Reflexiones de la Caimana: Un plan fallido para convertirme en chivato

Mimí Yoyó y Abel el Malo, abrazados al poder.

Mimí Yoyó y Abel el Malo, abrazados al poder.

Por Ramón Alejandro*

Al final esa vida mundana a la que mi amistad interesada con Fernand Firoulet me había dado acceso, me aburrió.

Yo no soy de eso.

Soy de La Víbora, es decir, de mediopelo.

Recuerden lo que se decía en los años cincuenta en La Habana: los del Cerro fueron, los del Vedado son, los de Miramar serán, pero los de La Víbora, ni fueron, ni son, ni serán.

Porque la sociedad prerevolucionaria además de racista fue clasista. Si no te despreciaban por negro o mulato, te despreciaban por pobre, asere. ¡Y que alguien me venga a contradecir, que saco mis castañuelas y le doy tremendo escándalo!

Lo peor es que hoy en día, después de 50 años de supuesta revolución social, esta mentalidad tan lamentable sigue igualita.

Es el peso del atavismo, y de nuestra culpable complacencia en el abuso consentido generalizado.

Comida china con Mimí Yoyó

En el año 2005, Mimí Yoyó -también conocida como Miguel Barniz y hasta a veces como Miguel Barnet- anduvo de nuevo por París hablando bien del régimen, como de costumbre. Pero yo tenía en mente bien claro lo que mi marchand Pupi, porque nadie le llama Israel Moleiro sino sencillamente Pupi, me había recomendado para adelantar mis peones sobre el resbaloso tablero del mercado de la pintura cubana.

Iba a lo mío, meter una pintura mía en el nuevo y flamante Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, a pelo o a contrapelo.

Lo invité a comer en un restaurante chino de Belleville, barrio pintoresco donde nació Edith Piaf. Que luego se volvió antro de judíos y moros tunecinos más o menos traficantes y actualmente se ha vuelto chino. No sin antes mostrarle en mi suntuoso gao de Pigalle, con vista al Sacré Coeur y la Torre Eiffel sea de paso dicho, una pintura mía de 1968 que me acababa de comprar por 2,500 euros en una subasta pública en la sala de ventas de Drouot.

Se me ocurrió que El Virginal, que así se llama esa pintura, era idóneo para representar dignamente mi indudable talento en el Museo que alberga las maravillas de Amelia Peláez, W. Lam y los deliciosos paisajes de Chartrand.

Por supuesto que no le dije lo que me había recomendado Pupi, ni sus crematísticas razones.

Le dije que sentimentalmente quería hacer parte de las colecciones de ese Museo porque aún recordaba muy bien que siendo yo niño mi abuelito pintor siempre se había quejado mucho de que no tuvieran un local decente donde ser expuestas. Que gracias a los esfuerzos conjugados de Fulgencio Batista, Fifo, pero sobre todo de los gallegos que pusieron el baro para restaurar aquella ruina, finalmente hoy podíamos disfrutar cómodamente de esas excelentes obras de arte.

Una donación interesada

Parece que el tipo se compadeció del pobre apátrida nostálgico y de vuelta a Cuba habló con Abel Prieto y Moraima Clavileño, la directora del Museo, y que en entusiasta y simpatiquísimo trío aceptaron mi generosa aunque interesada donación.

Con esa baraja, que me lucía ganadora, llegué a Cuba con el descabellado proyecto de pasarme seis meses de un tirón, para saciarme de la sed que 40 años, sin volverla a ver, habían dejado en mi corazoncito.

La primera vez que fui a La Habana después de esos largos 40 años de exilio, me quedé en una planta alta con balcón sobre la calle Villegas, entonces casa de Antonio José Ponte.

A la sazón Ponte fungía el papel de revoltoso impertinente que hoy cumple Yoani Sánchez en la sociedad cubana. En su habitación junto a la terraza azotea que cariñosamente me cedió por tres semanas, tuve una doble revelación.

Una madrugada de exaltado insomnio me pareció clarísimamente que Cuba no necesitaba de mí de la misma forma que el mundo no necesitaba de ella. Y que yo necesitaba a Cuba de la misma manera que Cuba necesitaba al mundo.

Entretiempo, Elpidio Manduley trató deseperadamente de ponerme en contacto con Abel Prieto, pero Ponte muy digno y furioso se lo impedía interceptando sus insistentes llamadas telefónicas.

A Ponte se le había metido en el meollo una gran quimera. Pero a un hijo de ese mismo pueblo que había podido arrancar tan heróicamente la independencia de Namibia, ¿Qué sueño quijotesco se le podría censurar?

Amiguito de Abel el Malo

Ponte quería desprestigiar a tal punto a la oficial Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, que la UNESCO le quitase los subsidios que como organización no gubernamental le acordaba. Se sintió lo suficientemente fuerte para forzar, él solito a pulso, este andamiaje de burocracias entreveradas, probándole a los incautos extranjeros que la UNEAC era una Organización Muy pero Muy Gubernamental.

El caso es que a Abel y Mimí no les gustaba para nada que yo fuese tan amiguito de Ponte, y Ponte no quería de ninguna manera que yo cuajase interesada amistad con Abel Prieto. Que parece que eso era privilegio exclusivo de Carlos Victoria.

O sea que cuando volví a Cuba de la mano de Mimí Yoyó y de Abel el Malo, se me puso Ponte, y hasta Reina María Rodríguez con él, muy bravitos conmigo.

Así que al fin me quedé solo, pero no por mucho tiempo, porque enseguida conocí en La Rampa y Malecón, un sábado por la noche para más señas, a Maikel Jesús, mulato bicitaxista del barrio de Colón en compañía del cual disipé muy rápida y ventajosamente mis viejas nostalgias, olvidándome del súbito desapego de mis amigos intelectuales tan desafectos al régimen.

