basada en el respeto de cada individuo a buscar su propia felicidad de la manera en que él la conciba en su más libre albedrío.

El Imperio Español cubrió sus doblones de invocaciones a Dios, a La Virgen María y a muchísimos santos de su calendario, para terminar mordiendo el líquen de los arrecifes de la entrada de la bahía de Santiago de Cuba y hundirse en las espumas de la Fosa de Bartlett en 1898. Bizancio cubrió de cruces y vírgenes sus monedas y cayó en manos del Gran Turco Mehemet I cuando le llegó la hora marcada por la Eimarmné, sin que Cristo pudiera hacer nada por salvarlo. De nada les valió a los atenienses grabar la efigie de Pallas Atenea en su dracmas cuando apareció Filipo de Macedonia con sus bien organizadas falanges en el horizonte del Ática.

Boberías y cuentos chinos

Conservamos tabletas de arcilla en las que reyezuelos asirios se vanaglorian de genocidios de pueblos enteros perpetrados a la Gloria de Marduk y de otras ridículas divinidades de sus respectivas tribus, todos cayeron en el olvido con sus sagrados crímenes encima de sus obtusas conciencias.

Dejémonos de boberías.

Ya estamos muy viejos y cujeados para andar creyendo en cuentos chinos.

Desde que en tiempos védicos los indoeuropeos codificaron el orden político en cuatro castas fundamentales, nada ha cambiado en la estructura de las sociedades organizadas. Encima están siempre caracoleando y muy bien montados los Kshatrias o guerreros, y juntito a ellos comiendo del mismo pastel, los Brahmanes o sacerdotes, que bendicen y justifican con un elaborado discurso conceptual el poder de sus espadas. Debajo de estos dos privilegiados vienen los Vaishias o comerciantes, y mucho más abajo y bien pegaditos a la madre tierra los Shudras o campesinos de siempre, que son quienes dan de comer con su trabajo a toda esa sarta de zánganos abusadores.

Que el que puede, puede, asere, y que al que no le guste que se fuña.

“Got mit uns”, decían los arrogantes teutones -Dios con nosotros. Y “Santiago y cierra España”, decían nuestros antepasados peninsulares lanza en ristre.

¡El mismo cuento de siempre, compay!

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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