Pero mientras yo gozaba con Maikel y cogía tremendas notas en el Palacio de la Música, mis asuntos profesionales no progresaban.

El Virginal nunca llegó

Algo se había trabado en el proceso.

Mi amigo Enrique, que se había hecho cargo de hacerme un huacal para mandar mi pintura al Museo Nacional por medio del Consulado cubano en París, no lograba que los funcionarios de la sede diplomática lo recibieran. Le decían que no podían hacerse cargo de nada que tuviese valor comercial, porque no estaban seguros de que la pintura no se les fuera a perder, o que se les fuera a dañar mientras estuviera dentro del recinto de nuestra Embajada.

Yo le había pedido a Mimí y a Abel que por cortesía no me hicieran pasar por el engorroso proceso de hacer la cola al mes de llegado pra obtener permiso de quedarme otro mes, y de estar obligado a salir del país a los dos meses, volar a Cancún y volver a entrar al territorio nacional, como sus fantasiosas leyes y delirantes reglamentos estipulan.

Me habían respondido distraídamente que sí.

Pero resultó que no.

Mimí se me esfumó, Abel estaba demasiado ocupado. Moraima Clavileño se apertrechaba prudentemente detrás de su impecable corrección de señora burguesa del Vedado o Miramar.

En eso, un viejo amigo, extraordinario crítico de arte, me hizo notar que esa gente me estaba ninguneando y que él consideraba que en esas condiciones yo no le debía regalar mi pintura a semejantes guacarnacos.

Así fue, le dije a Moraima, que íbamos a dejar eso para más adelante.

Pintando refrigeradores viejos

Pupi le vendió El Virginal a un coleccionista puertoriqueño y yo me puse a colaborar con Mayito en el delicioso proyecto de los refrigeradores americanos de los años cincuenta convertidos en Monstruos Devoradores de Energía, que fueron expuestos con gran éxito en el antiguo claustro del convento de Santa Clara durante la IX Bienal de La Habana. Esos refrigeradores gustaron tanto que llegaron hasta ser expuestos en el Grand Palais de los Campos Eliseos de París, al mismo tiempo que Alicia Alonso ponía a bailar en el mismo sitio a su troupe del Ballet Nacional.

Flavio Garciandía me había presentado a Mayito, quien por entonces estaba muy mal visto por la gente de la UNEAC. En premio por sus servicios prestados después de haber ya estado preso 60 días en Villa Marista poco tiempo antes, apenas de vuelta de presentar los refrigeradores en París, le confiscaron la bella casa de la Loma de Belén en el patio de la cual los 50 participantes de este maravilloso proyecto habíamos realizado nuestras obras.

Pero mientras yo me ocupaba de inventar de día un Monstruo Devorador de Energía en el patio de la que aún era la casa de Mayito y de gozar por las noches con Maikel Jesús, he aquí que me solicitan, ya no recuerdo cómo, los muchachitos de la Seguridad.

Me convocan con mucha discreción y el paripé adecuado en la esquina del cine Yara. Me llevan a una terraza de malamuerte y ahí mismito me proponen volverme chivato e informarles de las actividades de mis amigos contrarevolucionarios de París.

Decliné tan amable proposición alegando que mi lengua era tan larga que nunca podría servir de agente secreto.

¿Tú no sabes que las chernas se van de lengua a la primera ocasión, asere?

Discreción, mucha discreción

Les aconsejé que se despreocuparan, porque mis amigos de París eran de los que se cagan en los blúmers si sienten el estallido de un cohete, y nunca serían un peligro serio para el proceso revolucionario.

Entonces me pidieron mucha discreción, que no le dijera nada a nadie de lo dicho en esta entrevista, y que todo esto quedara en prudente sigilio y conveniente subuso.

Al salir de ese café terraza, frente al monumento al chino mambí en Línea y L, me puse a contarle al primero que me pasó por delante lo que me acababan de proponer.

Lo divulgué inmediatamente “atrocofoco mocairén”, que es como se dice en ñáñigo a los cuatro vientos.

Para que entendieran bien que yo no era el socio que ellos necesitaban para jugar a los policías y ladrones, tan tarajayúos, zangaletones y zangandongos como ya estaban.

Hice la cola a las cinco de la mañunga para la prórroga de mi permiso de estadía una sola vez, porque a la segunda Maikel, acompañado de su primo Vito y de una botella de Havana Club, la hicieron por mí pasando la noche en etílica duermevela. Me fui y volví de Cancún las dos veces reglamentarias como Fifo manda.

Tal y como Fifo manda

No me molesté por eso. Viví mi experiencia de aquello, que era lo que yo quería por encima de todo.

Pero parece que no apreciaron mi natural zoquetería, porque al embarcarme de vuelta a Francia me secuestraron mi maleta durante seis meses.

Me la devolvieron desfondada, sin alguna ropilla usada que parece que les llamó la atención, pero con mi diario personal, y los dos volúmenes de poesías completas de Nicolás Guillén intactos, porque al parecer no les interesaba mucho ese autor que tanto prestigio le dio a la Revolución en su momento.

Los compañeros de servicio se habrán dado tremendo gustazo con mi diario personal, mi socio, porque mira que lo que cuento le gusta a la gente, asere.

Estoy seguro que lo fotocopiaron, porque no se crean, ahora ya tienen tecnología avanzada y de todo los ecobios.

*Reflexiones de la Caimana es una sección de crónicas y testimonios que publica semanalmente el pintor cubano Ramón Alejandro en CaféFuerte.

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